Desde hace unos días, España entera se considera en Bélgica como zona roja, como si los republicanos hubieran ganado la Guerra Civil. Es posible que el actual gobierno español, de estructura similar al del Frente Popular de 1936, permita establecer paralelismos en este sentido, pero lo que está detrás es la evolución de la pandemia en España. Y es que la razón de esta colorida calificación consiste en el sistema que el gobierno belga utiliza para controlar los movimientos de quienes atraviesan la frontera belga, en uno u otro sentido. El gobierno belga, pues, ha instaurado un sistema semafórico, y divide el globo terráqueo en zonas verde, naranja y roja. Con las zonas verdes no tiene problema alguno, con las zonas naranja tiene algunas reticencias, y emite recomendaciones de guardar cuarentena y hacerse pruebas (pero sólo son recomendaciones). Con las zonas rojas no hay piedad: si has estado allí en los últimos catorce días, debes guardar cuarentena obligatoria y hacerte pruebas (se supone que a tu costa y, si no, no haber ido, se siente). Más te vale tener ayuda o vituallas para dos semanas.
Cuando me fui a España, los belgas la habían hecho multicolor. Había zonas verdes, zonas naranja y zonas rojas, como las provincias de Barcelona y Lérida, el País Vasco, la Rioja, y alguna otra, pero yo no pensaba pasar por ninguna de ellas. Lo que a mí me interesaba, que era Madrid y Valencia, estaba en zona naranja; pero fue salir de Madrid (por donde pasé lo justito para aterrizar y tomar la A-3) y ponerla los belgas en zona roja, como si el general Miaja hubiera vuelto a resistir a los nacionales.
En el Reino de Valencia, los belgas se contuvieron de momento. Valencia y Castellón eran zona naranja, cosa que a los valencianos no sólo no nos importa, sino que nos llena de orgullo y satisfacción, porque el naranja, y la naranja, son cosa nuestra. Alicante seguía de verde, aunque pasó rápidamente a naranja, porque en España dejó de haber zonas verdes en absoluto. Pero, ha sido volver a Bruselas, justo a tiempo, y ya tenemos toda España de rojo. Un poco más, y me hubiera tocado catorce días de confinamiento riguroso (menos mal que dispongo de vituallas y, gracias al jardín, incluso de productos frescos), y pruebas obligatorias.
A todo esto, allá donde yo he estado en España, y contagios aparte, la gente, en general, llevaba la mascarilla puesta a rajatabla y yo no sabría decir de dónde viene tanto contagio. En Bruselas, donde el número de contagios se ha desbocado a niveles próximos, si no superiores, a los españoles, es obligatoria la máscara desde mitad de agosto, a no ser que estés haciendo deporte o trabajando en el tajo, con lo cual esperaba yo una disciplina más o menos razonable al volver de las vacaciones.
Que si quieres arroz, Catalina.
Aquí la mascarilla, no diré yo que no se la pone nadie, porque tampoco sería verdad, pero sí que hay amplias capas de la población que la ignoran completamente, así como ignoran completamente la distancia social y que hay virus en este mundo. El sábado, poco después de volver, salí al bosque a trotar un rato, obviamente sin mascarilla, porque estaba haciendo deporte. Me encontré con la sorpresa de que alguien, no sé quién ni quién le dio permiso, había organizado una carrera.
¡Una carrera! En España, y en Valencia más en concreto, absolutamente todas las carreras se han suspendido hasta nueva orden, incluyendo auténticos símbolos icónicos como el Gran Fondo de Siete Aguas; y ojo, estamos hablando de Valencia, donde la afición a correr es enorme y cada fin de semana, prácticamente todo el año, puede uno elegir entre varias carreras populares. Este año, el Covid ha hecho añicos todo esto, porque guardar la distancia social en una salida de una carrera a pie (y en una meta, y en buena parte del recorrido) es absolutamente ilusorio. Pues van los belgas y, para chulos ellos, se montan una carrera en pleno pico de rebrotes.
No tengo ni que decir que mascarilla no llevaba ni uno, y que, si guardaban la distancia, era a veces y porque no podían acercarse a quien fuera delante por falta de resuello, no de ganas. Ni siquiera se habían molestado en cortar caminos, lo cual ya me indica que muy oficial no tenía que ser aquello; seguí con ellos un rato hasta que, a Dios gracias, tomaron por una trocha diferente de la mía y seguí por mi cuenta. Joroba, hasta una tienda de avituallamiento habían plantado poco después.
Si ya los corredores demostraban un índice de lucidez manifiestamente mejorable, lo de las patrullas caninas es para echarles de comer aparte. A los perros, claro, pero también a los dueños.
Ya dando la vuelta hacia casa, me encuentro con un nutrido grupo de perros con sus dueños, que evidentemente se reúnen los sábados por la mañana para pasear en manada. No tengo nada en contra de semejante afición, y más si se ejerce en el bosque, en que hay sitio para todos... menos por donde pasan ellos. Formaban un grupo tan compacto que no me dejaban pasar, cosa que normalmente hubiera podido hacer sin problemas si ellos hubieran guardado el metro y medio de distancia al que están obligados. Tururú. Y la mascarilla, otro tururú. Ni los dueños llevaban mascarilla, ni sus dueños bozales, ni me prestaban la menor atención cuando les pedía paso. Tentado estuve de simular que tosía.
En fin, que en Bruselas el índice de contagios está tan desbocado como pueda estar el español, y un alto porcentaje de la población passsssa ampliamente de la obligación de respetar la distancia social y no digamos de llevar mascarilla, ante la indiferencia de la policía, que sólo está por lo visto para multar coches mal aparcados. Han abierto los colegios, y la única medida que se ha adoptado es que los alumnos y profesores deben llevar mascarilla; por lo demás, clases abarrotadas y obligación de asistir. El otro día sorprendí a un grupo de adolescentes con sus mochilas sentados a la entrada de la casa del vecino, con las mascarillas protegiéndoles el codo, abrazándose y compartiendo patatas fritas ¿Quién habrá sido el iluso que pensó que los chicos iban a llevar la mascarilla un solo minuto al salir de clase?
Pero la zona roja somos nosotros.
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