miércoles, 1 de mayo de 2013

Españoles por el mundo

En Rusia, encontrarte un español por la calle es un hecho insólito. En Moscú, con sus doce millones de habitantes, el porcentaje de españoles es irrisorio, entre que no es un sitio muy bien visto para estudiar, que los españoles no hablamos ruso, que hace mucho frío, que está muy lejos y que, por si fuera poco, para conseguir el visado hay que proponérselo muy seriamente.

El resultado es que tú ibas por la calle, oías a alguien hablando en español, te volvías sorprendido al reconocer a un compatriota y poco menos que lo abrazabas con furor, antes de entablar una animada conversación con las consabidas preguntas "¿de dónde eres?" (tuteo desde el primer segundo, por supuesto), "¿qué haces aquí?", ¿cuánto tiempo llevas?", "¿estudias o trabajas?"... ah, no, ésta última no toca ahora.

Aquí, no.

Aquí, la pregunta es si alguien se ha quedado en España, o si se han venido todos aquí. Vaya tela. Entre que es un sitio muy bien visto para estudiar, que los españoles chapurreamos francés (o eso creemos), que no hace demasiado frío, que está cerca y que, por si fuera poco, entramos en el país con DNI y las manos en los bolsillos, esto está hasta los topes de españoles.

Total, que vas por la calle y, sobre todo a ciertas horas, cuando el sol se ha puesto, todo quisqui es español. Y, así como a los rusos los reconoces a la legua por su porte incalificable sin ofender, y a las rusas por cómo visten (o cómo no visten, más bien), y así rara vez te equivocas, a los españoles también se nos reconoce con facilidad, por ese aire entre desenvuelto y descarado que nos distingue, el tipo de ropa estándar algo más informal que arreglada, pero arreglada al fin, sin olvidar la típica característica gregaria: el español no está a gusto solo, sino que tiene que formar parte de un grupo.

Y, como la abundancia hace disminuir el valor de las cosas, uno oye hablar en español por la calle y, muy al contrario de lo que pasaba en Moscú, no hace ni caso. Bah, otro español más. Y van...

Pero es que, por si fuera poco, mi caso es absolutamente lamentable para un español. Mi aire no es ni desenvuelto ni descarado, sino circunspecto y tímido, la ropa es totalmente arreglada o totalmente informal, sin el término medio en el que se mueve el común de españoles, y la pertenencia gregaria en mi caso no existe desde hace mucho tiempo. Por eso, en Bruselas, y me temo que en cualquier otro sitio, la gente no se cree que soy español. Es triste, porque yo soy más español que las bellotas, pero no se me reconoce como tal. Entre esto, y la mochila rosa, la gente se hace una opinión distorsionada de mi persona, a fuerza de juzgar sólo por las apariencias.

De eso me terminé de dar cuenta al otro día, domingo era, cuando me acerqué a Brujas. Como en Bélgica todo está a tiro de piedra, en una hora de tren se planta uno allí. Pues bien, salvo un par de chicas orientales, el resto del pasaje del vagón estaba compuesto por españoles. Dicen, y será verdad, que hay una crisis tremenda y que la gente está muy mal, pero a mí me da que mis compañeros de vagón estaban por Brujas de pingüi y descanso, esto es, de esas cosas que uno hace cuando tiene tiempo y dinero.

El caso es que ya estábamos en el descansillo del vagón, listos para bajar en cuanto el tren se parase, cuando me dio por detrás un carrito de bebé. Me volví, y la madre me dijo "Pardon!", a lo que yo respondí haciendo un gesto afirmativo con la cabeza y ofreciendo una sonrisa. Hasta ahí, nada raro.

El bebé, que ya tendría el año y estaba bastante avispado, se me quedó mirando y yo le hice un par de gestos y se puso a reír. Bueno. Pero entonces oí a la madre hablando con un señor mayor al que sólo le faltaba la boina para dejar más claro de dónde venía:

- Papá, que ya estamos llegando.
- Ah, vale, pues ahora bajamos.
- Mira cómo Javier se ríe con este señor.
- ¿Este tipo que le hace gestos?
- Sí, este señor.
- Yo creía que los belgas eran más secos.
- Pues ya ves. Éste le ha caído bien a Javier.
- Mucho cuidado con él, de todas formas. Nunca se sabe.
- Menuda mochila que lleva, por cierto ¿De dónde la habrá sacado?
- Sí, es horrible. Seguro que es rarillo.

Y ahí estaba yo, disimulando. Primera moraleja: el español es una lengua muy hablada en el mundo. Si vas por ahí y crees que no te entienden, te puedes llevar sorpresas.

Llegamos a la estación y se abrieron las puertas. Como sé por propia experiencia, no es fácil manejarse con un carrito de bebé en los trenes. La madre se acercó a la puerta, y había un escalón como de dos palmos.

- Déjeme que le ayude - dije a la madre.

Uf, qué roja se puso. Yo diría que le entró una fiebre y todo.

- No... no se moleste.
- Sí, mujer, que entre los dos no es esfuerzo.

Y en un santiamén bajamos el carrito. El padre, que yo creo que seguía sin enterarse, me dijo:

- ¡Muchas gracias!
- De nada - dije.
- Un momento... - y entonces dejó de hablar y comenzó a hacer gestos raros con la mano, hasta que dijo: "Mersí!"
- Pues hábleme en francés si quiere, pero, la verdad, son ganas de hacerlo complicado.
- Ahhhh... que es español.

Y me alejé hacia la salida. Yo quiero parecer español, leches. Lo malo es que la boina me da calor. Además, es roja y canta mucho.

Bueno, si la lavo con lejía igual se queda rosa... y hace juego con la mochila.

4 comentarios:

  1. - Menuda mochila que lleva, por cierto ¿De dónde la habrá sacado?
    - Sí, es horrible. Seguro que es rarillo.


    Jajaja, es que andas provocando!!

    Tras este comentario creo que ya va siendo hora de cambiar el fondo de camuflaje a uno más apropiado para celebrar esta Edad de Oro que está viviendo el blog por tierras belgas...


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  2. Lo normal cuando vas por el extranjero, en efecto, es encontrarte españoles a la vuelta de cada esquina. Se ve que en Rusia hace demasiado frío ^^ De hecho, lo de hacer comentarios sobre alguien en voz alta y que luego resulte ser compatriota, me ha pasado a mí y a casi todos mis colegas XD

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  3. Miguel, lo de Edad de Oro parece que va a ser que no. Al menos, las estadísticas de don Google desde mi mudanza son concluyentes. :D

    Y lo del fondo de camuflaje es una seña de identidad, aunque, sí, algún cambio tendrá que haber...

    Arkadi, alemanes, sí, en el lugar más escondido siempre hay uno (y es el que manda, además) japoneses, en manadas, pero ¿españoles? No era mi impresión, al menos la mayoría de mis conocidos tuercen el gesto en cuanto les toca salir, no ya de España, sino de la comarca.

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  4. ¡Lo sé! Es uno de los grandes misterios de este mundo: cuando hablas con la gente aquí, parece que al españolito medio le haga tanta gracia salir de su país como a un gato meterse en el agua; pero luego vas al extranjero, y te encuentras españoles por todas partes.

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