La verdad es que tenía la intención de contar alguna historia de mis vacaciones, que no ha habido pocas, pero mejor será dejarlo para otra ocasión, porque Moscú, ciudad insaciable, acapara toda la atención del que vive en ella.
Sigo con los músicos, como en la última entrada, pero esta vez paso a ser el protagonista. Primero me confesaré diciendo que con la música soy torpe de narices; llegué a tocar algo la armónica, a enlazar un par de notas seguidas con la flauta, y allí terminó mi habilidad. Sin embargo, ha habido dos ocasiones en las que tuve ocasión de percibir lo que siente un músico.
La primera fue en Valencia, hace unos años. Fui a comprar una guitarra para un sacerdote español de servicio en Moscú, donde las guitarras cuestan un ojo de la cara. Pues bien, durante el camino de vuelta a mi piso sentí algo raro, mientras llevaba del brazo la guitarra: todas las chicas con las que me cruzaba, pero todas, me miraban y sonreían. Yo, nada acostumbrado a estas carantoñas, miraba hacia atrás por si iban dirigidas a otro, pero no: eran para mí. Leches, de haber sabido el truco de la guitarra unos cuantos lustros antes, hubiera pasado una adolescencia bastante diferente a la que tuve.
La segunda ha sido hace una horita escasa. La vuelta de vacaciones ha tenido como resultado, como siempre, unos primeros días de órdago y puesta al día; llego a casa derrengado, con unas ganas enormes de tumbarme media hora en el sofá, pero resulta que Abi está comenzando sus clases de violín y tengo que salir escopeteado a comprar un violín que es una ganga y es el último que queda. Me calzo de nuevo, pongo paso de marcha atlética, encuentro la tienda de música "Noty", debo reconocer que sin mucha dificultad y, tras el habitual tejemaneje de las tiendas rusas (y que será objeto de su correspondiente entrada), me hago con el violín en cuestión, con su arco y con su funda.
Y he aquí que salgo a la calle con un violín debajo del brazo, como un vulgar mafioso de Chicago, años veinte, y emprendo, sin tanta prisa, el camino a casa. Aquí, los músicos abundan, así que a nadie le sorprende. Y, de repente, a unos quinientos metros de allí, oigo una voz de niña que se me dirige:
- Perdone, ¿no me podría indicar dónde está la tienda "Noty"?
Mientras la madre, desesperada y perdida, hablaba por el móvil con alguien que le estaba indicando, por lo visto torpemente, cómo llegar hasta la tienda, la niña, de no más de ocho años, había visto pasar a un músico -sí, yo- con el violín bajo el brazo, y pensó que podría ayudarla. Ya lo creo.
- Sí, claro, sigan por esta calle hasta el fondo, tuerzan a la derecha y, a unos doscientos metros, verán un cartel en el suelo, que ya lo indica.
- Gracias, muchas gracias.
Seguí camino hasta mi casa. Abrí la puerta y me encontré a Ame, que se me quedó mirando muy contento. Luego miró el violín y dijo:
- ¿Tú - pistola?
COMO YA TE HABÍA DICHO ME CONSIDERO MÁS UNA ARTÍSTA QUE OTRA COSA, SÓLO QUE EN LA MUSICA LO ÚNICO QUE SE ME DÁ ES ESO DE CANTAR, EN CUANTO A TOCAR INSTRUMENTOS, NO ME GUSTA TANTO, DEBO CONFESAR QUE LO HE INTENTADO POCAS VECES, PERO SIEMPRE TERMINO LASTIMADA DE LOS DEDOS EN CASO DE LA GUITARRA O LA MANDOLINA QUE SON LOS INSTRUMENTOS QUE MIS HERMANOS SI9 TOCAN.
ResponderEliminarDE CUALQUIER MANERA, ME PARECE QUE COMO DICE BEBE:
"SIEMPRE ME QUEDARÁ, LA VOZ SUAVE DEL MAR"
JAJAJA...BESOS
Ains Alf, ¿tú no llegaste a tocar la guitarra en la parroquia? Yo a eso si llegué, y poco más en lo que a tocar instrumentos se refiere, eso sí, tengo buen oído a nivel técnico y eso me ha valido que como sabes, hoy en día sea lo que soy. Así que yo hago música desde el otro lado de la pecera, jejeje.
ResponderEliminarPor cierto Alf, Ame es genial, en serio, genial. Ese chico va a ser un Tarantino en un futuro, así que ve comprando ya una camarita para que vaya haciendo pinitos, jejeje.
Besitos
Bar, a lo mejor deberías probar los instrumentos de viento. A mí me vinieron muy bien. A mis vecinos no tanto.
ResponderEliminarAlfina, lo de Ame le hizo gracia hasta a él.
Esther, muy al contrario, en la parroquia, no sólo no tocaba la guitarra, sino que espantado por su abuso en oraciones y otras actividades, me junté con dos compinches de mi cuerda (cuya identidad, obviamente, no voy a revelar), nos pusimos el ahora famoso nombre de "Hizbolá" e iniciamos una campaña de secuestro de guitarras. No salió bien, pero quedó el gesto.
En las misas, vivan el órgano y la música de Bach. Que así sea.