No suelo asistir a fiestas, ni salir por las noches. Por lo que me cuentan los que sí lo hacen, me estoy perdiendo algo, pero, bueno, es lo que hay y uno tiene que conformarse con lo que le apetece por naturaleza, sobre todo si no es perjudicial. Sin embargo, esta regla tiene, como casi todas, sus excepciones, y la excepción llegó con la visita a Moscú de un famosísimo cocinero español y la invitación que me llegó para asistir a la exhibición de sus habilidades. En aplicación de la estricta política de anonimato que observa esta bitácora, llamaremos al cocinero español Fernando Adriano, que no es, por supuesto, su verdadero nombre, sino uno supuesto que le atribuyo con el fin de que nadie, pero nadie, pueda averiguar a quién me estoy refiriendo.
La fiesta tenía lugar en un restaurante céntrico, y además Alfina me iba a acompañar al evento, lo cual le añadía dramatismo e intriga al asunto. Comencemos por el dramatismo.
El dramatismo era inevitable desde el momento en que el «dress code» de la fiesta, según ponía la invitación, era «smart casual» ¿Y eso qué es? ¿«Arreglao», pero informal? ¿Simplemente pijo? Pero, ¿cómo? ¿Pijo yo?¡Si yo no me sé vestir de pijo! Primero pensé que no habría que preocuparse mucho, porque en Rusia (no tanto como en Holanda, pero casi) siempre hay alguien que viste peor que tú, por muy mal que lo hagas. Pero Alfina no estaba dispuesta a asumir el riesgo, y miró muy torcido cuando me puse un polo con intención de llevar sobre él una chaqueta que había comprado en Kíev en el lejano 1997 y que seguía en buen estado de conservación. Al parecer, la chaqueta, no os lo vais a creer, estaba pasada de moda y, por si fuera poco, las chaquetas no se visten sobre los polos.Es lo que tiene andar un poco despistado sobre las tendencias de la moda. Al final la cosa quedó en la chaqueta kievita (innegociable, como representante del pasado) con un pantalón a juego (más o menos igual de pasado de moda, para ir coordinado) y una camisa en lugar del polo. Bueno, y unas náuticas, con las que continuó un poquito el dramatismo.
- Estas náuticas están muy viejas.
- Pero son muy cómodas (¿Verdad que siempre es así y las cosas viejas con comodísimas?)
- ¿No tenías unas más nuevas?
- Sí. Pero eran éstas mismas, hace tiempo.
- Tienes que comprarte otras.
- Pero serán nuevas e incómodas.
Al final, las náuticas cómodas siguieron en mis pies, mayormente por falta de alternativas aceptables. Había unos zapatos que en mala hora compré y que sólo me pongo para poco rato, y eso estando sentado, lo que probablemente no iba a ser el caso esa noche.
Resuelto el dramatismo, quedaba la intriga. Entre pitos y flautas, eran las siete y cuarto, el sarao empezaba a las ocho y, como somos gente fina, teníamos que ir en coche. La gente fina sólo va en coche. Bueno, quizá también en palanquín. O en helicóptero. En lo que no va es en medios de transporte del populacho, como, ¡puaj! el metro. Tampoco va en engendros como la bicicleta, que ni siquiera consumen gasolina. No, no y mil veces no. La gente bien, la gente fina, la gente que tiene derecho a ir «smart casual», va en coches. Es más, va en cochazos, en cochazos que gastan litros y litros de gasolina, que dan acelerones, cuyos motores rugen con alegría y en cuyo cristal trasero hay una señal de peligro con un zapato de tacón en el centro o una pegatina que diga «Fuck fuel economy!» Así, así es como va la gente fina en Moscú y, nosotros, gente fina, íbamos a ir a un sarao frecuentado por gente fina y no podíamos ir de otra forma que no fuera con el medio de transporte de la gente fina. Eso.
Lo malo es que, en cuanto salimos a la calle, nos dimos cuenta de que la calle, y especialmente la calzada, estaba llenísima de gente fina, toda la cual había elegido esa hora para salir.
- Oye, que no llegamos.
Faltaba media hora, pero es que los doscientos metros que habíamos recorrido nos habían costado diez minutos. Andando los hubiéramos hecho antes.
Al entrar en la siguiente calle... qué digo, si no llegamos a entrar, a la vista de la cola que había para hacerlo. Si nos llegamos a plantar allí, aún estaríamos tratando de llegar al sarao, una semana después de que hubiera terminado. Así que la intriga consistía en saber si llegaríamos o no, a la vista del medio de transporte que habíamos elegido.
- ¿Y si vamos en metro?
Silencio.
- Es que, si no, de aquí no salimos.
Silencio.
- Es que...
- ¡Vale! Deja el coche ahí y vamos andando al metro.
Al final, hice una pirula infame que me habría dejado sin puntos en el carné en cualquier país civilizado y dejé el coche al lado de una estación de metro que ni siquiera era la que más cerca estaba de casa, pero que me pareció la más accesible. Tomamos el metro, hicimos un transbordo y, al final, aún tuvimos un paseo de un cuarto de hora entre la catedral de Cristo Salvador y el restaurante Ginza Proyekt, que era donde tenía lugar el sarao de Fernando Adriano, pero llegamos a tiempo. Qué vergüenza. Espero que nuestras amistades y la sociedad en general no llegara a enterarse de por qué medios tan plebeyos habíamos accedido a su compañía, dejando que el pueblerino sentido común triunfase sobre el prestigio, el «glamour» y el saber estar.
Y entramos en el local, donde estaba Fernando Adriano y su pinches y donde nos siguieron pasando cosas que, si Dios quiere, serán objeto de una próxima entrada.
Hola joven Alforfón, pues no tengo ni idea de a qué cocinero famoso te referirás. Estoy intrigadísimo... Lo de "smart casual", significa que tienes que ir en un Smart de esos pequeñitos, precisamente para poder aparcar en cualquier sitio sin hacer pirulas...
ResponderEliminarY a ver si limpias la "barra de la derecha" tal y como prometiste, que hoy al abrir tu blog me ha atacado un rebaño de trilobites encabezados por un tiranosaurus rex...
¡Jo!
ResponderEliminarMe gustaría verte a tí con tacón de aguja, "very smart casual", corriendo por el metro sin caerte. Es que no te pones en mi lugar...
Arguiñano!
ResponderEliminarSoy una fiera!!!
;P
Al'bert, no pienso decir quién es. Ya sabes, el anonimato y eso...
ResponderEliminarY tienes toda la razón en lo de la barra de la derecha, pero es que últimamente me da sólo para escribir y además rápido. A ver si pillo un
hueco.
Alfina, ¿y las botas camperas rocieras (de aguja)? ¡Que es la época!
Anónimo, ¡casi! Pero es que no es vasco, sino cat... huy, me callo, que me voy de la lengua. :p