viernes, 18 de diciembre de 2020

I wanna Grezzi (de nuevo)

Ya sé que no es la primera vez que me pongo con este tema, pero es que me resulta apasionante. Soy ciclista, y espero que por muchos años, y serán muchos años si no tengo ningún percance serio, cosa que será más probable que suceda si hay unas infraestructuras como es debido. He pedaleado en España, en Alemania, en Rusia, un poquito en Francia (parte alsaciana) y ahora pedaleo en Bélgica, sobre todo cuando no hay pandemia que me ponga en teletrabajo forzoso.

España (y no sólo España, seamos serios) es un país en el que, si vas en bicicleta, te etiquetan de progresista, ecologista y muchas cosas a cual peores, ninguna de las cuales soy. Da la impresión de que todo vaya junto, y digo yo que se podrá ser ecologista, y progresista, y no obstante moverse en coche, y no es que se pueda, es que conozco más de un caso y más de dos de ecologismo hipócrita, igual que los hay que progresismo de salón y de vegetarianos que comen jamón de vez en cuando, a escondidas, como un vulgar pecador de la pradera de la religión que se han montado.

De igual modo, se puede ir en bicicleta no por un respeto reverencial por el medio ambiente, ni por luchar contra el capitalismo, sino simplemente porque ir en bicicleta mola, incluso cuesta arriba. Bueno, lo de cuesta arriba sin pasarse.

Mola más todavía cuando puedes circular despreocupadamente, sin temer demasiado que venga un vehículo monstruoso y te lleve por delante. Por eso, cuando leo nuestro panfleto regional valenciano, leo que Grezzi ha vuelto a hacer de las suyas, pero esta vez se ha cortado mucho, y ha montado un carril bici en la Gran Vía Fernando el Católico, en el cap i casal, aunque en la calzada y junto al carril bus, del que no está segregado. Hasta los ciclistas, según "Las Provincias", critican esta vez a Grezzi, o bien "Las Provincias", que ya sabemos que a Grezzi le tiene ojeriza, ha escarbado hasta encontrar un ciclista que critique a Grezzi.

Conozco cada metro de la Gran Vía Fernando el Católico. Durante años fue mi camino de vuelta a casa después de las clases de ruso en la Escuela de Idiomas. En aquellos tiempos feroces, ni siquiera me cabía en la cabeza que pudiera haber un día un carril bici por allí. Además, en mi clase hubo un año un tipo bastante cretino, repeinado y estudiante de Derecho, que no pegaba ni con cola entre aquella panda de peludos que estudiábamos ruso, y que iba con una bicicleta de montaña, cuando apenas existía tal cosa, con no sé cuantas marchas y una aerodinámica que dejaba tieso a cualquiera. Yo llevaba un modelo de frenos de varilla, que distraje de la herencia de un tío abuelo, que llevaba lustros criando polvo en un corral, que los herederos me cedieron con una mezcla de conmiseración y asco, y que fue mi medio de transporte durante mi último año en Valencia, que sigo considerando uno de los años más felices de mi vida. Los piques en bicicleta con mi pijérrimo compañero de clase, que debía vivir por mi zona, eran de órdago, y el teatro de las operaciones era el carril bus de la Gran Vía Fernando el Católico, con su asfalto horadado y desnivelado a fuerza de soportar autobuses de dos cuerpos, camiones y todo tipo de maquinaria como pasaba por allí en aquel entonces, y que, a veces, me pasaba a mucho menos del metro y medio de distancia que, ya entonces, debía respetar al adelantarme. Qué digo metro y medio, ojalá hubiera sido la mitad. En ese contexto, dos estudiantes de Derecho y de Ruso se las tenían tiesas con sus respectivas bicicletas, uno con mejor material rodante que el otro, el cual, sin embargo, a base de orgullo, entrega, y encontrando atajos más cortos que la línea recta, a pesar de Euclides, a veces obtenía ventaja.

Los nietos de aquellos dos ciclistas podrán disfrutar de recorridos menos peligrosos. Porque, si salí no sólo vivo, sino indemne, de aquel año, ello tuvo que ser debido a la milagrosa intervención del ángel de la guarda. No hay otra posibilidad.

En cuanto a que sea un carril no separado del resto del tráfico, e interrumpido por quienes, con todo su derecho, quieren acceder a los autobuses y taxis que circulan por allí, pues qué se le va a hacer. De momento, hay esperanzas para que el asfalto mantenga al menos una apariencia digna, y no los socavones que me ha tocado vivir. Y luego, si comparo con Bruselas (o con Madrid, que yo no sé cómo no fallecen más ciclistas en Madrid, con los carriles suicidas que hay), ya me gustaría en Bruselas tener más carriles como el que veo en las fotos, pulcramente pintado de rojo. Aunque las cosas están empezando a mejorar, el carril bici bruselense más habitual es una bicicleta con una flecha pintada en blanco sobre el asfalto, y allá te las compongas. Sólo últimamente el gobierno socioecologista se ha puesto las pilas con los carriles bici.

Tengo ganas de probar el carril bici de Fernando el Católico, ya abierto al público. Si Dios quiere, tendré la posibilidad dentro de unos días. Lo más probable es que me entre un poco de morriña de aquel año que rodé peligrosamente, pero lo cierto es que todo lo que me recuerda aquel año me produce un poco de morriña, quizá porque los humanos tenemos la tendencia de recordar las cosas buenas, y aquel año hubo muchísimas, y olvidar las malas, que también las hubo. 

Entretanto, me quedan unos días de circular -poco- por los carriles bici sin segregar característicos de la región de Bruselas, lo cual me debería recordar mucho más mis piques con mi conmilitón que el relativamente aséptico recorrido en que seguramente se habrá convertido la Gran Vía. Pero eso será en otro momento, porque ahora se hace tarde, y mañana me toca madrugón.



No hay comentarios:

Publicar un comentario