Hace algo más de un año, empecé una serie llamada "Gostis", cuya primera y hasta ahora única entrada se puede recordar aquí. Ha llegado, creo, la hora de proseguirla, antes de que hasta yo me olvide de qué iba aquello.
Como no soy de Madrid ni de Barcelona, y mis amigos son bastante reacios a viajar más allá de Vinaroz, los invitados que he tenido en todos estos años se pueden contar con los dedos de las manos. A muchos les asustan los trámites que tendrían que hacer para conseguir el visado; otros tienen los bolsillos demasiado apolillados como para poderse permitir un viaje que, quieras que no, barato no es, por mucho que el alojamiento sea gratuito; finalmente, otros piensan que en Rusia hace mucho frío y que como en la terreta no se está en ningún sitio.
Los gostis son de varios tipos. Está el que sabe que en Moscú hay unos pibones del quince y viene aquí con objetivos muy claros clavados en el entrecejo; hay gente que viene simplemente por curiosidad, a ver cómo rábanos es esto; supongo, finalmente, que también hay gente que viene por motivos culturales, a ver museos y esas cosas, pero yo no conozco a ninguno.
Bueno, sí. Voy a remontarme a mucho tiempo antes, al verano de 1998, un verano en que todos vivimos peligrosamente por aquí y en el que, a partir del día 17, caímos de lleno en el peligro. En aquel tiempo, yo tenía una novia, que, eso sí, hablaba español estupendamente, y me llegaron cuatro gostis de los que apenas habían salido de Valencia hasta entonces. El primero era Kúkoch, un informático al que conocía desde que éramos niños; otro era Spassky, profesor de Matemáticas, un cachondo mental que, sin embargo, era el que frenaba al grupo cuando se pasaba; el tercero era Manolo, un fontanero de los que quedan pocos; y el cuarto era Felipe Tortajada Puig, funcionario destinado en el ayuntamiento de Albal, un pueblo situado en la comarca de l'Horta Sud, a unos quince kilómetros mal contados de Valencia. Spassky estaba destinado en Granollers y se encargó de gestionar los visados para todos en Barcelona.
Aparte de conocerse, lo único que tenían en común es que sólo hablaban castellano (Tortajada también hablaba valenciano y cinco o seis palabras en inglés) y que, a sus veintibastantes años, era su primera salida al extranjero. Qué digo al extranjero: menos para Spassky, era su primera salida de Valencia.
Consiguieron subir al avión, y hasta encontrar el asiento que tenían asignado. Tres se sentaron juntos y a Manolo le tocó al lado de una rusita cañón. Manolo se puso rojo automáticamente.
En cuanto el avión se puso en marcha, los cuatro viajeros, que iban prevenidos de que el vuelo duraría cinco horas, sacaron unas bolas de papel de aluminio, y de ellas unos bocadillos de tortilla de patata.
- ¡Manolo!
- ¿Qué?
- Ofrécele a tu vecina, ¿no?
- Pero si es rusa.
- No sé... háblale, igual habla alguna otra lengua.
Manolo se volvió a la rusa, pensó que igual entendía el inglés, y le dijo:
- ¿Idioms?
La rusa no entendió nada, no sabía que hacía ese chaval con un bocadillo de una cosa amarilla en la mano, le miró de reojo y no le hizo caso, mientras Tortajada intentaba recordar cómo se decía "idioma" en inglés.
En esto, una azafata se acercó a Kúkoch.
- ¿Ustedes saben que ahora pasaremos con la comida?
- ¿Comida?
- Sí.
- ¿Y es gratis?
- Sí, sí, es gratis.
- Ah, gracias...
Kúkoch se volvió a los demás:
- ¡Eh! ¡Guardad el bocadillo para otra vez, que nos van a traer el papeo!
- ¿Gratis?
- Eso me han dicho.
Nuestros cuatro amigos devoraron el papeo y llegaron sin mayor novedad a Moscú. En el aeropuerto estábamos mi novia y yo mismo, esperándolos. Ellos no nos vieron al principio y se pusieron junto a la cinta de las maletas. Ya me levanté y me acerqué a ellos.
- ¡Hombreee, Alfor!
- ¿Qué tal? ¿Qué tal vuelo habéis tenido?
- Bueno, bueno, ahora estamos esperando las maletas.
- Pues vais a esperar bastante, porque ahí dice que por aquí saldrán las maletas del vuelo de Zúrich.
- Ah...
- Anda, venid por aquí.
La cosa prometía.
Muy buena serie de anécdotas esta amigo... saludos
ResponderEliminarEsto no es nada. Yo conozco a un tipo al que le salio una suculenta oferta de trabajo en una plataforma petrolífera. Hizo todos los tramites que le indicaron y se monto, junto a un colega al que también habían reclutado, en un avión, creyendo que su destino estaba en Galicia. Cuando llegaron, después de seis horas de viaje, quejándose por lo lentos que eran los aviones, al comprobar que no entendían ni papa de la lengua, decidieron que no era Galicia, sino el país vasco. Y cuando finalmente les hicieron entender que el mar del norte no está en el norte de España, se cagaron encima, volvieron a Barcelona con el rabo entre las piernas y estuvieron pagando la deuda por el viaje durante dos años.
ResponderEliminarP.D. Esto ocurrió durante la transición.
Ernestín, pues ya verá lo que sigue, que no tiene desperdicio...
ResponderEliminarPilot, joroba, ésa también es buena. Vaya geógrafos...
Es muy gracioso... Un saludo!
ResponderEliminarOye Pilot, así que nos cuentas que para un viaje a Galicia desde el interior de territorio español, ¿les concedieron una deuda a devolver durante dos años?. ¿Qué has desayunado antes de escribir tu comentario?.
ResponderEliminarA ver Anónimo:
ResponderEliminarCon todo el respeto, creo que no seria mala idea que te leyeras bien las cosas, especialmente si pretendes ser irónico.
No tengo inconveniente en ampliarte la historia, si no las comprendido, ya que conozco a uno de sus protagonistas.
Los dos "enterados" firmaron un contrato para trabajar en el mar del norte, pero como estaban obnubilados por el pastizal que les iban a pagar y no habían prestado mucha atención a las clases de geografía, creyeron que se trataba del norte de España.
La empresa, por su parte, entendió que ellos conocían el destino.
Cuando llegaron al aeropuerto de Oslo-Gardermoen (Noruega) y después de muchas explicaciones y el concurso de un mapa, se cagaron encima(casi literalmente). La empresa les ofreció seguir adelante con el contrato, pero ellos, aterrados por la distancia a casa, pidieron ser devueltos a Barcelona. Después de muchos contactos entre la empresa y la embajada española, finalmente se acordó su vuelta en el primer vuelo disponible. La deuda contraída es la suma de los dos billetes de ida, los dos billetes de vuelta y los gastos por las gestiones administrativas necesarias para llevar a dos españolitos a trabajar a Noruega. Evidentemente, estos gastos solo los asumía la empresa si el trabajador cumplía con su contrato.
Espero que haya quedado suficientemente explicado y puedas desayunar tranquilo.
Sigo sin creérmelo tal como lo cuentas. Pero no te preocupes más por mí, porque en este foro, como en todos los abiertos de internet desde su invención, cada uno escribe lo que quiere.
ResponderEliminarDe todas formas, gracias por querer dar explicaciones.
Pues yo me creo la anécdota de Pilot absolutamente. Las tengo más tremendas, como la que incluye el pack de expatriado a los emigrantes a finales de los setenta principios de los ochenta (latas de sardinas incluidas). Será que sois muy jóvenes.
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