Algunos peligros de marzo de los que me tocaba sufrir en Moscú se han expandido cual plaga por el resto del mundo, y más en particular por Bruselas y por Europa Occidental en general.
Hoy es 8 de marzo, y casi echo de menos cómo era este día en Rusia. Era muy almibarado, vale, y había que encontrar flores o chocolates, o lo que fuera, para cualquier mujer, trabajadora o no, con la que uno tuviera una mínima relación, lo cual era una fuente de estrés bastante importante. En cambio, no había que soportar la murga reivindicativa e ideologizada que tenemos todos que sufrir en este día. Creo recordar que hace unos años no era así, y es que quizá casi cualquier tiempo pasado haya sido mejor.
¡Pero si incluso hay una huelga de mujeres! En Rusia, claro, eso era imposible, básicamente porque no recuerdo huelga alguna, de mujeres o de quien fuera. En España, todos los sindicatos, cuyos secretarios generales son sistemáticamente de sexo masculino, hay apoyado la huelga. En Bélgica, no hay tal cosa, y menos mal, porque tenemos huelgas diversas casi todas las semanas; yo creo que una más apenas se notaría más que en el bolsillo de quienes la secundaran.
No estoy yo muy seguro de que estas algaradas sean el medio más eficaz para conseguir la igualdad salarial entre hombres y mujeres, ni menos para reducir la así llamada violencia de género. Pero tampoco creo que el número de casos de asesinatos vaya a reducirse poniéndolos en las noticias a bombo y platillo, y ahí los tenemos. Lo de la brecha salarial es otro asunto pelliagudo. Desde luego, en el sector público no existe y, si la hay en el privado, debe ser porque los empresarios que la promueven son estúpidos, porque, de ser yo empresario, a buenas horas iba yo a pagar más a un hombre por el mismo trabajo. Me inflaria a contratar mujeres más baratas hasta que el salario se equilibrara.
Con todas estas historias, a mí me da que lo que han conseguido es que la mujer esté aún peor de lo que ya estaba y, como a las promotoras de estas acciones no les apetece lo más mínimo reconocer que se han equivocado pero a base de bien, el resultado es que tienen que buscar un culpable (los hombres, supongo), y vuelta la burra al trigo.
Yo vivía bastante ajeno a todo este follón, viviendo mi vida y dejando a los demás que vivieran la suya. En este contexto, el que es un crack es un compañero de colegio con bastantes posibles que, en el colegio, era un chavalín tirando a apocado y que aprobaba con ciertos problemas, hasta que al final se soltó el pelo y entonces sufrió una transformación como del día a la noche. Entretanto se ha casado creo que dos veces, se ha divorciado otras tantas, y tiene la, llamémosle suerte, de no tener demasiados prejuicios morales y tener como guía pasárselo en grande.
Un día, y creo que ni siquiera había bebido nada, dijo que él estaba encantado con el feminismo, con las feminazis, y con todos esos movimientos que buscan imponer la igualdad entre hombres y mujeres, cuando no la superioridad de las últimas durante un buen período para compensar tantos milenios de heteropatriarcado. Decía que, desde que esto está de moda, él decía que sí a todo y tenía a todas las que quería en un puño, y luego les daba la razón, decía que todos los hombres eran unos cerdos y hasta la próxima relación.
No voy a decir que mi compañero estuviera haciendo lo correcto, pero, leches, si no tienes principios morales, estoy por pensar que tiene razón y que el diablo ha creado la mejor de las épocas para ser un poco depravadillo.
A mí me parece que la depravación me ha venido esquivando hasta ahora. Supongo que debo alegrarme.