El siguiente viaje por los Países Bajos nos lleva hacia el norte de Bruselas, en lugar de hacia el oeste. Tomamos la carretera de Amberes, que dejamos a un lado, para cruzar la frontera entre Bélgica y los Países Bajos y, tras algunos kilómetros más, acabar en el siguiente destino: Bolduque.
Bolduque no es un lugar cualquiera, sino una ciudad que se mantuvo históricamente leal a su señor natural, el rey de España, y a la religión católica a lo largo de prácticamente toda la guerra de los ochenta años, y que desmiente categóricamente la consideración de esa guerra como una guerra entre las provincias unidas amantes de sus libertades y los españoles liberticidas. Aquello fue una guerra civil entre dos facciones que surgió por la huida hacia adelante de los Nassau en general, y de Guillermo el Taciturno en particular. Si Guillermo el Taciturno no hubiera tenido finalmente éxito y sus descendientes no estuvieran reinando en los Países Bajos, sin duda alguna no tendría la consideración de héroe nacional que tiene ahora, venerado por todos, sino que sería tenido por el traidor a su señor natural que realmente fue.
Bolduque tiene varios nombres en distintos idiomas. En el neerlandés original es 's Hertogenbosch o, más abreviado, Den Bosch. En francés es Bois-le-Duc, y ya se echa de ver de dónde viene la versión en español. Efectivamente, se trata del 'Bosque del Duque'. Es un terreno muy bajo, pantanoso, situado entre dos ríos y con tierras muy ricas, pero también muy fácilmente inundables.
Bolduque tomó partido por el rey de España, y no fue tomada por los herejes rebeldes hasta 1629. La verdad es que tampoco la trataron demasiado bien. Después del fin de la guerra entre España y las Provincias Unidas en 1648, los católicos, mayoritarios en Bolduque, quedaron como ciudadanos de segunda, y así fue hasta que los revolucionarios franceses tomaron la ciudad y terminaron con las Provincias Unidas, que fueron convertidas en República Batava. Los católicos seguían (y siguen) siendo mayoritarios en Bolduque y, al menos, consiguieron la restitución de la impresionante catedral, cuya fotografía ilustra esta entrada y que los herejes les habían arrebatado para otorgársela a los cuatro gatos calvinistas que había por allí.
Hoy, Bolduque es un sitio majo y muy tranquilo, por cuyo centro da gusto pasear. Destaca uno de los hijos de la ciudad, probablemente su residente más conocido: Hyeronimus van Bosch, más conocido como El Bosco, autor de cuadros como 'El jardín de las delicias' entre otras muchas obras maestras, y pintor favorito de Felipe II.
El Bosco tiene estatua en la plaza principal de la ciudad, y tumba en la catedral de San Juan, un templo enorme que probablemente es de dimensiones más que holgadas para albergar a la supongo que decreciente comunidad católica local. Digo que la supongo decreciente, porque me temo que el número de católicos bolduquenses sigue la pauta de los católicos neerlandeses en general, y los tiempos florecientes quedaron bastante atrás y sólo Dios sabe si volverán, pero los indicios humanos no apuntan en esa dirección.
La verdad sea dicha, la ciudad está llena de referencias al Bosco, pero obras suyas, lo que son suyas, no las hay. Copias, las hay a patadas. El Bosco, con su estilo peculiar, semejante a un tebeo, tuvo un enorme éxito en vida y vendió una enormidad de cuadros, que hoy adornan los museos de las principales ciudades del mundo, pero no de la ciudad en la que residió.
La verdad es que a mí me conmovió ver ondear una bandera española en una calle del centro de Bolduque. Es verdad que, en los tiempos en que Bolduque se enorgullecía de ser parte de la Monarquía Católica, esa bandera no existía y, cuando existió, o poco después de existir, la monarquía que la enarbolaba apenas se podía llamar católica, pero también es cierto que quien la ondea hoy lo hace contra viento y marea, y se arriesga a que lo motejen de todo tipo de insultos. Los que tenemos como nuestra bandera -o como una de las nuestras- a la rojigualda estamos y estaremos siempre bajo sospecha de reaccionarios, y las mentes bienpensantes y políticamente correctas que nos gobiernan nos despreciarán, pero, si nos atrevemos a sacar nuestra bandera, mucho más nos atreveremos a arrostrar el desprecio de aquéllos que no saben de dónde vienen o, si lo saben, prefieren renegar de su origen.
