En los años del desarrollismo franquista español, y aún antes, los edificios se construían a pie de calle, con un portal por el que se accede a las viviendas y con dos locales comerciales a los lados del portal, que son los que hacen que en España haya tal densidad de pequeños comercios, sucursales bancarias (bueno, ahora veremos cómo queda eso) y tiendas de proximidad, como dicen los finos.
En Rusia, no.
En la Unión Soviética, los jerifaltes comunistas encargados de la planificación decidieron que eso de destinar espacio a las tiendas era fomentar el consumismo y que, para fomentar el consumismo, ya estaba el fasciocapitalismo burgués occidental, dirigido, entre otros, por Franco, ése que pasó, contradiciendo a Dolores. El resultado es que los edificios de viviendas eran, estrictamente, edificios sólo de viviendas y pare usted de contar, mientras que los escasos comercios eran espacios a donde la gente iba a perder la paciencia a base de hacer colas en tres sitios distintos, para escoger, para pagar y para recoger lo comprado. Y gracias si había lo que buscabas.
Pero llegó la disolución de la URSS y del comunismo, y con esto se desataron las ganas de consumir de los rusos. Unas ganas de consumir que estaban ahí, ocultas y con bozal, pero que eran de lo más real. Y apareció la libertad de empresa y lo que no aparecieron fueron locales comerciales, porque nadie pensó en ellos al hacer los edificios. En su lugar, y aún hoy seguimos así, hay quioscos que venden de todo por doquier, pero los sucesivos alcaldes de Moscú (bueno, los dos) tuercen el gesto cuando se dan cuenta de que los quioscos son de una cutrería tremenda y les ponen todas las zancadillas que pueden, y si no les ponen más trabas es porque tampoco se trata de desabastecer la ciudad.
Una muestra de los lugares en que debe situarse el pequeño comercio lo tuve el otro día, cuando tuve que cambiar una cubierta de mi bicicleta. Vivo en el centro de Moscú, ese lugar donde los alquileres pueden superar el PIB de varios países africanos, pero así y todo intenté buscar una tienda de repuestos y, gracias a Yandex, que nos ha cambiado la vida, encontré una muy cerca de mi casa. Bueno, encontré dónde estaba ubicada. Ahora había que encontrar la tienda propiamente dicha.
De momento, estaba en un edificio de viviendas, lo cual no es demasiado ortodoxo, pero, comparado con lo que viene después, va a parecer rutinario.
Cuando avanzaba hacia el lugar donde parecía lógico que estuviera, advertí un minúsculo cartel en una puerta, y menos mal, porque me hubiera vuelto loco buscando. La ubicación de la tienda es algo así como sería en España meter un comercio en la sala de contadores de la luz de un edificio normal.
Y, claro, no es que esperara que el paso hasta la tienda estuviera iluminado, alicatado y limpio, pero uno no sabe si va a comprar la cubierta que le hace falta a una tienda de repuestos de bicicleta o a Mordor.
Las cosas se van haciendo lóbregas por momentos, y sólo cabe esperar que el dependiente de la tienda sea la Bruja Avería o Saurón.
Finalmente, se llega al final del pasadizo. Los dependientes de la tienda posiblemente temen que el posible cliente no tenga arrestos para pulsar el timbre y lo señalizan adecuadamente. Más vale. Cutre, pero eficaz.
Lo que no fue eficaz fue lo que encontré dentro, porque, aunque por dentro no era una tienda satánica, sino bastante normal, no tenían cubiertas como las que me hacían falta.
En eso, mucha diferencia con los tiempos de la URSS no hay.
Jajaja!!Gracias a este post acabo de entender por qué en hungría tampoco existen tantos comercios...bueno, ahora cada vez hay más en los sótanos de las viviendas donde se tiraba la leña o el carbón para calentar el edificio, pero a día de hy se me hace extraño encontrarte cosas como una tienda de bicicletas, en la parte trasera de una casa o donde debería estar el garaje...habrá sido el comunismo ¿?
ResponderEliminarAnónimo, no sé si habrá sido el comunismo, pero no se me ocurre qué otra cosa puede haber en común entre Hungría y la Unión Soviética, en la segunda mitad del siglo pasado.
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