sábado, 23 de septiembre de 2023

Día sin coches

El domingo pasado fue el día sin coches en Bruselas. Creo que en Valencia había un fenómeno similar, por lo menos mientras gobernó Compromís el ayuntamiento, pero igual ha pasado ya de moda, vaya usted a saber. Me parece que ahora en Valencia lo hacen en otro día, mientras que en Bruselas no se quieren hacer mucho daño y, por eso, lo hacen en domingo, dando razones a quienes abandonan la ciudad de estampida por no poder prescindir del vehículo de motor.

Aquí, el día sin coches es eso que parece, o casi, porque sí que hay coches que circulan, aunque son pocos. Taxis, autobuses, ambulancias, coches de policía y alguna furgoneta de reparto, vamos, los que más molestan en los días de diario.

Como el día únicamente es sin coches, es lógico que el resto de los vehículos no se sientan aludidos. De esta forma, hay más bicicletas que nunca, incluyendo aquí a gente que sólo las usa un día al año (precisamente el día sin coches, claro) y que van haciendo eses por las calles intentando mantener el equilibrio con mayor o menor éxito. También está el típico padre que ha decidido que, como no hay coches, es el día para enseñar a su retoño a montar en bicicleta, y qué mejor sitio que la calle, que hoy debería estar vacía, toda para él. Y ahí está el niño con su microbici atravesando la calle en cualquier sentido, a despecho de quienes, incluso hoy, circulamos por ella y tenemos que hacer equilibrios para no atropellar al niño, que ya podía el padre enseñarle a montar en bici en algún lugar más seguro y cerrado a todo tipo de tráfico.

Y sí, la calle debería estar vacía.

Pero no. Hay otra cosa que tampoco se da por aludida en los días sin coches, y son los patinetes eléctricos. Si ya de por sí son una murga acelerada de gente poco empática que van zigzagueando por las calles y provocando maldiciones de quienes tienen la desdicha de coincidir con ellos sobre el asfalto, en el día sin coches ya son la repera. Viva la Virgen y ancha es Castilla. Hacen de su capa un sayo y, si alguien se topa con ellos, pues ya se apartarán. Total, que el incauto que los sufren acaba pensando que quizá podían ampliar el día sin coches a todo tipo de vehículos accionados por un motor, aunque sea eléctrico o, al menos, ¿para cuándo el día sin patinetes?

En fin, que el día sin coches es un asco. Si tienes coche, porque no puedes usarlo y te toca desplazarte a pie o en transporte público, y se nota que no estás acostumbrado y eres más torpe. Y, si sustituyes el coche por la bicicleta y la desempolvas para sacarla ese día por primera vez desde el mismo día del año anterior, pues entonces ya olvídate. Y, si eres ciclista habitual, el día sin coches podrás ir como de costumbre, vale, pero te vas a topar con una manada de zoquetes circulando como no saben, y milagro será que no te lleves un morrón del quince.

Al día siguiente, incluso ese mismo día a partir del anochecer, las cosas vuelven a la normalidad. Uno se acuerda, en estos casos, del famoso comienzo del Manifiesto de los Persas, en que una serie de diputados pidieron a Fernando VII, con todo éxito, que pusiera orden en las Españas y que mandara a los liberales a la ilegalidad de donde no debieron salir nunca más: Era costumbre en los antiguos Persas pasar cinco días en anarquía después del fallecimiento de su Rey, a fin de que la experiencia de los asesinatos, robos y otras desgracias les obligase a ser más fieles a su sucesor.

Pues algo así es el día sin coches, salvo que los persas se tomaban cinco días de anarquía y aquí nos conformamos con uno. Supongo que sus promotores pretenden hacer ver que es posible prescindir del coche en el uso diario y sustituirlo por otros medios de transporte; también supongo que, dado el desastre que acontece ese día, no han conseguido ni un solo converso y que, si alguien ha resuelto abandonar el coche, no será por el día en cuestión, sino que se debe a lo difícil que es aparcar y a los atascos que retardan los desplazamientos en los días ordinarios. Sea como fuere, yo salí a hacer lo que tenía que hacer, volví a casa en cuanto pude, aparqué la bicicleta en el garaje y ya no salí de casa hasta que, el lunes por la mañana, la calle quedó libre de peatones descuidados, de patinetes insoportables y de ciclistas primerizos.

Y qué alivio...

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