En cualquier caso, Bolduque merece la pena. Merece la pena su ciudadela fortificada, ejemplo de libro de fortificación militar en la Edad Moderna. Merece mucho la pena la catedral de San Juan, sobre la que quizá haya ocasión de volver, y merecería la pena detenerse a conocerla con un poco de sosiego, pero el viaje continúa, el fin de semana avanza, y a pocos kilómetros de Bolduque hay un lugar que está grabado con letras de oro en la historia militar española, y que un español no puede dejar de lado si tiene la ocasión de acercarse.
Nuestro siguiente destino era Empel.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
sábado, 29 de diciembre de 2018
miércoles, 26 de diciembre de 2018
Amarillo, amarillo es
Me gustaría hacer una pausa en la serie de entradas sobre los distintos viajes a los Países Bajos. Esto puede sonar bastante pretencioso, no lo dudo, sobre todo si se tiene en cuenta lo abandonada que tengo la bitácora, pero lo cierto es que en estos meses que no escribo (y, si no lo hago, es porque no tengo cuándo hacerlo), en Bélgica están pasando cosas. Porque los lectores de esta bitácora, si es que queda alguno con la paciencia suficiente como para sufrir los días, las semanas, y hasta los meses de ayuno, son gente bien informada y sabe del movimiento de los "Chalecos Amarillos", y de cómo París ha sufrido sus iras y el presidente Macron ha claudicado y se ha visto compelido a dar marcha atrás en sus medidas sobre el combustible diésel, que, en apariencia, era el objetivo principal de los manifestantes.
Como París tiene mucha mejor prensa de la que probablemente merece, los medios de comunicación han ignorado lo que pueda haber pasado en otras ciudades europeas. Yo no sé lo que puede haber pasado en buena parte de ellas, pero en Bruselas los "Chalecos Amarillos" han tenido dos fines de semana combativos, en los que se las han tenido tiesas con la policía belga, al concentrarse sin autorización y tratar de marchar, ya hacia el centro, en el primer fin de semana, ya hacia la plaza Schuman, en el segundo. La plaza Schuman no es un sitio cualquiera. Situada sobre la rue de la Loi (Wetstraat para los nacionalistas flamencos), es el epicentro del llamado barrio europeo. Allí están las sedes principales de la Comisión y del Consejo, y una serie de edificios emblemáticos repletos de eurócratas. Manifestarse allí garantiza el seguimiento mediático en toda la Unión Europea.
Tras darse de tortas, el color amarillo volvió a inundar el barrio europeo el fin de semana pasado. Esta vez no se trataba de los chalecos amarillos, sino de los nacionalistas flamencos. Amarillo es el color del escudo de Flandes, ése que ilustra esta entrada, y amarillo es el color del Vlaams Belang, un partido que, como buena parte de los de su cuerda en toda Europa, está subiendo en los sondeos, y no sería de extrañar que le estuviera comiendo el terreno a la Alianza Neoflamenca (NVA), algo más blanditos que los primeros.
Y es que Bélgica, una vez más, se ha quedado sin gobierno. El primer ministro, un liberal francófono (y no sería de extrañar que masoncillo), Charles Michel, aceptó los acuerdos de Marrakech, el Pacto Mundial sobre la Migración, que pretende dar ciertas garantías a los inmigrantes. O migrantes, que yo ya no sé cómo llamar las cosas. Cuando hablamos de inmigración, y no digamos si ésta es irregular, hay partidos que comienzan a picarse y, en este caso, eso le sucedió al que probablemente es hoy el principal partido de Bélgica, la NVA. Son independentistas flamencos, sí, pero tienen un puntito posibilista que les hacía participar en el gobierno federal, hasta que llegó el asuntillo de la inmigración. Por cierto que la NVA también es conocida en España por dar cobijo a los nacionalistas catalanes que se encuentran en Bélgica y con los que tienen tantas cosas en común (y tantas diferencias, pero no sé si se han dado cuenta de eso).
