lunes, 9 de agosto de 2021

Carlos el Temerario

Suele pasar que un soberano monta una estructura del quince y administra sus territorios de narices, sin meterse en líos ni guerras, para que llegue su sucesor y se eche al mundo por montera, dejando sus estados earrasados, si le va mal o, si resulta que es un genio y nadie le tose, mejorando incluso la situación. Un ejemplo palmario de lo segundo lo tenemos, por ejemplo, en Prusia, con un rey como Federico Guillermo I, el "Rey Sargento", que le dejó un reino cincelado a su hijo después de un par de décadas de paz en que dejó Prusia con un ejército impecable y una administración milimétrica. En este caso, tuvo la suerte de encontrarse con que su hijo, que sí usó profusamente el ejército, era una especie de genio que no en vano ha pasado a la historia como Federico II, el Grande.

En España, las cosas no fueron tan bien, y por eso tenemos más casos de lo primero. Lo más parecido son las dos décadas de relativa paz bajo Felipe III, a las que sucedió un reinado enormemente belicoso bajo su hijo Felipe IV, que por alguna razón difícil de explicar también tiene el sobrenombre de "el Grande", pero desde luego no debería ser por sus éxitos políticos y militares, sobre todo a partir de 1640. Hay otro ejemplo inmediatamente posterior, pero en general podemos decir que España no ha tenido suerte con quienes, después de un período de paz, han tomado el camino de las armas.

En Borgoña, Brabante y todo ese conglomerado de tierras que había reunido Felipe el Bueno, el ejemplo viene ahora. Al gobierno básicamente pacífico y próspero de Felipe el Bueno, le siguió el de uno de los personajes más inquietos de este siglo, al que, además, le salió un adversario nada caballeroso y muy h*j*p*t*, como era el rey de Francia, Luis XI. Lo que son las cosas: si cambiamos el orden de los números romanos nos encontramos con Luis IX, más conocido como San Luis, que era obviamente un tipo modélico, mientras que Luis XI era totalmente lo contrario, y no sólo en el orden de los números romanos.

El personaje inquieto era Carlos el Temerario, un tipo fundamentalmente belicoso que se puso como objetivo que hubiera continuidad geográfica entre sus dominios, dispersos entre lo que hoy son los Países Bajos y la frontera actual con Suiza, con un montón de tierras intermedias que no dominaba, que hoy se conocen como Alsacia y Lorena y que han puesto en pie de guerra a alemanes y franceses durante siglos. Una vez conseguida la continuidad geográfica, la idea de Carlos era convertirse en rey. El vasallaje con respecto a Francia no estaba resuelto. Felipe el Bueno había conseguido librarse del vasallaje a título personal, pero no quedaba claro si esto era aplicable para sus sucesores. Obviamente, Luis XI pensaba que no, y Carlos el Temerario pensaba que sí.

Lo malo es que Luis XI conocía Borgoña como la palma de su mano. Un intrigante como él había terminado por enemistarse con su padre, Carlos VII, y había terminado por refugiarse en la corte borgoñona de Felipe el Bueno, que realmente debía ser bueno, porque recibió encantado a su sobrino lejano y le pasó una pensión generosísima, ante la sorpresa de Carlos VII, que dejó dicho que su primo Felipe había cobijado a un zorro que, llegado el tiempo, le comería los polluelos. Está claro que Carlos VII sabía de qué hablaba. Luis XI, al que se conocía como "la Araña", no paró de tejer conspiraciones durante todo el tiempo que pasó en la corte de su tío. Cuando murió Carlos VII, dijo adiós muy buenas y tomó posesión del trono francés.

De momento, pareció que en la rivalidad iba ganando Borgoña. Carlos se puso al frente de los descontentos con el rey de Francia, que respondió pagando a los rebeldes de Lieja; pero lo hizo en tan mal momento que Carlos lo hizo prisionero y le obligó a presenciar cómo arrasaba Lieja. Pero luego las cosas se torcieron. Después de llevar a Borgoña a su máxima expansión, sometiendo tierras y poniendo obispados bajo su tutela, Carlos el Temerario, con su ejército profesional compuesto en buena parte por caballería pesada, fue derrotado por los piqueros suizos, que ya serían los amos en el campo de batalla durante los siguientes cincuenta años, hasta 1522. Todavía prosiguió la campaña en el año siguiente, hasta ser derrotado y muerto en el asedio de Nancy, dejando una hija soltera, pero casadera, de veinte años, una situación económica catastrófica después de tanto años pagando guerras, y un enemigo tan malo como Luis XI frotándose las manos y con unas ganas enormes de recuperar territorios en el norte y en el este de Francia. Parecía que las cosas se ponían de color hormiga para Borgoña.

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