- Carbuncho.
- Dime.
- ¿Sabes quién va a actuar esta noche en Moscú, en el Palacio Central de Congresos?
Carbuncho levantó la cabeza.
- ¿Raphael?
- El mismo -respondí-. ¿Y sabes quién va a ir a verlo? -pregunté teatralmente.
Carbuncho se me quedó mirando con cara de terror, hundió su cabeza entre las manos, y dijo con tono pesaroso:
- No, no, no...
Efectivamente, Raphael iba a actuar en Moscú pocas horas tras la conversación que queda reflejada arriba, y yo iba a acudir al concierto. Por causas y razones que no vienen al caso, Alfina se vio beneficiaria de dos entradas la misma víspera y, por mucho que buscó quien la acompañara al concierto entre sus amistades más próximas, ninguna de ellas tenía libre el día siguiente, o quizá ninguna tuvo arrestos para afrontar tan singular prueba; así que, a pique de que se perdiera una de las entradas, o de que Alfina tuviera que asistir en solitario a la actuación, cosa poco deseable, entré en calidad de paladín de la mi dama a servirla y a encararme a la peligrosa aventura de aguantar, no una canción suelta, no, sino un concierto entero de Raphael, que, siguiendo los criterios de esta bitácora, está acabado.
Al que se haya incorporado recientemente a la bitácora, le cumple saber que en la misma se sostiene que todo intérprete de música moderna que viene a actuar a Moscú da señal inequívoca de estar acabado y de que jamás volverá a hacer algo de provecho. La música clásica va por otros derroteros totalmente contrarios, y en este caso actuar en Moscú es, muy al contrario, un timbre de honor.
Pero la moderna no. Y, si no, basta revisar todas y cada una de las entradas que esta bitácora ha dedicado a los músicos que han pasado por aquí, y no le será difícil comprobar que, efectivamente, ninguno de ellos ha hecho tras su paso por Moscú cosa que valga mínimamente la pena. Nadie.
Pero, de todos los músicos que siguen en activo en todo el mundo, no sólo en España, Raphael debería ser el más acabado de todos con una diferencia aplastante, porque de su primer concierto en Moscú hace la friolera de cuarenta y un años. Y ahí está el tío, inasequible al desaliento y a las operaciones de hígado, viniendo un año sí, y otro también, a deleitar a sus seguidores ¡Si parece más joven que yo!
El concierto tenía lugar en el corazón mismo de la capital, en el mismísimo Kremlin, un lugar prestigiado por la presencia en el mismo de los más preclaros próceres soviéticos, por los artistas más famosos y ahora, también, por el mismísimo Raphael.
Entrar en el Kremlin no es tarea sencilla. Hay que pasar, como es ordinario en Rusia, por una sucesión de controles farragosos, sí, pero imprescindibles en una ciudad que tiene que poner trabas a sus ciudadanos para evitar que se llene más aún de lo que está. Si, encima de lo que ya hay, funcionara bien, esto ya sería el acabóse de gente que querría venir.
La primera cola, que es la madre de todas las demás, es simplemente para acceder al Kremlin. Los turistas ya se han retirado, y ahora nos toca el turno el turno a los melómanos (y a los seguidores de Raphael también, claro). La cola es larga y llena de abuelitas con abrigo, gorro y malas pulgas, y alguna jovencita despistada que ha venido a acompañar a su bisabuela. Por la edad del público, efectivamente, más parece un mitin del Partido Comunista.
No parece, sin embargo, que Raphael sea comunista, a pesar de que viniera a Moscú por vez primera en 1971, fecha en que Moscú era lógicamente un nido de rojos. Lo de estar casado con una marquesa le delata; es cierto que eso no es definitivo, y que en España hace poco que murió el Conde Rojo (q.e.p.d.) y todavía sigue por ahí, y le deseamos que por luengos años, la Princesa Roja, pero digamos que no es la norma. En cambio, su público coincide sospechosamente con el arquetipo de participante en el desfile del 7 de noviembre. Si hubieran sabido quién iba a participar, andando el tiempo, en el desfile, igual hubieran planificado la revolución para junio o julio, para que pasen menos frío los ancianos.
Ya estábamos cerca de los soldados que nos habían de registrar las mochilas y, esperábamos, franquear el paso, cuando, mientras charlábamos tranquilamente, oímos una voz a nuestra izquierda.
- ¿Españoles?
Nos volvimos.
- Sí, españoles.
- ¿De verdad?
- ¿No podemos serlo?