La NVA salió del gobierno, supongo que en parte porque nota el aliento del Vlaams Belang, un partido del que ya hemos escrito alguna vez y que, con todo lo que me disgustan muchos de sus puntos programáticos, al menos no se les pueden negar que hablan clarísimo y que la neolengua políticamente correcta no es su principal vía de comunicación. Ellos son los que han estado tras la manifestación del último fin de semana y ellos son los que han estado protestando contra la inmigración desde que existen. Y eso, por alguna razón, ahora da votos y la gente se disputa ese espacio.
Un servidor, que lleva emigrado prácticamente desde que salió de la universidad, aunque siempre de forma legal, no puede estar de acuerdo con la retórica de muchos de estos partidos, pero tampoco con ciertos resultados que se han dado a fuerza de no respetarnos a nosotros mismos y de aceptar a los musulmanes no tanto por ser musulmanes, sino para debilitar relativamente a los cristianos que tanto molestamos últimamente. En todo caso, algo esta pasando en Europa, y no sé si es París esta vez la protagonista principal, como siempre quiere ser. He leído hace poco a la Alliance Française animando a los chalecos amarillos, y no sé yo si la mayoría de los chalecos amarillos se dejarían animar por los legitimistas franceses de hoy en día. En todo caso, el río en Europa está revuelto, y no faltan pescadores que quieran sacar ganancia.
Como París tiene mucha mejor prensa de la que probablemente merece, los medios de comunicación han ignorado lo que pueda haber pasado en otras ciudades europeas. Yo no sé lo que puede haber pasado en buena parte de ellas, pero en Bruselas los "Chalecos Amarillos" han tenido dos fines de semana combativos, en los que se las han tenido tiesas con la policía belga, al concentrarse sin autorización y tratar de marchar, ya hacia el centro, en el primer fin de semana, ya hacia la plaza Schuman, en el segundo. La plaza Schuman no es un sitio cualquiera. Situada sobre la rue de la Loi (Wetstraat para los nacionalistas flamencos), es el epicentro del llamado barrio europeo. Allí están las sedes principales de la Comisión y del Consejo, y una serie de edificios emblemáticos repletos de eurócratas. Manifestarse allí garantiza el seguimiento mediático en toda la Unión Europea.
Tras darse de tortas, el color amarillo volvió a inundar el barrio europeo el fin de semana pasado. Esta vez no se trataba de los chalecos amarillos, sino de los nacionalistas flamencos. Amarillo es el color del escudo de Flandes, ése que ilustra esta entrada, y amarillo es el color del Vlaams Belang, un partido que, como buena parte de los de su cuerda en toda Europa, está subiendo en los sondeos, y no sería de extrañar que le estuviera comiendo el terreno a la Alianza Neoflamenca (NVA), algo más blanditos que los primeros.
Y es que Bélgica, una vez más, se ha quedado sin gobierno. El primer ministro, un liberal francófono (y no sería de extrañar que masoncillo), Charles Michel, aceptó los acuerdos de Marrakech, el Pacto Mundial sobre la Migración, que pretende dar ciertas garantías a los inmigrantes. O migrantes, que yo ya no sé cómo llamar las cosas. Cuando hablamos de inmigración, y no digamos si ésta es irregular, hay partidos que comienzan a picarse y, en este caso, eso le sucedió al que probablemente es hoy el principal partido de Bélgica, la NVA. Son independentistas flamencos, sí, pero tienen un puntito posibilista que les hacía participar en el gobierno federal, hasta que llegó el asuntillo de la inmigración. Por cierto que la NVA también es conocida en España por dar cobijo a los nacionalistas catalanes que se encuentran en Bélgica y con los que tienen tantas cosas en común (y tantas diferencias, pero no sé si se han dado cuenta de eso).
