Habíamos dejado en la entrada anterior a los españoles y rusos medievales en la complicada tarea de quitarse de encima a los musulmanes que les habían invadido. Hay muchas diferencias entre ambas invasiones, y también hay una característica interesante en la forma de hacerles frente. Veamos.
En un primer momento, los musulmanes son bastante superiores militarmente, tanto a españoles como a rusos. Sin embargo, de vez en cuando se encuentran importantes victorias cristianas, sobre todo en el aspecto sicológico, porque, si se lo toman en serio, los sarracenos siguen teniendo más músculo militar. Un ejemplo fácil es la victoria de Covadonga, en 722, pero queda mejor documentada la victoria de Alfonso II de Asturias en Lutos (795), en que aniquiló al numeroso ejército andalusí que venía de saquear el núcleo del reino. No obstante, los musulmanes eran muy superiores y al año siguiente el ejército del emir Hixem I se venga saqueando Oviedo a conciencia, mientras Alfonso II se escapa por los pelos.
En Rusia, aunque con retraso, pasa lo mismo. La batalla más comparable es la de Kulikovo Pole (1380), en que Dmitri Donskoi derrotó a las fuerzas del reyezuelo tártaro Mamai, demostrando al mundo que los tártaros no eran invencibles. Claro que, en 1382, el sucesor de Mamai, Tojtamysh, se tomo la revancha arrasando todo a su paso y saqueando Moscú, mientras que Dmitri Donskoi ponía pies en polvorosa.
En España, el encuentro que hizo caer definitivamente la balanza de fuerzas de lado cristiano fue la batalla de las Navas de Tolosa, en 1212, en que el ejército cristiano, dirigido por el rey de Castilla Alfonso VIII (en la foto, a la izquierda), destrozó completamente a las fuerzas almohades. El paralelo más similar en suelo ruso es la batalla del río Ugrá (1480), en que Iván III (en la foto, a la derecha), que se había negado a pagar tributos a la Horda de Oro, y el jan Ajmat estuvieron forcejeando sin resultado durante varias semanas, en lo que constituyó una victoria estratégica de los rusos.
Después de las Navas de Tolosa, los sucesores de los reyes cristianos que participaron en la batalla, San Fernando III y Jaime I, se lanzaron contra los reinos moros y en pocos años anexionaron los reinos de Sevilla, Badajoz, Jaén, Valencia, Murcia y Baleares, dejando la España musulmana reducida a los reinos de Granada y Algeciras y a la parte sur del Algarbe. En Rusia, sucedió algo parecido. El Gran Ducado de Moscú, ya independiente, se lanzó contra los diversos minijanatos independientes en que se disgregó la Horda de Oro y, a lo largo del siglo XVI, anexionó los janatos de Kazán, Astraján y Siberia. Como los moros en Granada, los tártaros en Europa quedaron reducidos a Crimea.
Pero hay una diferencia curiosa a la hora de establecer hipótesis sobre el carácter nacional. En las Navas de Tolosa estuvieron Alfonso VIII, rey de Castilla; Pedro II, de Aragón; Sancho VII, de Navarra, y un nutrido cuerpo portugués (el único que no estuvo fue Alfonso IX de León, que siempre tuvo una difícil relación con su primo castellano). En cambio, en el río Ugrá estuvo el ejército del Gran Ducado de Moscú y pare usted de contar. Lo lógico hubiera sido que el resto de la Cristiandad hubiera ayudado a Iván III es una batalla tan decisiva, pero lo cierto es que fue más bien al contrario: el Gran Duque de Lituania, Casimiro IV, era aliado de los tártaros y, de hecho, se dirigía a ayudarlos, cuando los tártaros de Crimea, que a su vez eran aliados de Iván III, les atacaron y distrajeron sus fuerzas de la batalla principal. Es más, no sólo es que Lituania no ayudara, es que los propios hermanos de Iván III estaban en abierta rebeldía contra él y sólo aceptaron ayudarle bien entrada la batalla, y menos mal que prácticamente no llegaron a las manos, porque a saber qué hubieran acabado haciendo los hermanos del Gran Duque si hubiera habido un choque de verdad.
No es que los españoles seamos unos genios del trabajo en equipo, ni mucho menos (lo de las Navas de Tolosa no pasaba todos los días, y no digamos ahora, con la que está cayendo), pero lo que sí es cierto es que los rusos, en general, van cada uno a su bola y lo de trabajar conjuntamente como que no va con ellos. Eso es algo que los que vivimos aquí vemos a menudo. No es fácil convencer a los rusos de que trabajar con nosotros redundará en beneficio de todos; al contrario, yo diría que sospechan que, si tú te vas a beneficiar del trabajo conjunto, eso es que ellos van a salir perjudicados. Y, así, no es extraño que cada uno mire por su propio interés y que se despreocupe de lo que les pueda pasar a los demás. La empatía está lejos de estar ente los sentimientos más populares por aquí. Los que alguna vez hemos jugado al baloncesto con rusos sabemos muy bien que normalmente no debemos contar con que nos pasen el balón.
No es casualidad que el deporte en que los rusos son líderes indiscutibles sea el ajedrez, donde sí que se cumple la premisa de que, si al otro le va bien, es que a ti te va mal. Y no es de extrañar que en deportes individuales como el tenis cada vez haya más nivel en Rusia. Pero, cuando el trabajo en equipo es necesario, y lo es casi siempre, este rasgo del carácter ruso hace resentirse los resultados. Además, hay muchas otras consecuencias de esta circustancia, pero creo que es mejor que las veamos otro día, que hoy, como tantísimas otras veces, se hace tarde.
El de la derecha es lenin con barba.
ResponderEliminarMuy bueno. Interesante historia para la conclusión que planteas. Sí, en mi opinión, lo del trabajo "organizado" en equipo no se lleva nada. Sin embargo, es curioso como por otro lado, todo parece funcionar por amistades (al menos fuera de Moscú y Piter)
ResponderEliminarAnónimo, pero mucha barba...
ResponderEliminarAl'bert, y es que, en Rusia, quien tiene un amigo, tiene un tesoro.