- Claro, claro, yo también soy español.
Quien hablaba así era un joven de alrededor de veinticinco años, acompañado de una chica de alguno menos y aspecto eslavo. A primera vista, un Tortajada de la vida, pero sólo a primera vista, claro.
- He venido -continuó- a ver el concierto de Raphael. Llegué de España ayer por la noche, he estado hoy paseando por la ciudad con ella -y señaló a la chica- y mañana por la mañana me vuelvo a España.
- ¿Eres, pues, un seguidor de Raphael?
- Más que seguidor, un amigo.
Me fijé un poco más en nuestro interlocutor y me pareció ver una curiosa semejanza física con el propio Raphael. Pensé que quizá fuera su bisnieto. Alfina me dijo luego que era más parecido a Natalia Figueroa, y así fue cómo me enteré del nombre de la mujer del artista, porque el "Hola" y ese género no está entre mis lecturas, ni siquera cuando voy a ver a mi dentista.
En esto, la cola era como la cola rusa estándar. Todos intentaban colarse y, cuando no lo conseguían, todo eran empujones y caderazos para colocarse en la mejor posición posible. Parecían Fernando Alonso en la salida de una carrera.
- Y vosotros, ¿lleváis mucho tiempo aquí?
- Dieciséis años.
- ¡Dieciséis!
- Dieciséis.
- ¿Y venís a ver a Raphael?
- Pues sí, claro que sí.
- Qué bueno... ¿Y qué tal es el país?
- Más o menos igual que las colas.
- Ah...
Llegamos, en esto, al arco metálico, el soldado de turno nos registró las mochilas y nos dejó pasar. Alfina y yo encaramos el Palacio de Congresos, dejamos abrigos y mochilas en el guardarropa, y nos metimos en la sala. Pero, de lo que sucedió allí, y de cómo resultó la actuación de Raphael, toca hablar en otra ocasión, porque hoy se hace tarde.
Raphael es inmune al efecto Moscú. Deberían estudiarlo, es un ser sobrenatural.
ResponderEliminarAprovecho simplemente para pasar a saludar y felicitarle por sus dos últimas entradas, que me han hecho bastante gracia. Parece mentira que, después de tantos años en Rusia, se puedan seguir observando las particularidades nacionales con tanta frescura. A mí todo lo "ruso" me estaba empezando a provocar animadversión en el tercer año, por seguir demasiado de cerca los vaivenes de la oposición y comprar en Pitiórochka.
En fin, Después de "provocar" las entradas sobre la unidad de destino en lo universal, veo feo no haber dicho ni hola, pero estoy ataquinado de trabajo...
(comentario editado: en un lapsus le había escrito de "tú")
Beloemigrant, lo de Raphael es insólito. Iker Jiménez ya tarda en investigar al respecto.
ResponderEliminarY a mí también me estaba pasando lo de la animadversión hacia todo lo ruso. En ese punto de mi existencia, decidí empezar a escribir una bitácora. :D
Siento animadversión general hacia lo alemán (pero principalmente al concepto de corrección política que hay por aquí, una mezcla de complejo de culpa de posguerra y programación neurolingüística digna del PSOE de los últimos años) desde hace mucho tiempo, pero no se me ocurre escribir nada. ¿Para qué remover las cosas?
ResponderEliminarOtro saludo, ahora desde la patria de Müller.
Agente Isaev
Maestro Alfor,
ResponderEliminarestaba leyendo un articulo en ruso y de repente me topé con una frase que incluía esto: "...имперские замашки...", y me acordé de Usted y de su precioso blog!:)
Recordé, no muy nítidamente, los sentimientos encontrados que me provocó siempre el leer sus relatos que, siempre fieles a su estilo de un incurable Español, viendo el Mundo a través de la gafas de un Español ad eternum, este donde este:)
Con esos sentimientos, me encontré con esta entrada suya, "raphaelina" ella, y con mucha satisfacción (sí, hoy por hoy, ya estoy completamente "agarrado", bajo el efecto del "Síndrome bloguero de Estocolmo :)), leí aquella perla, que lo retrata de la mejor manera: "... ¿Y qué tal es el país?
- Más o menos igual que las colas"
Genial!
Querido Alfor, vaya donde vaya, será siempre un placer genuino leer impresiones y/o noticias suyas, bien subjetivas, incluso en la mejor disposición para la objetividad. Tal vez hable de mí mismo, pero seguramente Usted sabrá entender mi amistoso mensaje.
Agradecido,
Alfred Muñoz