La NVA salió del gobierno, supongo que en parte porque nota el aliento del Vlaams Belang, un partido del que ya hemos escrito alguna vez y que, con todo lo que me disgustan muchos de sus puntos programáticos, al menos no se les pueden negar que hablan clarísimo y que la neolengua políticamente correcta no es su principal vía de comunicación. Ellos son los que han estado tras la manifestación del último fin de semana y ellos son los que han estado protestando contra la inmigración desde que existen. Y eso, por alguna razón, ahora da votos y la gente se disputa ese espacio.
Un servidor, que lleva emigrado prácticamente desde que salió de la universidad, aunque siempre de forma legal, no puede estar de acuerdo con la retórica de muchos de estos partidos, pero tampoco con ciertos resultados que se han dado a fuerza de no respetarnos a nosotros mismos y de aceptar a los musulmanes no tanto por ser musulmanes, sino para debilitar relativamente a los cristianos que tanto molestamos últimamente. En todo caso, algo esta pasando en Europa, y no sé si es París esta vez la protagonista principal, como siempre quiere ser. He leído hace poco a la Alliance Française animando a los chalecos amarillos, y no sé yo si la mayoría de los chalecos amarillos se dejarían animar por los legitimistas franceses de hoy en día. En todo caso, el río en Europa está revuelto, y no faltan pescadores que quieran sacar ganancia.
lunes, 24 de diciembre de 2018
Feliz Navidad
Este año podrá habido escasez de entradas, pero lo que no puede faltar es la felicitación navideña a los lectores que todavía queden y no hayan huido decepcionados por el ritmo parsimonioso de publicación. Así que, a todos los que quedéis, ¡feliz Navidad!
sábado, 22 de diciembre de 2018
Lila, y el principio del fin
Si lo prometido es deuda, lo que tocaría ahora es un relato de la visita a Lila, Lille en francés, villa que, como tantas otras de la región, formó parte de la Monarquía hispánica en los tiempos en que en la misma no se ponía el sol. En efecto, Lila formó parte de los estados patrimoniales de los Austria desde que la última descendiente de la casa de Borgoña, que dominaba el condado de Flandes, se casó con el emperador Maximiliano, y así fue como pasaron a España, porque el emperador Carlos, que, nunca se repetirá bastante, era de esta zona, no los cedió a su hermano Fernando, sino que los mantuvo entre los dominios que cedió a su hijo Felipe II (V de Borgoña).
Lila, pues, permaneció bajo dominio español hasta 1668. Tras la muerte de Felipe IV (VII de Borgoña), España quedó agotada, y el reino en manos de un niño menor. Es cierto que durante el reinado de Carlos II apenas se perdieron dominios, y que la integridad territorial de la monarquía se conservó en lo básico, pero los pocos territorios que se perdieron lo fueron precisamente en esta zona de Flandes. Luis XIV, que por lo visto no era alguien con quien bromear, invadió los Países Bajos españoles en 1667, en la llamada Guerra de Devolución, y tomó Lila tras un corto asedio de nueve días. Las sucesivas paces de las guerras de Luis XIV trajeron consigo la restitución a España de la mayor parte de las conquistas militares de los franceses, pero no de todas. Una de las que no volvieron nunca más al poder del Rey de España fue Lila.
Del tiempo de dominio español en la ciudad queda el edificio de la bolsa, un lugar curioso, situado en la plaza principal de la ciudad. Cuando aparecimos por allí, en pleno verano, lo hicimos en medio de un bullicioso mercadillo de libros, tebeos de segunda mano, y otros objetos curiosos. El propio edificio merece la pena, y es lástima que no fuera posible visitarlo por dentro. Por lo demás, la ciudad está completamente afrancesada, y de su pertenencia al ducado de Flandes no queda ni el recuerdo, y eso que tiene nombre en flamenco, Rijsel. Únicamente vimos a dos personas en una tienda hablando flamenco entre sí, pero estaba clarísimo que no eran indígenas, sino turistas como nosotros que habían accedido a la ciudad para pasar el día.
