El edificio de la foto es el del mítico cine Rossiya, en la plaza Pushkin, en cuyos bajos operaba el casino Shan-Gri-La, uno de los más grandes de Moscú, si no el que más, abierto día y noche y en el que se han dejado los cuartos los individuos más pudientes de Rusia. Pero eso era antes, antes del 30 de junio, fecha en que se cumplía el plazo de cierre de todos los establecimentos de juego en Moscú. Con ello, el Shan-Gri-La ha pasado a mejor vida, han desaparecido los matones de peinado e intelecto totalmente planos que me miraban despectivamente mientras trataba de abrime paso entre los cochazos que aparcaban delante de la puerta y no dejaban pasar a los peatones, y se han esfumado los susodichos coches.
Esta tarde, en lugar de maquinones interminables apelotonados en las aceras, con sus conductores echando un sueñecito en su interior mientras sus amos se envilecían, incluso había sitio para aparcar. Lo nunca visto.
Y es que a veces da la impresión de que, si hay algún vicio no muy extendido en Rusia, ello es porque los rusos no se han enterado de que existe. En cuanto se enteran, o en cuanto deja de estar prohibido, se dedican a él en cuerpo y alma. Porque lo de los extremos es algo curioso en un país donde la dedicación exclusiva a algo, malo o bueno, es moneda corriente. Aquí están los santos más santos, los científicos más brillantes y los mejores ajedrecistas, pero también los tipos más borrachos, los trabajadores más vagos y los perdularios más enfangados.
La ludopatía es uno de esos vicios que estaba por ahí, esperando a salir a la superficie. Antes de la Revolución existen abundantes testimonios de lo más lamentable entre la nobleza rusa, y no sólo entre hijos de papá, que también, sino entre gente por lo demás cultivada y con talento. Pushkin era un jugador más perdido que un alcohólico en La Meca, y la novela "El jugador", de Dostoyevsky, no se le ocurrió precisamente al autor mientras paseaba por los parques de San Petersburgo, sino que tiene mucho de autobiográfica.
Después del obligado paréntesis de los tiempos bolcheviques, los casinos, tragaperras, casas de juegos y todo tipo de tugurios salieron a la superficie, y con ellos la latente ludopatía de demasiada gente se puso rápidamente de manifiesto. Como en España, después de 1977, en que recuerdo que los cines de toda la vida se transformaban en bingos (bueno, o en salas pornográficas), para disgusto de los niños que íbamos al cine, en Rusia, y en Moscú en particular, la situación se descontroló y aparecieron calles enteras totalmente dedicadas a los juegos de azar, por las que daba un cierto resquemor pasear.
La última vez que el Gobierno quiso reprimir un vicio a golpe de decreto fue con la ley seca de Gorbachov, dirigida contra el alcoholismo y que resultó un fracaso completo, porque puedes prohibir la producción y la venta de alcohol, pero había que ver lo rápidamente que desaparecía el azúcar y las patatas de las tiendas, y no era precisamente para hacer buñuelos. Resultó peor el remedio que la enfermedad, y la profusión de alcohol casero de pésima calidad, hasta hoy, es una de las causas de que la esperanza de vida de la población masculina rusa haya estado hasta hace nada por debajo de los sesenta años.
Esta vez, el Gobierno ha dejado tranquilo el vicio de la bebida, supongo que dando por perdida la batalla, y la ha emprendido con un vicio que, por más reciente, quizá supone que está menos insertado en la sociedad. Y así se ha propuesto erradicar el juego; pero la descripción de cómo está saliendo la cosa la dejo para la próxima, que hoy se hace tarde.
Buenooooooo... Me acabas de hacer pensar en chicago, años... ¿30? cuando lo de la ley seca y los casinos clandestinos... En nada ves a Corleone, versión rusa, paseándose por allí, jejeje...
ResponderEliminarBesitos
Esther, no es mala comparación, no. Es más, puede que Corleone sea un angelito.
ResponderEliminarAlfor la semana que viene tengo listo el casino, te venis ?
ResponderEliminarBruno, ¡creí que no lo abrirías nunca! ¡Ya no sabía qué hacer! :D
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