Bueno, pues ya hemos llegado al día de Nochebuena. Sinceramente, yo esperaba que esta fuera la entrada número mil quinientos de esta bitácora, pero no ha podido ser, a despecho del buen ritmo que estaba llevando hasta entrado noviembre. Sin embargo, el final de año ha sido duro tanto en el frente laboral como en el académico, y no me ha dejado tiempo para veleidades literarias. Yo no sé qué pasa, pero todo quisqui se deja sus miserias para el último mes del año, lo cual obliga a quien más, quien menos, pero desde luego a mí, a dejarse las pestañas si quiere irse de vacaciones con la conciencia tranquila. Si a eso añadimos mi inconsciencia al inscribirme en un máster a distancia, con tareas a realizar en plazos perentorios e improrrogables, pues ya tenemos el belén montado, y en ningún momento mejor dicho que en estas fechas.
De hecho, estoy escribiendo esta entrada, que ya digo que no es la milésima quincentésima, sino la milésima cuatrocentésima octogésima sexta, que tampoco está tan mal, y lo estoy haciendo con un sentimiento de alivio por haber podido entregar dos trabajos el día de ayer. Me hubiera gustado mejorar algo la presentación y algo del contenido, pero no tenía tiempo para esas zarandajas y los entregué en el estado apenas presentable en que estaban anoche. La alternativa hubiera sido un suspenso inmisericorde, tanto en convocatoria ordinaria como extraordinaria, lo cual me lleva a algunas reflexiones sobre el modelo universitario español del siglo XXI, pero eso es materia de otra entrada.
La de ésta es la Navidad, que deseo muy feliz a todos los lectores de la bitácora que todavía no la hayan abandonado (y a los otros, también, suponiendo que lleguen a enterarse). Si Dios me da tiempo, arrestos y fuerzas, espero recobrar la regularidad de antaño, aunque ya sé que escribo lo mismo todos los años y no termino de cumplirlo salvo en algún arranque en que coinciden la disponibilidad temporal y la inspiración. Este año apenas he salido de casa o de la oficina en diciembre, así que no estoy muy puesto en cómo las autoridades de los distintos municipios manejan la transformación de una fiesta religiosa en una civil. En Bruselas, el gobierno municipal sigue poniendo en la Grand Place un nacimiento, además del espectáculo de lucecitas que cada año va mejorando, de modo que, supongo que a regañadientes, reconoce que la festividad tiene que ver con lo que pasa en el pesebre que se alza sobre el suelo del lugar más reconocible de la ciudad.
Comoquiera que eso es lo que se conmemora esta noche, animo a los lectores a que, después de la cena de Nochebuena, y aunque sea para bajarla y digerirla sin demasiados empachos, se acerquen a las misas de Gallo de medianoche que haya donde residan. Por esos avatares de la vida, me ha tocado pasar estos días en la capital de España, he buscado dónde hay misa a medianoche y no creáis que la cosa está sencilla. Me estoy encontrando con misas de Gallo a las siete, a las ocho e incluso una, que yo no sé en qué estará pensando el párroco en cuestión, a las cinco de la tarde. Finalmente, fuera de la de la Catedral, que la verdad es que me pilla lejos, he tenido la fortuna de encontrar una posibilidad a cosa de media hora andando desde mi casa, o diez minutos en bicicleta. Me doy con un canto en los dientes.
Nos estamos haciendo blandengues ¿Qué es eso de celebrar misa de Nochebuena a media tarde? Nuestros abuelos, que serían toscos e incultos, pero no les importaba sacrificarse por lo que realmente importa, no hubieran entendido cosas como ésas. Mis abuelos paternos, sin ir más lejos, eran religiosos a su manera, una manera por cierto no muy ortodoxa, pero iban a misa dos veces al año: Todos los Santos y misa del Gallo, obviamente a las doce de la noche. Nunca supe por qué precisamente ésas dos, pero, si sería importante para ellos la misa del Gallo, que era una de las dos veces al año que dejaban su casa, fría, enorme, destartalada y situada en una esquina aislada del pueblo, para recorrer el kilómetro aproximado que les separaba de la iglesia parroquial.
Pues a eso voy yo esta noche, si Dios quiere y nada se tuerce. No es sólo, que también y sobre todo, un acto de culto: también es un acto de respeto a la Tradición de nuestros mayores, que no hubieran entendido esta moda de católicos light de ir a misa a media tarde para luego hincharse a turrón, como si los partos tuvieran lugar a media tarde, cosa que, los que tenemos hijos, sabemos que no es lo más habitual.
Amén, pues, ¡y feliz Navidad a todos!
¡Feliz NAVIDAD! La juventud se pierde, ¡cómo se pierde! Pero, en cualquier caso, no importa el número, importa la voluntad ante todo, y la calidad, de la que su bitácora rebosa. Persevere, por favor.
ResponderEliminar¡Feliz Navidad! Y gracias por seguir en la brecha. A por el 23 y lo que tenga que depararnos
ResponderEliminarFeliz Navidad Alfor, espero que hayas sobrevivido con éxito, aunque todavía queda... Estaba pensando que empecé a leerte antes de conocer a mi mujer, y lo sigo haciendo después de divorciarme, esto ya adquiere dimensión épica, como la misa del Gallo a las 0:00. Mira, está aquí mi padre que estuvo en el seminario y por suerte para mí le expulsaron, es muy religioso... Dice que las misas esas por la tarde son "Misa víspera de Navidad" y la del "Gallo" es mínimo a las 23:30.
ResponderEliminarUn abrazo, Lluís
Fer Sólo Fer, ¡a la orden!
ResponderEliminarAnónimo, así sea.
Lluis, tu padre tiene toda la razón, pero parece que aquéllos a quienes no expulsaron del seminario no acaban de entenderlo, excepto un grupo de presbíteros más ortodoxos que no quieren dar gato por liebre. Lamento lo de tu divorcio, que nunca son buenas situaciones y derivan más a menudo de lo deseable en esas "dimensiones épicas" que mencionas, sólo que con poco de heroísmo. Ánimo y que 2023 mejore las cosas.