En el otro lado del cuadrilátero estaba el ejército ruso al mando del príncipe Grigori Romodanovsky, ayudado por los cosacos, pero los de la cuenca izquierda del Dniéper, mandados por su hetmán, Yakim Somko, y luego por Briujovetsky.
Por supuesto, los cosacos de las dos orillas del Dniéper también se peleaban entre ellos, esta vez sin necesidad de cooperación ni de rusos ni de polacos.
Hacia la mitad de la década, ambos contendientes comenzaban a estar sonados de tanto pegarse. En 1667, se firmo la tregua de Andrúsovo, por un plazo de treinta años y medio, que ya es capricho. Rusia se quedó con la cuenca izquierda del Dniéper, y con la ciudad de Kíev. Los cosacos zaporogos, que eran difíciles de domar, quedaron bajo una especie de soberanía conjunta ruso-polaca, supongo que tras reconocer que, pactaran lo que pactaran, a los zaporogos les iba a dar lo mismo. Los polacos se quedaron con la cuenca derecha del Dniéper, con Bielorrusia y con los avances que los rusos habían tenido en Lituania. Los cronistas rusos se quejaron amargamente de esta tregua, porque pensaban que podían sacar más, pero que el diplomático ruso que negoció la tregua, Afanasiy Ordin-Nashokin, no se tomó las negociaciones con interés ¿Y por qué? Pues porque estaba más interesado en llevarse bien con los polacos, con el fin de ganárselos para pegarse con lo que él consideraba el verdadero peligro para Rusia, que eran los suecos.
Ordin-Nashokin es el señor de la imagen que ilustra esta entrada y, no sé a vosotros, pero si le quitamos la barba a mí me parece que tiene un aire a Serguey Lavrov, el actual ministro de Asuntos Exteriores ruso. En todo caso, a Ordin-Nashokin no habría que juzgarlo muy severamente, porque casi toda su carrera se la había pasado guerreando o negociando con los suecos. Para él, el objetivo crítico de Rusia no era tanto el Mar Negro, como obtener una salida al Báltico. Efectivamente, pocos años después Pedro I le daría la razón, pero Ordin-Nashokin, para entonces, ya se había reunido con el Creador.
Los años posteriores a la tregua de Andrúsovo no fueron tampoco muy pacíficos. Los hetmanes se sucedían, con posiciones propolacas o proturcas y, en el mejor de los casos, se convertían en aliados de los rusos, pero en unos aliados muy poco de fiar. En Rusia, que, al fin y al cabo, tenía la soberanía sobre una parte del territorio, por más que fuera más nominal que otra cosa, se formó el consejo de Rusia Menor. Rusia Menor, o Malorusia, es Ucrania, y ya se ve que los zares seguían el sistema de consejos, como los Austrias españoles de la época. Este consejo decidió controlar el territorio por medio de espías y agentes secretos, lo cual nos indica que las cosas no han cambiado apenas desde el siglo XVII, y se puso a tratar de ganar la confianza de los cosacos occidentales, entre los cuales no había pocos que simpatizaban con Rusia. Más o menos como hoy mismo.
Con el tiempo, los polacos de Juan Sobieski lo empezaron a pasar mal contra los otomanos y tuvieron que cederles una parte del territorio del sur de Ucrania, con lo que uno de los nuevos hetmanes, Piotr Doroshenko, simplemente aceptó la soberanía turca. Los rusos, ahora sí, olieron la debilidad y se lanzaron al ataque contra los turcos: en 1676 se fueron a por Doroshenko, que tuvo que capitular. Una muestra de que perro no come perro en Rusia es que a los tres años de su rendición, Doroshenko estaba tranquilamente en Vyatka (hoy Kírov, creo) en calidad de voivoda local. Haría más frío que en las orillas del Mar Negro, vale, pero Vyatka era una de las regiones rusas más ricas de la época. Eso los rusos lo han hecho históricamente muy bien: el último Rey de Polonia, víctima de los repartos, Estanislao Poniatowski, también terminó bien colocado en la corte imperial rusa de su época. No sé si hoy día, tras siete décadas de comunismo implacable, les habrá cambiado el carácter.
En la campaña de 1677, los rusos y los cosacos aliados con ellos, ya con ejércitos de más de cien mil hombres, consiguieron repeler el contraataque otomano. Finalmente, tras unos tira y afloja diplomáticos del quince, en 1686 Rusia y Polonia firmaron en Leópolis un tratado de paz que confirmó la tregua de Andrúsovo, pero no para treinta años y medio, sino para siempre.
No está de más subrayar las palabras con las que termina este capítulo de la Enciclopedia Infantil de Historia: De esta manera (el tratado de Leópolis) la cuestión de la decisión definitiva sobre el destino de Ucrania y Bielorrusia se retiró del orden del día hasta el siguiente siglo, el XVIII.
Y, no es por nada, pero la "decisión" fueron los repartos de Polonia, una de las marranadas más sucias que se han producido en la Historia, en la que Rusia, con la complicidad de Prusia-Alemania y Austria, hicieron cachitos la monarquía polaco-lituana e hicieron desaparecer Polonia prácticamente hasta 1919, con un par de períodos intermedios poco pacíficos.
Pero eso es otra historia, que habrá que contar en otra ocasión. Por lo que respecta a esta, nos podemos quedar con la copla de que Rusia considera que es su deber unificar a los eslavos orientales, e incluso a todos los eslavos ortodoxos, y que para conseguir ese fin no repara en medios: guerra o reparto. En cuanto ve la posibilidad y un adversario débil (creo que la calamitosa salida de los gringos de Afganistán ha debido subrayarla más de uno en su cuaderno), Rusia ataca, y cuando Rusia ataca, lo hace a fondo.
Vamos a ver si no hemos de esperar más tiempo a tomar una "decisión definitiva sobre el destino de Ucrania y Bielorrusia". Porque los autores de la Enciclopedia Infantil de Historia parecen insinuar que cualquier decisión sobre esos dos países que no consista en su incorporación a la Federación de Rusia no es definitiva.
Así, no hay manera de que se haga tarde.
Estupendas estas tres últimas entradas, enhorabuena.
ResponderEliminarAnte sucesos como los que se están viviendo uno se queda bloqueado, entre el desconocimiento del fondo y las noticias difícilmente imparciales que llegan a borbotones. Lecturas como estas hacen entender mejor la situación, cosa que, aunque no sirva para aplacar la angustia, tiene un efecto extrañamente calmante.
Un saludo.
Gracias Alfor por dedicar tu tiempo a contarnos estas cosas.
ResponderEliminarYo no he vivido ni en Rusia ni en Ucrania, un poco en Alemania, y tenían lazos con la facultad de agronomía de Kiev, y ahora tengo bastantes alumnos ucranianos, hay una colonia importante en la costa alicantina.
Mi impresión es que los jóvenes están en algo ya totalmente diferente, la acción de Putin y que sí Rusia, los eslavos... Les suena como a muy antiguo...
Millanga, pues me alegro de que tenga efecto calmante, pero vamos, que a los que están sobre el terreno no creo que les calme nada.
ResponderEliminarLluis, a los jóvenes ucranianos residentes en Alicante y educados en España es normal que les suene antiguo todo eso, pero me temo que la educación en Rusia (en Ucrania no sé) tiene un elemento importante de exaltación patriótica, y no digamos cuando se acerca el 9 de mayo. No me extraña un pelo que Putin se haya apresurado a acusar a los gobernantes ucranianos de nazis, sabiendo el efecto que eso puede tener en una población que, si de algo está orgullosa, es de haber vencido al nazismo (el de verdad, no estos sucedáneos).