Este verano pasado escribí alguna que otra entrada, pero sólo publiqué algunas de ellas, no soy capaz de explicar por qué. Haciendo limpieza entre mis archivos, he encontrado el texto de una de las que no publiqué, y la verdad es que expresa muy bien mi estado de ánimo, no tanto el del retorno del verano, que también, sino sobre todo el actual. Y es que ahora mismo estoy de vacaciones, tras un último mes un tanto ajetreado, que me ha llevado del centro a la costa de la Península, con un fugaz paso de tres días por Bruselas, que, por cierto, han sido los tres días más complicados de toda mi carrera profesional. Esto es, pues, lo que escribí en verano y sólo publico ahora, cuando en Madrid, ciudad en la que me encuentro, hace más frío que en Bruselas y el grajo ni siquiera vuela bajo, sino que directamente va andando por la calle.
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Volver a Bruselas después de las vacaciones es una experiencia mejorable. Y no es que las vacaciones hayan sido una experiencia sin parangón, no. En realidad, Valencia me recibió con máximas de cuarenta grados y ponentà extrema, que es probablemente el peor de los mundos posibles, y sólo superado por la misma situación, pero con incendio forestal en las inmediaciones. Gracias a Dios, esta parte no se produjo.
Aún así, ha habido momentos muy buenos durante las vacaciones, temperatura aparte. Ver a los amigos de la infancia, y a los parientes próximos que me van quedando, es siempre una bonita experiencia. Volver por unos fines de semana al mundo de las carreras populares y ver que sigo estando en una forma física muy aceptable es bueno para la moral. Y no digamos jugar un torneo individual de ajedrez por vez primera en los últimos... veintidós años ¡Cómo pasa el tiempo! Lo del torneo es asunto aparte, sobre todo el resultado, manifiestamente mejorable, pero he visto gente de la que no sabía nada desde que estábamos entre las promesas del ajedrez valenciano, allá por los primeros noventa. Lo único que ha cambiado en la mayoría de nosotros es nuestro ELO, que ha sufrido mucho en los últimos años, porque, en primer lugar, la edad no perdona y, en segundo, la preparación de aperturas ha sufrido un cambio radical y los mayores tenemos nuestras dificultades para adaptarnos a un juego que ahora está dominado por la preparación con ordenadores, no con libros.
Y luego está el campo. El campo en agosto es un fastidio como pocos, porque hace un calor infernal que obliga al trabajador, ya sea a madrugar mucho, ya sea a sudar la gota gorda, ya sea, lo que es peor, a las dos cosas. Pero el campo, como el ajedrez, ha cambiado mucho, y así, muchas tareas que me costaron infinidad de sinsabores de adolescente y de jovenzuelo, como encañar, pasar de mula, o arrancar hierbas, están completamente en desuso. Otras, como pulverizar de mochila, han cambiado un mundo, con las mejoras en el material que ha habido, y cosas como la mochila de pilas, que ha sustituido a la de mancha que utilizaba yo y que pesaba lo que no está escrito, además de los tirones que había que meter a la mancha cada vez que tocaba reclamar material al recipiente. Incluso regar, con la introducción del riego por goteo, está cambiando la forma de trabajar los campos en que ya se aplica. La vida ha mejorado; la vida es más alegre. La frase no es mía, sino nada menos que de Stalin, y en su contexto original fue enormemente hipócrita, pero me vale para la ocasión.
Y así, mientras quienes se quedan por Valencia hacen planes para correr tal carrera en septiembre, o para jugar tal torneo en otoño, o para la cosecha del arroz, e incluso para salir al monte algo más adelante, cuando el calor apriete menos, yo me voy a Bruselas, que no es que esté mal, Dios me libre de quejarme de mi suerte, pero donde me aguardan una serie de problemas de los que he podido descansar durante unas semanas, pero que no se habrán arreglado solos, me temo.
Y sí: Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
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La semana próxima vuelvo a Bruselas a vérmelas con el dinosaurio. De momento, voy a aprovechar los días que me quedan para cultivar el cuerpo y el espíritu, no sé muy bien por qué orden, y para intentar disfrutar de Madrid, que, curiosamente, me resulta un lugar muy tranquilo, probablemente porque no tengo que trabajar, como en Bruselas, ni ver a un montón de gente, como en Valencia. Debo ser de las pocas personas en edad laboral que se relaja en una ciudad que, por lo demás, pasa por ser bastante estresante.
Bueno, en todo caso voy a dejar aquí la entrada, porque he quedado para comer, y se hace tarde. Igual un poquito de estrés sí que hay por Madrid...