viernes, 4 de septiembre de 2009

Comparaciones históricas (V): El siglo XIX

Las comparaciones históricas habían terminado comparando a Bielorrusia con Portugal, y he aquí que llega el señor Bauer a escribir de lo que no sabe y suelta la perla de que el siglo XIX español y el ruso tienen muchísimos paralelismos.

Sorpresa. Para todo el que sepa algo de Historia, es evidente que España y Rusia entraron en el siglo XIX aproximadamente empatados: los dos países eran potencias de entidad considerable. Sin embargo, al acabar el siglo, España estaba de capa caída tras la pérdida de los virreinatos americanos, más la derrota en la guerra de 1898, y se había dado de baja en el catálogo de potencias. Rusia también había salido trasquilada de una guerra, la ruso-japonesa de 1904-1905, pero conservaba la práctica totalidad del imperio y experimentaba un florecimiento que sólo vendría a cortar la Primera Guerra Mundial. Bueno, y lo que vino después. Así que España terminó el siglo mucho más perjudicada que Rusia ¿Paralelismo?

La verdad es que algún parecido sí que hay. Tanto Rusia como España fueron las dos chinitas que le salieron a Napoleón en el zapato. Las dos estaban gobernadas por monarcas con una característica común: se habían rebelado contra sus respectivos padres para alcanzar el trono. Fernando VII, el español, llegó a sacar del trono a su padre, Carlos IV, antes de perpetrar uno de los actos más vergonzosos de la historia de España y abdicar en su padre, a sabiendas de que éste iba a hacer lo propio enseguida en el propio Napoleón. Fernando VII no logró superar en el resto de su reinado el nivel de bajeza de aquella abdicación, pero el tío se ve que se lo curró, mantuvo sus cualidades infames toda su vida y, así, anduvo cerca de superarse varias veces. En cuanto a Alejandro I, el ruso, intervino en la conspiración que mandó al otro mundo a su padre, Pablo I, lo cual también está pero que muy feo.

Si bien es cierto que España y Rusia estuvieron en guerra contra Napoleón y fueron causa principalísima de su derrota, también es cierto que las diferencias son más que los parecidos. En primer lugar, porque la Guerra de la Independencia española ya fue la primera guerra civil de las más o menos cinco que hubo en el siglo XIX español, mientras Fernando VII se encontraba poco menos que de vacaciones. El ejército español, salvo en contadas ocasiones, no pudo impedir la ocupación de casi toda España por parte de las tropas francesas. En cambio, el pueblo español se las compuso por sí mismo en plan guerrillero, a falta de rey, y con alguna ayudita exterior, y en casi seis años de guerra, entre soldados y guerrilleros, logró sacar a gorrazos a los gabachos y al intruso que éstos hacían llamar rey.

En el bando ruso, Alejandro I comenzó la guerra bastante pasota, pero la reacción fue terrible. La guerra duró poco tiempo, alrededor de medio año, en territorio ruso, y si duró hasta 1814 fue porque los rusos llevaron la guerra primero a Alemania y, en la siguiente campaña, a la misma Francia.

La siguiente semejanza viene por el hecho de que en la década de 1820 hubo en España una (en realidad varias) conspiración liberal, pero el parecido llega hasta ahí.

En España, el golpe de Estado liberal tuvo éxito en 1820, Fernando VII, en otro ejemplo poco edificante, pero que no dejaría de repetir hasta su muerte, dijo que vale y se dispuso a hacer el paripé con la Constitución en la mano mientras en el Norte de España se preparaba otra guerra civil. El régimen liberal llegó a su fin en 1823, cuando entró un ejército francés por la frontera. En lugar de recibirles a pedradas, como en 1808, quienes les recibieron fueron cincuenta mil realistas que se unieron a ellos gustosísimos para derrocar al Gobierno, cosa que lograron en poco tiempo.

En Rusia, el golpe de Estado liberal iba a tener lugar en diciembre de 1825, pero Nicolás I lo descubrió a tiempo y arregló el asunto expeditivamente, mandando a algunos conjurados a reunirse con su Creador y enviando al resto a Siberia, bien, bien lejos. Los liberales rusos, viendo cómo iban las cosas, dejaron de rechistar rápidamente y no volverían a hacerlo hasta el siglo siguiente.

A partir de ahí, yo no sé qué semejanzas pueden trazarse entre ambos siglos XIX. En España, todavía quedaban tres guerras civiles por disputarse entre realistas (bueno, ahora carlistas) y liberales, además de una serie incontable de pronunciamientos militares, aderezados por una revolución y una república y fuertes movimientos separatistas. En Rusia, de eso nada: durante todo el siglo no hubo grandes sobresaltos, aunque quizá Alejandro II no esté de acuerdo, y los zares pudieron dedicar la fuerza que no gastaban en sacudirse mutuamente, como hacíamos los españoles, en consolidar y hasta aumentar su expansión territorial.

Pero, claro, eso no quiere decir que no hubiera debate en Rusia. En España, además del debate, había tortas; el Rusia, sólo había debate. Y ahí es donde entran los Aksakov y su grupo, cosa que queda para la próxima entrada, en la que seguiremos buscando paralelismos entre los siglos XIX ruso y español, que seguro que a Alexey Bayer no se le ocurrieron ni de lejos.

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