En julio, todos los estudiantes belgas ya están de vacaciones y pueden dedicar sus horas a mejorar el mundo. Uno de ellos formaba parte de un grupo ruidoso y faldicorto apostado junto al chausée d'Etterbeek y se dedicaba a abordar a quienes pasaban por allí esgrimiendo pancartas contra la nueva bestia negra de los luchadores por la libertad que en el mundo son: el TTIP, que es básicamente un acuerdo comercial entre la Unión Europea y los Estados Unidos de América, esos dos emporios capitalistas dedicados, so capa de promover la libertad de comercio, a hacer sufrir al mundo bajo la férula de las grandes corporaciones capitalistofascistas.
El joven en cuestión, que lucía cuatro pelos en guerrilla, a modo de barba y bigote, iba ataviado con un gracioso sombrero, pantalón corto, camiseta multicolor, con una simpática pegatina de un arco iris que debía querer ser un signo de solidaridad con la oprimidad comunidad LGBTI (de momento son cinco letras, más adelante ya veremos). En las manos iba armado, además de con la verdad incontrovertible, con un taco de octavillas antiTTIP y con una pancarta alusiva a la obligación de hacer ruido y a la convicción de que unidos podemos frenar el TTIP y el fascismo.
El joven vio a un ciclista que se acercaba hacia él por el mencionado chaussée d'Etterbeek, seguramente de camino a su trabajo. Un ciclista. Alguien con conciencia medioambiental y que pone su granito de arena para proteger la madre Tierra. Un progresista. Alguien que, por fuerza, debe ser receptivo al mensaje liberador que su grupo se gloriaba en propagar.
El semáforo se puso en rojo, y el ciclista tuvo que detenerse y poner pie a tierra. Nuestro joven se acercó presuroso y abordó al ciclista.
- Buenos días, señor. Estamos protestando contra el TTIP ¿Ha oído usted hablar del TTIP?
El ciclista, un hombre delgado, de rasgos angulosos, y con la cuarentena cumplida de sobra, levantó la cabeza y miró al joven con curiosidad.
- Sí, he oído hablar bastante.
El joven sonrió confiado.
- ¿Podría firmar contra él? Estamos poniendo en marcha una petición para detenerlo.
- ¿Usted está en contra del TTIP?
El joven miró un poco mejor al ciclista, que le hacía una pregunta tan tonta, y tan fácil de responder. Su ropa no era muy llamativa: un sencillo pantalón de tela, una camisa descolorida, un chaleco reflectante bastante venido a menos y zapatillas deportivas.
- Sí, estoy en contra - repuso el joven firmemente.
- ¿Y por qué? - preguntó el ciclsta de inmediato.
El joven balbució, como sorprendido de que hicieran falta motivos para oponerse al TTIP.
- Eh... estoo... porque es un peligro para la democracia - el joven se quedó mirando al ciclista con una sonrisa bobalicona.
El ciclista miró al joven de arriba a abajo, sonrió ampliamente y, puesto que el semáforo se puso en verde, se puso en marcha, diciendo al joven:
- ¿Un tratado comercial es un peligro para la democracia?
El ciclista se alejó, mientras el joven se encogía de hombros y se reunía con sus compañeros (y, sobre todo, con sus compañeras), antes de volver a la carga en busca de otro interlocutor menos preguntón. También es mala suerte, toparse con un ciclista fascista. Un impostor, seguro.
Hola Alfor. Yo de progresista no tengo nada, pero no me gusta un pelo el TTIP. Un tratado comercial no es un peligro para la democracia o lo que sea que tenemos, pero resulta que no me gustan los transgénicos, ni los engordantes para el ganado, cosas legales en Estados Unidos, y tanto secretismo en las negociaciones me hace sospechar, y mucho.
ResponderEliminarSaludos
Los estudiantes belgas son estúpidos. En Chile los estudiantes tienen una gran experiencia en protestas y han concluido que la mejor época es cuando están en clases; jamás una protesta en fin de semana o día festivo, y por ningún motivo en periodo de vacaciones, que para eso son, no para arreglar el mundo.
ResponderEliminarPor lo que he leído del TTIP, seria algo así como un "sinceramiento" (palabra muy de moda en la Argentina). Darle a las corporaciones la libertad de elegir quienes juzgarán sus actos. Esto las pondría por encima de los gobiernos. Parece que se cansaron de usar a la clase política como intermediaria, ahora quieren decidir ellos directamente. Creo que las consequencias no serán buenas para nosotros. A mí tampoco me gustan los transgénicos, los pollos engordados con hormonas y antibióticos. Tampoco me gusta que los bancos puedan cobrar (aquí en Brasil) más de 1000% (mil, sí) al año por una extracción en efectivo con una tarjeta de crédito. No me gusta el TTIP.
ResponderEliminarGabriela
Bueno, creo que el post de Alfor se refería más bien a una situación graciosa con una persona concreta (hay personas así en todas las opciones políticas) que podía haber ocurrido en cualquier otro contexto, antes que a una crítica directamente al favor del TTIP. A la gente nos gusta leer demasiado entre líneas.
ResponderEliminarComo ciudadano poco informado, de todos modos, me interesa saber si es cierto eso de que las empresas van a poder demandar a cualquier estado por daños y perjuicios por cambios legislativos ante tribunales privados, y si eso supone un peligro para "lo que tenemos". Por lo que he oído, en EEUU hay bufetes especializados en demandas de este tipo contra Canadá, y que además actúan "de oficio": buscan primero una situación en la que podría prosperar una demanda y después se ponen en contacto con la empresa para ofrecerle sus servicios.
¿Podría escribir una entrada sobre el TTIP, Alfor?
En mi retiro vacacional, me apresuro a aclarar que a mí el TTIP tampoco me convence, pero yo sé por qué, igual que quienes comentáis aquí, y a diferencia del activista que me abordó. Acepto el reto de la entrada sobre el TTIP, para cuando recuperé un teclado decente con el que escribir. Si no, no mola...
ResponderEliminar