Pero eso es asunto mío. Conozco bastante gente que es muy partidaria del papa actual, al que considera un pastor que cuida de sus ovejas, y desde luego no seré yo quien se lo discuta. Estos partidarios del papa actual, sin embargo, no son de misa frecuente ni siquiera semanal, pero oye, al menos están bautizados, así que, como diría él mismo ¿quién soy yo para juzgar? Sí que parece claro que algunas ovejas tienen más fácil desmandarse que otras bajo este pontificado, y los que fatalmente nos hemos desmandado, esperemos que sólo de momento, tampoco recibimos un mensaje demasiado nítido sobre lo que efectivamente hemos hecho. A lo mejor estamos más dentro que fuera, o más fuera que dentro; es más difícil de discernir que en los buenos tiempos en que lo blanco era blanco, y lo negro, negro.
En cualquier caso, con estos antecedentes, mi entusiasmo para asistir a los eventos del viaje no era demasiado elevado. Bueno, en realidad, con "los eventos del viaje" me refiero únicamente a la misa masiva del estadio de Heysel, que hoy se llama del Rey Balduino, porque la celebración en la Universidad Católica de Lovaina no estaba entre mis posibilidades, y mucho menos las reuniones con jesuitas que ha estado manteniendo y que, por lo visto, mantiene allá donde va.
Tuve ocasión de ir, lo reconozco, y no la aproveché, aduciendo que prefería dejar la entrada a alguien que quizá la necesitara más. En Bruselas, Heysel está lo más lejos que se puede estar de Uccle y, aunque la misa empezaba a las diez de la mañana, había que estar allí a las ocho y media. La misa acabaría a las doce y se nos hizo saber que contáramos con dos horas para salir del estadio. Creo que, si hubiera sido para ver a Juan Pablo II o a Benedicto XVI, hubiera ido, pero no estaba muy seguro de recibir un mensaje suficientemente relevante y, de todas formas, a las dos tenía que estar en algún lugar de Overijse actuando con mi equipo. Como el campo se llenó, todo apunta a que hice bien, porque mi plaza la ocupó alguien más devoto que yo y esa gente merece respeto. Cuarenta mil personas, que se dice pronto, pasaron la mañana enterita en Heysel asistiendo a una misa de campo, más que de campaña.
El problema consistió en otra cosa. Vale, yo me había excusado de ir a la misa del papa, pero eso no quería decir que fuera a ignorar el mandato dominical. El sábado no pude ir porque estuve de excursión (eso es otra entrada, por cierto), el domingo por la mañana, sorpresa, todas las misas de Bruselas (y de varios lugares de fuera) fueron canceladas y, como mucho, reemplazadas por la retransmisión de la misa del papa en una pantalla, con distribución de la comunión, sí, pero no tengo claro que eso sea realmente una misa.
Quedaba el domingo por la tarde. El domingo por la tarde no es sencillo encontrar una misa en Bruselas, pero uno siempre puede confiar en la misa de las ocho de la tarde en la Viale Europe, que recoge a todos los fieles rezagados y despistados del fin de semana y que, como cualquiera supondrá, es frecuentada por un número razonable de españoles ¿Que siempre puede confiar uno, he dicho? Pues no. Es verdad que no había mucha gente por allí, pero había gente esperando que comenzara la misa, hasta que un acólito dijo que no la habría y se ofreció, al menos, a organizar una exposición del Santísimo y adoración allí mismo, cosa que hizo.
Vamos, yo entiendo que hacen falta muchos sacerdotes para atender a los cuarenta mil de Heysel, y que esos mismos sacerdotes también querrían asistir a la visita de Francisco acompañando a los feligreses de sus parroquias que se hicieron con entradas, pero, claro, si el precio a pagar es que en un domingo sólo se organice una misa de verdad, la del papa, en toda la ciudad de Bruselas, me parece un poco excesivo.
Total, que precisamente cuando el papa viene a Bruselas, yo me he quedado sin ir a misa.
En cuanto a la visita en sí misma, no me he enterado demasiado. Si uno lee la prensa belga, parece que sólo se habló de los abusos a menores y de la ordenación de mujeres. Bueno, y del cambio climático. Con estos asuntos de conversación, no parece probable que se aborde la situación calamitosa de la iglesia católica en Bélgica, ese cascarón que sobrevive a duras penas en reductos muy puntuales, mientras los que la han llevado hasta donde está ahora siguen haciendo las mismas cosas que han hecho siempre y cuyo resultado está siendo la desaparición de la fe en este país en el que vivo.
Pero eso ya ha sido tratado en muchas otras ocasiones y no es cuestión de repetirlo una y otra vez, y menos hoy, que se hace tarde.
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