Cuando me asomé por la puerta, encontré a más o menos una docena de alumnos a cual más raro, o eso me lo parecía a mí. Me senté tímidamente en un pupitre vacío y me puse a mirar a la concurrencia.
Las pintas eran impresionantes. En primera fila se sentaba un hombre de alrededor de cuarenta años, de pelo espeso, barba rizada y gafas de culo de vaso; vamos, el prototipo de revolucionario. Luego supimos que era marino y de hecho se pasaba semanas enteras embarcado. Cuando venía, no se enteraba de mucho, pero hacía preguntas muy serias a la profesora. Desapareció a los pocos meses, pero entonces, en el primer día, imponía lo suyo.
Cerca de él se sentaba un chavalín de catorce años que lo que quería era estudiar inglés, pero encontrar una plaza en inglés era imposible (y sigue siéndolo) para un alumno nuevo, así que el chaval decidió meterse en ruso, donde no había problemas de plazas (y sigue sin haberlos), con la esperanza de pasar a inglés en el curso siguiente. Claro, allí no pintaba mucho, pero hay que reconocer que el chico se lo curró, la profesora le puso sobresaliente, para ver si lo conseguía mantener, pero ya nunca lo volvimos a ver, porque consiguió su propósito y se metió en inglés.
Al otro lado había un repetidor. Alguien que había suspendido primero y que volvía a intentarlo. Más adelante me di cuenta de que para suspender primero de ruso había que proponérselo muy seriamente, así que el tipo aquél no debía ser muy normal. Sin embargo, no era tan anormal como para intentarlo por tercera vez: hacia Navidad dejó de venir y ya nunca más se supo de él.
Delante de mí se sentaba un tipo tremendo, de cerca de dos metros de altura, con unas patillas que le llegaban hasta la mandíbula y unos pómulos pronunciados que hacían aún más destacables unos ojos oscuros y hundidos. Una de las primeras preguntas que hizo fue por qué en la escuela no se podía estudiar vasco. Éste sí que aguantó y con el tiempo fue conocido como "Hombre del Pífano". Sin pegar golpe, fue pasando de curso hasta llegar a cuarto (y aprobarlo), y se las arreglaba para sabotear la mitad de las clases. De vez en cuando, se quejaba de no poder estudiar vasco, pero la verdad es que resultaba gracioso y contaba chistes bastante buenos.
En el pupitre de detrás había un tipo todavía más curioso, con una barbita de chivo y unas gafas gruesas, que parecía un pariente de Gengis Kan recién llegado de Mongolia. En aquel tiempo se negaba a hablar castellano y se comunicaba en la "llengua dels països", pero más adelante, al ganar confianza, que ya se sabe que da asco, se hizo algo más tolerante y consintió en chapurrear algo en castellano, un poco a regañadientes. Llevaba la carpeta llena de cuatribarradas con estrella. La verdad es que éste también aguantó bastante. Le perdí la pista en cuarto, y más adelante tuve noticias de él por un conocido común, pero las noticias no son como para darlas en una página que pueden leer menores de edad.
Y había una mujer, sólo una, de edad indefinida, pero desde luego superior a la que tenía en realidad, con cara ajada y avinagrada, que olía a tabaco a kilómetros y que se lamentaba con frecuencia de su mala suerte. En general, se lamentaba de cualquier cosa.
El último de los alumnos que recuerdo era un sujeto con pelo por toda la cara, estudiante de Matemáticas, que decía que esperaba aprender el ruso suficiente como para poder leer las excelentes obras de los matemáticos rusos. Eso era lo que decía él. En realidad, luego supe que todas las obras de los matemáticos rusos, efectivamente excelentes, están cuidadosamente traducidas al castellano, y que el estudiante de Matemáticas pertenecía a Esquerres Matemàtiques, una agrupación de estudiantes que se escindió de la agrupación ultracomunista de la Facultad por parecerles ésta demasiado blanda y condescendiente con el capital.
"Vaya tela", pensé. "¡Menuda gente! ¡Qué pinta tienen todos estos pollos!"
Como la profesora tardaba un poco en llegar, me acerqué al servicio y allí me encontré con otro elemento. Un tipo tremendamente delgado, con unas greñas de palmo, ojos oscuros y hundidos, una barba estilo "Lincoln", sin bigote, camisa de franela a cuadros, zapatillas de mercadillo y una cazadora azul descolorida. Una pinta de chiflado de libro. Sin embargo, con el tiempo, el tío se vio que funcionaba bien en clase, aguantó con notable éxito todos los cursos y, muchos años después, incluso sacó el título tras un par de intentos fracasados.
Lo malo es que a este elemento lo vi... cuando miré al espejo.
"Bueno", pensé. "A lo mejor tampoco tengo mucho derecho a quejarme de la pinta de los demás."
Volví a clase, y al poco entró la profesora. Pero eso es otra historia.
¿En esos entonces se hacian cenas de clase? Porque podrian haber resultado apoteosicas.
ResponderEliminarPues sí, eso fue antes de conocernos... Recuerdo las greñas, recuerdo los ojos (siguen siendo los mismos), recuerdo las camisas de franela (¿te siguen gustando?) recuerdo una cazadora vaquera, supongo que no es la misma que describes, y sí, las zapatillas no sé si serían de mercadillo, pero encajan a la perfección contigo, así que probablemente también... Pero no recuerdo esa barba, de hecho siempre te recuerdo bien afeitado, salvo en algún campamento que ibas más desaliñado... Eso sí, siempre tuviste la barba cerradita, bueno, siempre desde que yo te conozco, jejejeje...
ResponderEliminarJoe, me voy a poner al final nostálgica y todo, si es que ya hace porrón y medio de años que nos conocemos, aaaaaaaaaish....
Besitos
Orayo, en primero, no había cenas. Creo que todos teníamos miedo de los demás.
ResponderEliminarEsther, ¿bien afeitado? ¡Eso es una vil calumnia! ;)
Jo, Alfito, yo que estaba intentando convencer a quien te conoce (y a quien no) que hubo un tiempo en que te afeitabas bien, aunque te durara poco.... jejejeje
ResponderEliminarЗеркало... ¡¡qué grande!!. Debe irse acostumbrando a los piropos sobre su bitácora, Alfor.
ResponderEliminarCid6cuerdas, ¡caramba! ¿A usted también le gusta Tarkovsky?
ResponderEliminarJeje, qué buen olfato, me gustan. Supongo que no se me hacen tan largas gracias al ya citado Prokofiev y otros muchos que no entendían de minutos.
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