Llamé al médico de cabecera, que me vino a decir que le seguían prometiendo enviarle la resonancia, pero que el caso era que no la tenía, y ya estaba comenzando a impacientarse. Comoquiera que ya llevaba un mes largo desde que la resonancia se hizo, y todo tiene un límite, y las rodillas también, decidí, de común acuerdo con el médico, ir al hospital y, si era necesario, montar la marimorena, pero salir de allí con los resultados o detenido por la policía.
Me planté en el hospital con cara de no salir de allí con más amigos de los que tenía al entrar, abordé a la secretaría del departamento y le pedí con voz cavernosa, rictus enjuto y entornando los ojos que me diera los resultados de mi análisis.
La enfermera de la secretaría parecía estar esperándome. Me pidió la tarjeta de identidad, que le enseñé, la fecha de nacimiento, rebuscó un poco por los anaqueles, sacó un disco compacto en una funda de plástico, así como los resultados del asunto, y los metió en un sobre que me dio.
Nunca habían salido de allí, y nunca habían tenido la menor intención de enviarlos a mi médico de cabecera. Pero tampoco le decían que no.
Es en momentos como éste cuando se echa un poquito de menos Rusia. En Rusia, las cosas, aunque han mejorado, todavía funcionan bastante mal cuando se trata de servir al personal, pero lo que no hacen es deshacerse en 'bien sûr, monsieur' y luego pasar ampliamente de ti, de modo que no sabes a qué atenerte. En Rusia, le hubieran dicho a uno: 'No te lo vamos a enviar. Si quieres tus resultados, pásate por aquí y peléalos.' Y entonces hubiera comenzado una aventura de ésas que he contado en muchas entradas de la bitácora de años anteriores, con todo tipo de obstáculos para acceder al hospital, o para discutir con el que se supone que te tiene que atender, o por no tener el poder adecuado para hacer las cosas, que ya resolvería uno según su leal saber y entender acumulado en años de tener el cuchillo entre los dientes. Pero lo que no hacen en Rusia en mentirte. Bueno, en la milicia-policía sí, ahí venderían a su madre y no digamos si mentirían, pero es que en este caso estamos hablando de un lugar muy especial. En general, son sinceros, te dicen que no cuando es que no, y tú sabes a que atenerte; como mucho, te dicen que quizá, pero con algo de experiencia ya sabes que 'quizá' en realidad quiere decir 'no', y a otra cosa.
Aquí, no.
Aquí te dicen que sí, que por supuesto, que se lo enviamos al señor, que no faltaría más, pero su actitud es farisaica hasta la médula, porque llega el momento de la verdad, y resulta que, por lo que sea, pero seguramente por pura desidia, no lo hacen. Y la cosa es durilla, y al menos lo mío no es urgente y tanto se me da saber que tengo las rodillas escacharradas hoy, como saberlo mañana, pero si llego a tener, pongamos, una apendicitis, las entradas de esta bitácora se iban a interrumpir mucho más de lo que ya están de por sí. De hecho, no se iban a reanudar.
Con estos bueyes tenemos que arar en Bélgica. Así que, manteniendo mi gesto patibulario, para que, al menos, a la secretaria le constara mi profundo desagrado por el pésimo servicio, salí de la clínica, no sin haber leído los resultados de la resonancia que tanto me había costado obtener. Y eso sin haber pagado aún la factura, que sólo de pensarlo ya tiemblo.
Pero de las singladuras rodilleras que sucedieron más adelante tocará hablar en otra ocasión, no en vano eso es otra historia, que ya será relatada en el lugar debido. Y en el momento, porque hoy se hace tarde.
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