Gracias a los buenos oficios del señor embajador del Tiranistán, el italiano tenía la posibilidad de ver un escenario nuevo para sus elucubraciones coreográficas, y este escenario era nada menos que el teatro Bolshoi, que entonces, antes de las obras de reforma que lo han puesto a punto para aguantar el siglo XXI, tenía hoces y martillos por todos los sitios, en lugar de las águilas bicéfalas que lucen ahora, como en la foto.
No, no íbamos a hacer el paripé en la sala principal del teatro. Los que hacen desfiles de moda ya saben que hace falta una pasarela (creo que los pijos, que en este negocio son prácticamente todos, lo llaman "catwalk") que esté rodeada por el público, mientras que la sala del teatro, con sus butacas históricas firmemente clavadas al suelo, no pegaba ni con cola para el asunto. En conclusión, la sala candidata era el edificio aledaño que, pocos años después, durante las obras, sería la sede provisional de la compañía de teatro y ópera. En aquel tiempo, la sala estaba prácticamente diáfana y era fácil de adaptar para pasarela de moda.
A las oficinas del teatro Bolshoi se accede por detrás del teatro, no por la entrada principal. Nuestro contacto, obtenido a base de llamadas de un conseguidor conocido del embajador de Tiranistán, que aparentemente era funcionario, o lo que sea, del Ministerio de Cultura ruso, nos esperaba en la puerta.
Y menos mal. Cualquiera que haya entrado en un edificio público ruso sabrá que, sin un guía, uno puede morir de inanición buscando el despacho que busca, o la salida, si ya ha hecho lo que debía. Uno sale de allí, si lo consigue, pensando si los arquitectos que desarrollaron aberraciones como ésas han estudiado en la Escuela de Arquitectura de Gizeh, con manuales de tiempos del faraón Keops, tales son los pasadizos y recovecos que contienen sus edificios.
Tras mucho recorrer, Salaroy y yo llegamos a una oficina cutrilla, como todas lo eran entonces. Explicamos lo que queríamos hacer, y nuestro interlocutor, un tipo totalmente soviético vestido con el típico jersey gris de cuello alto, nos escuchó con indiferencia. Lo del cuento de Tiranistán no pareció impresionarle ni un poquito, ni lo del desfile de moda, ni cualquier otra cosa que le hubiéramos dicho. Como aquello no iba ni hacia adelante, ni hacia atrás, le pregunté si podíamos ver la sala, y si podíamos entrar por la calle, en lugar de marearnos por más pasadizos.
El maromo neosoviético levantó los hombros con indiferencia. Nuestro contacto nos llevó de vuelta a la salida, y luego, tras esperar al italiano Engatusso, entramos por la calle en la sala que íbamos a alquilar.
- ¿Qué? ¿Te gusta?
- ¡Excelente! ¡Excelente! ¡Vamos a contratarlo! Aquí, en el centro, pondremos la pasarela. Las sillas caben a los lados ¿Tenemos una sala para vestuarios?
- Hombre, Engatusso, que esto es un teatro. Algo habrá.
Lo había, lo había.
- Bueno - le dije a nuestro contacto -, creo que lo vamos a alquilar ¿Ahora qué hacemos?
- Vamos al despacho de antes.
Uyuyuy... esto iba a salir caro.
Dejamos a Engatusso haciéndose pajas mentales en la sala, y Salaroy y yo acompañamos al tipo del teatro a su tugurio, dando vueltas y revueltas por un laberinto tal, que ni Teseo con el hilo de Ariadna hubiera sido capaz de salir de allí, con todo el entrenamiento que traía de Creta.
- Bueno - dijo el neosoviético -. Entre la preparación y el día del acto, serán dos días. A veeer... les va a costar diez mil dólares.
A los precios de Moscú de hoy, una ganga. A los de entonces, una clavada cruel: el hotel más caro que habíamos visto, con un recinto en nada inferior al que íbamos a alquilar, costaba la tercera parte.
