Cuando acabó la guerra civil, los bolcheviques se quedaron como los dueños del mambo. Se supone que los bolcheviques, como buen movimiento obrero, eran internacionalistas y partidarios de poner en marcha la revolución mundial cuanto antes. De hecho, comenzaron inmediatamente, pero lo de invadir Polonia no les salió bien, al menos de momento, y tuvieron que renunciar a llegar a Berlín o más lejos con sus banderitas rojas y dedicarse a poner un poco de orden en casa.
Y entonces llegó el lío, porque a alguien le debió salir el elemento eslavófilo que todo ruso parece que tiene en algún lugar del subconsciente. Alguien debió ver que la revolución mundial estaba muy bien, pero que eso de, tan pronto, ir mandando en algún país también quedaba chulo (sobre todo para los que mandaban), y entonces surgió una corriente que pretendía continuar la lucha de clases y la dictadura del proletariado, pero no imponerla de repente en todo el mundo, que eso es muy cansado y hasta peligroso, sino hacer la revolución en un país tomado aisladamente. Obviamente, y por falta de alternativas, el país iba a ser Rusia.
Cuando Lenin se quedó inútil, y no digamos cuando se quedó tendido en el mausoleo de la Plaza Roja, el partido (ése, no había otro) se dividió en dos tendencias: la internacionalista de siempre, liderada por Trotsky, y la partidaria de hacer la revolución en casa, cuyo líder era Stalin. Trotsky era judío y, cuando la pugna se resolvió en su contra, fue enviado lejos del país; Stalin era georgiano y, contra todo pronóstico, fue a él a quien le tocó resucitar la corriente eslavófila, no siendo él eslavo.
Al principio, entre purga y purga, no se notó mucho, pero al poco tiempo, rodeado de una retórica todo lo revolucionaria que se quiera, el nacionalismo eslavófilo ruso volvió a campar por sus respetos. Lo de la revolución mundial ya quedó como cosa de contrarrevolucionarios (como Trotsky, a quien eso era lo más bonito que le decían) y de gente que tenía ganas de ir a trabajar a sacar oro en Siberia. La revolución se quedó en la URSS y en los países que fueron cayendo de su lado del telón de acero. Más allá no fue. El cambio, para los comunistas rusos, todo lo ruso era lo más de lo más: todos los inventos habían sido hechos por rusos, los rusos eran los mejores deportistas, los mejores científicos, los mejores trabajadores y hasta los enanos rusos eran más altos que los demás. Yo diría que ni los eslavófilos se atrevieron a tanto.
Como todo tiene su fin, a la URSS le llegó el suyo y entonces llegó la hasta ahora última oportunidad de los prooccidentales. Cuando Gorbachov abrió la mano y se puso en evidencia que la calidad de vida en la Unión Soviética estaba lejísimos de la de los países occidentales, y que el paraíso socialista era una tomadura de pelo, volvieron a aparecer los prooccidentales, esa gente que cree que a Rusia le irá bien cuando imite a Europa Occidental, donde, desde luego, en los noventa (bueno, y ahora) se vivía mucho mejor que en Rusia.
Recordemos que la vez anterior que los proooccidentales se habían hecho con el machito en Rusia había sido en 1917, con Kerensky. Aquello acabó mal, pero esto no acabó mucho mejor: los Yeltsin, Gaidar o Chubais montaron un programa privatizador que dejó literalmente sin poder llevarse un mendrugo a la boca a una barbaridad de gente, implantaron una democracia de golpe que llevó al poder a cualquier persona que fuera mínimamente conocida, por cretina que fuera, montaron un programa descentralizador que sería la envidia de don Artur Mas si lo hubiera visto, y por poco no se cargan el país enterito. La CIA debía estar frotándose las manos. Vale que estos liberales eran una banda de pardillos, y que con más experiencia quizá les hubiera salido algo mejor, pero, si estas joyas hubieran estado en el poder en 1941, hoy estaríamos cantando "Ich hatte einen Kameraden" en la Plaza Roja.
Aunque occidente no se lo crea, a los rusos aquello no acabó de gustarles y, como no ha pasado tanto tiempo desde entonces, no es de extrañar que no voten a los partidos que están en la onda de los liberales y demócratas que hicieron de su capa un sayo en la Rusia de los primeros noventa. Quien no les conozca que los compre.
Y sí, el actual gobierno tiene el sustrato eslavófilo que Rusia ha tenido casi siempre a lo largo de su historia... y el apoyo popular mayoritario que los eslavófilos han tenido siempre. No dice directamente que la misión de Rusia consista en sustentar la raza eslava y la religión ortodoxa, pero no le hace muchos ascos a la idea, y desde luego no permite que nadie se propase con la Iglesia, y bien que hace, porque las experiencias alternativas a la eslavofilia han terminado en Rusia indefectiblemente en catástrofe.
Si en España nos aplicáramos el cuento, seguro que nos iría mejor. Como no nos lo aplicamos, aquí estamos, intentando encontrar una explicación alternativa al sentido que España ha tenido siempre, y asombrándonos de que haya gente que se pregunte para qué sirve ser español, cuando ni siquiera nosotros, como grupo, nos aclaramos sobre la utilidad del asunto.
Pero eso es otra historia, muy polémica. Como todo lo español.
Creo que la URSS no llegó a propugnar un programa eslavófilo encubierto, más allá del famoso brindis de Stalin al pueblo ruso después de la victoria. Pero sí tuvieron lapsus freudianos que denotaban un racismo implicito (la disputa chino-soviética: Los rusos siempre se consideraron superiores a los chinos). De hecho, el famoso slogan "por la paz y la amistad de los pueblos" mal que bien se respetaba y no se registraban agresiones contra comunidades extranjeras en la URSS (pese a que se habían ya instalado una serie de mafias y perversiones alrededor de la entonces universidad Patricio Lumumba). El rabioso nacionalismo ruso nace a partir de la caída de "nuestro imperio" a partir del gorbachovismo.
ResponderEliminarJavier, totalmente de acuerdo. No había un programa eslavófilo expreso, pero sí lapsus freudianos, incluso en el cine ("La prisionera del Cáucaso" o "El sol blanco del desierto" son dos ejemplos bastante evidentes).
ResponderEliminarSobre el nacionalismo ruso actual, tengo mis dudas. La caída del muro, en un primer momento, lo que puso de manifiesto fue un fracaso tremendo y la evidencia de que en Rusia se vivía mucho peor que en occidente. A corto plazo, un choque. El nacionalismo está siendo más popular algo después (y desde luego ahora), aunque desde luego entonces volvía a empezar.
"El sol blanco del desierto" es considerado uno de los mejores films de ese género llamado "ostern", esto es, hacer símiles de westerns en Europa Oriental. Algunos eran ostern radicales (películas de cowboys y pieles rojas, rodadas en Checoslovaquia y Yugoslavia) y otros adaptaciones de westerns al paisaje europeo oriental como el caso de "El Sol...": Rusos rubios bolcheviques (progreso) contra las tribus musulmanas (feudales, retrógradas) del Turkmenistán. La escena de los ombligos de las turkmenas del harem imagino que es un ícono del cine ruso (ay, no me diga que no). Aunque, hay que reconocerlo, esa peli dio una hermosa canción: http://www.youtube.com/watch?v=VkGc8i78AE8
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