Durante la Revolución Francesa, ésa de la que el mundillo oficial francés está tan orgulloso, Lila no lo pasó bien. Los austríacos, desde los Países Bajos, que están a un tiro de piedra, y no digamos de cañón, bombardearon la ciudad a troche y moche, pero Lila no cayó y, de hecho, hay un pedazo de monolito en el centro de la plaza que recuerda esta resistencia. De hecho, Lila tiene el dudosísimo honor de ser la ciudad más asediada de Francia (normalmente por los propios franceses). En cuanto a las guerras mundiales, las pasó generalmente bajo ocupación alemana, hasta que los británicos se asomaron a liberarla cuando los alemanes ya perdían el resuello.
Lila es una ciudad bulliciosa, llena de gente, y donde no es fácil en fin de semana encontrar un lugar para comer, así que tocó pasear mucho, mucho tiempo. Tanto, que con todo el cansancio acumulado, llegó el momento de salir de allí, y yo sugerí a Alfina volver a Bruselas y dar por terminado el periplo de fin de semana, y que Mons, que quizá hubiera sido la siguiente etapa, podría ser el siguiente destino en otra ocasión.
Y volvimos a Bruselas en lugar de seguir hacia Mons. Es posible que eso haya sido el comienzo del fin, pero eso es otra historia, que tocará narrar a su debido tiempo.
Lila, pues, permaneció bajo dominio español hasta 1668. Tras la muerte de Felipe IV (VII de Borgoña), España quedó agotada, y el reino en manos de un niño menor. Es cierto que durante el reinado de Carlos II apenas se perdieron dominios, y que la integridad territorial de la monarquía se conservó en lo básico, pero los pocos territorios que se perdieron lo fueron precisamente en esta zona de Flandes. Luis XIV, que por lo visto no era alguien con quien bromear, invadió los Países Bajos españoles en 1667, en la llamada Guerra de Devolución, y tomó Lila tras un corto asedio de nueve días. Las sucesivas paces de las guerras de Luis XIV trajeron consigo la restitución a España de la mayor parte de las conquistas militares de los franceses, pero no de todas. Una de las que no volvieron nunca más al poder del Rey de España fue Lila.
Del tiempo de dominio español en la ciudad queda el edificio de la bolsa, un lugar curioso, situado en la plaza principal de la ciudad. Cuando aparecimos por allí, en pleno verano, lo hicimos en medio de un bullicioso mercadillo de libros, tebeos de segunda mano, y otros objetos curiosos. El propio edificio merece la pena, y es lástima que no fuera posible visitarlo por dentro. Por lo demás, la ciudad está completamente afrancesada, y de su pertenencia al ducado de Flandes no queda ni el recuerdo, y eso que tiene nombre en flamenco, Rijsel. Únicamente vimos a dos personas en una tienda hablando flamenco entre sí, pero estaba clarísimo que no eran indígenas, sino turistas como nosotros que habían accedido a la ciudad para pasar el día.
Durante la Revolución Francesa, ésa de la que el mundillo oficial francés está tan orgulloso, Lila no lo pasó bien. Los austríacos, desde los Países Bajos, que están a un tiro de piedra, y no digamos de cañón, bombardearon la ciudad a troche y moche, pero Lila no cayó y, de hecho, hay un pedazo de monolito en el centro de la plaza que recuerda esta resistencia. De hecho, Lila tiene el dudosísimo honor de ser la ciudad más asediada de Francia (normalmente por los propios franceses). En cuanto a las guerras mundiales, las pasó generalmente bajo ocupación alemana, hasta que los británicos se asomaron a liberarla cuando los alemanes ya perdían el resuello.
Lila es una ciudad bulliciosa, llena de gente, y donde no es fácil en fin de semana encontrar un lugar para comer, así que tocó pasear mucho, mucho tiempo. Tanto, que con todo el cansancio acumulado, llegó el momento de salir de allí, y yo sugerí a Alfina volver a Bruselas y dar por terminado el periplo de fin de semana, y que Mons, que quizá hubiera sido la siguiente etapa, podría ser el siguiente destino en otra ocasión.
Y volvimos a Bruselas en lugar de seguir hacia Mons. Es posible que eso haya sido el comienzo del fin, pero eso es otra historia, que tocará narrar a su debido tiempo.