El primer capítulo del libro de Solzhenitsyn es el mismo título de esta entrada. Narra la llegada al hospital oncológico de Tashkent de Pável Nikolaevich Rusánov, un apparatchik soviético con un tumor bastante aparente, y cómo lo ingresan allí. Tashkent hoy es la capital de un país, Uzbekistán, y entonces era una ciudad ya muy grande, la mayor de Asia Central (lo sigue siendo), y el pabellón oncológico de su hospital es el único centro de toda la región donde le pueden tratar el tumor a Pável Nikoláevich.
A Pável Nikoláevich le meten en una sala común del hospital, probablemente por no haber otras, y ya desde el principio ve que la estancia en el hospital no le va a gustar mucho, por lo que piensa hacerse dar de alta para llegar a Moscú, a un sitio más como es debido y digno de su clase. A todo esto, él piensa que lo que tiene no es cáncer, y así se lo dice a sus compañeros de habitación, que le miran un poco alucinados. Pável Nikoláevich sigue en su fase de negación durante todo el primer capítulo, y varios más, como si lo suyo no fuera más que una gripe, y a la gente la metieran en el pabellón de enfermos de cáncer por simpatía.
El primer capítulo es todo un contraste entre el mundo de Pável Nikoláevich, con su pijama y su gorro de dormir recién comprados, y sus contactos en las altas esferas soviéticas, y el de los demás enfermos del montón, con la bata del hospital y cada cual con su pasado del montón, pero que allí da absolutamente lo mismo: el cáncer los iguala a todos.
El libro es curioso. Lo estoy leyendo ahora, que no sé si es el mejor momento para leerlo, y la verdad es que Solzhenitsyn escribe muy bien, en un ruso muy rico, y con ideas muy lejanas de los escritores oficiales del partido y de la Casa de los Literatos de Moscú, ese lugar donde he comido más de una vez y más de treinta también, y de donde aún hoy me pregunto cómo era capaz de trasegar los pelmennis que servían, y que repetían tanto que podías decir que seguías comiendo hasta bien entrada la tarde.
Las cosas deben haber cambiado bastante en lo que hace a los tratamientos disponibles contra el cáncer. En el libro aparecen básicamente dos alternativas: radioterapia y cirugía, y no siempre son efectivas, a pesar de la enorme dedicación de los médicos y del resto del personal sanitario. Hay casos en que los médicos deciden dar de alta al paciente durante unos días con una medicación de caballo y analgésicos a cascoporro, a sabiendas de que no tardará en volver, y el jefe del hospital anima a los médicos a dar ese tipo de altas, con la idea de mejorar sus estadísticas. Evidentemente, no es lo mismo que la salida del hospital se produzca por un alta hospitalaria, por un tratamiento ambulatorio, o porque el paciente ha dejado de respirar allí mismo. Un amigo me comentó que, curiosamente, en ese caso se habla de 'exitus', que, aunque en castellano nos parezca que equivale a éxito, en realidad, en latín, significa que el paciente la ha diñado: ex-ire. Largarse. De este mundo.
En cualquier caso, los pacientes son la esencia del libro, con sus reacciones ante la enfermedad. En el segundo capítulo (y volverá a aparecer), destaca, junto a Pável Nikoláevich, la figura de Efrem, un vivalavirgen mujeriego que iba cambiando de mujer como de camisa y que no hacía ningún caso a los síntomas que iba padeciendo, hasta que tuvo que ser hospitalizado y, una vez reconoció que tenía cáncer, ya prácticamente obligaba a todos los enfermos a que ellos también lo padecieran. En este sentido, su enfrentamiento con Pável Nikoláevich es inevitable. Éste se aferra a la idea de que no tiene cáncer, y Efrem, tozudamente, trata de convercerle de que sí que lo tiene, y de que siempre lo tendrá, como todos los que están allí, y que, si sale del hospital, será por poco tiempo, para volver de nuevo.
Porque al cáncer le gusta la gente.
Рак любить людей.