La primera señal de que en la vida de mi familia se estaba produciendo un cambio cualitativo llegó hace unos meses, en octubre, estando de vacaciones con los niños en Valencia, mientras Alfina se quedaba en Bruselas de rodríguez. De pronto descubrí que se acostaban más tarde que yo... me sentía algo confuso yéndome a la cama para aprovechar el día siguiente mientras éstos se quedaban viendo la televisión o, en Madrid, adonde fuimos luego, bajando a la calle con los amigos hasta bastante después de que nosotros nos hubiéramos acostado.
Luego volvimos a Bruselas y el régimen centroeuropeo habitual de acostarse a las nueve y media los niños, y los mayores casi inmediatamente después, me hizo olvidar este detalle.
El choque definitivo ha llegado ayer, nuevamente en Valencia, cuando me he dado cuenta de que el momento más seguro para sacar los regalos de Reyes ya no es entrada la noche, cuando los niños, exhaustos por la cabalgata y las emociones del día, duermen a pierna suelta, y los mayores hacemos un último esfuerzo antes de caer rendidos. No. Salvo que quieras acostarte realmente muy tarde, ahora el momento más seguro para sacar los regalos sin ser visto es por la mañana, nada más levantarse, aprovechando que los niños han trasnochado y para despertarles hace falta bastante más que el susurro de un rey mago deslizándose por la casa.
Ayer, por primera vez en Día de Reyes, tuve que ser yo, y no ellos, el que entrara en las habitaciones de los beneficiarios, gritando a pleno pulmón:
- ¡Despertad! ¡Han venido los Reyes! ¡Y han dejado regalos!
Ayer todavía conseguí que se levantaran pronto y fueran a ver qué regalos tenían, pero me da la impresión de que, a no tardar, me van a mandar a hacer gárgaras. De hecho, cuando no es Día de Reyes y no hay regalos, aún no lo hacen de palabra, pero estoy seguro de que sí de pensamiento.
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