- ¿Qué, Salaroy, qué hacemos? - dije en tiranio, idioma que tengo la suerte de hablar con soltura.
- Pagamos.
- Como quieras - y, pasando al ruso, dije al neosoviético -. Vale. Adelante. Pero supongo que nos dejaran pagar a una cuenta bancaria dentro de unos días. Después de todo, representamos al gobierno de Tiranistán. Somos solventes.
- Claro.
Volvimos a la sala.
- Anda, Engatusso ¿Ya lo tienes todo claro?
Engatusso lo tenía todo claro. Cada vez más, parecía que, a pesar de que organizar un desfile de moda con tres semanas de antelación era suicida, había posibilidades de que el desfile fuera un éxito; la prueba es que comenzaban a llegar peces gordos desde Tiranistán. Es más, aquella misma tarde llegaron a primera hora la jefa de Salaroy y el jefe de la jefa de Salaroy.
La jefa de Salaroy andaría por los cincuenta y varios años, pero estaba en los huesos y llevaba ropa ajustadísima, de manera que, si la veías de espaldas, le podías echar veinte. No la vi comer apenas en la semana que anduvo por Moscú, a diferencia de los políticos masculinos que fueron llegando, que ésos sí que estaban entrados en carnes y, después de verles papear, tengo muy clara la causa. La jefa de Salaroy, Lupita Ocirapa, era una persona emocional, sin términos medios, que en cuanto aterrizó en Moscú tuvo una preocupación principal. Lamentablemente, esta preocupación no consistía en currar para colaborar en que el desfile saliera bien, sino en buscar un culpable por si salía mal. Y, aún más lamentablemente, me temo que me eligió a mí en cuanto me vio. Por suerte, de momento se fue a descansar al hotel y no la vimos hasta el día siguiente.
El jefe de la jefa era Héctor Areduha, un tipo muy atildado, algo trepa y que estuvo buscando fallos por todos los sitios desde que llegó. Naturalmente, eso era su obligación, lo malo es que estábamos en Rusia, teníamos que hacer algo imposible en tres semanas y muchos fallos que percibía eran simplemente irresolubles, con lo cual alguien tenía que contárselo, Salaroy se escaqueaba en esta tesitura, y el resultado es que Héctor torcía el gesto y, maldición, había encontrado un culpable por si las cosas acababan por salir patateras.
- Bueno - le dije al de la agencia de modelos - ¿Cuándo tenemos el casting de modelos?
- Esta tarde, como habíamos quedado.
- Pues vamos allí.
Engatusso, Héctor y yo nos fuimos a ver el casting. Salaroy, que quizá, pensaba yo, podría llevar una mochila rosa, también nos acompañó, mientras que Lupita se quedaba en el hotel.
Pero el casting de modelos tendrá que ser contado la próxima vez, porque hoy es tardísimo.
Me alegro de encontrar otro hablante de tiranio. Hay que ver que es un idioma raro, una lengua sintética con un alto grado de fusión y con sus famosos verbos inergativos e inacusativos, que tantos dolores de cabeza dan para aprender.
ResponderEliminar¿Se encontró al final con la esposa del general Ranzai, de apellido de soltera Schefla?
Gracias, Don Alfor, por los buenos ratos que me hace pasar desde ya varios años. Saludos,
Wahrsagen, bienvenido, que no recuerdo ningún comentario suyo, al menos con este nombre. Y gracias por el elogio.
ResponderEliminarEl tiranio es complicadillo, sí, pero, cuando se dispone de la prensa tirania y se sigue la política del país, uno acaba por aprenderlo sin darse cuenta. En cuanto a la señora Ranzai (de soltera, efectivamente, Schefla, veo que controla usted también la política tirania), pues ya aparecerá más adelante. Cuando su marido fue derrocado por el reverendo Mac Herschuh pasó a segundo plano, pero, ahora que el nuevo presidente tiranio es el místico Yokhar, vuelve a estar en el candelero.
Madre mía, Alfor, he estado lento. Ahora lo pillo...
ResponderEliminarUn saludo,
Beloemigrant