lunes, 24 de enero de 2011

Nacionalismo futbolero

El mes pasado, cuando la familia y yo nos dirigíamos en coche a una de las fiestas pre-navideñas que abundan por Moscú, un sábado por la tarde, y cruzábamos la plaza Pushkin en coche, nos sorprendió ver a un grupo de hombres, la mayoría jóvenes y algunos más entraditos en años, que cruzaban la plaza en dirección al centro, esquivando los coches y coreando no sé muy bien si cánticos o directamente gritos difíciles de comprender. Llevaban bufandas del Spartak, el equipo de fútbol más emblemático de la ciudad, y se les veía calentitos.

- ¿Quiénes son ésos? - preguntó Ro, siempre al quite cuando ve algo que le llama la atención.
- Son aficionados al fútbol, seguidores del Spartak.
- ¿Y a dónde van?
- Pues supongo que van a ver un partido de fútbol.
- ¿Y por qué cantan tan mal?

Vaya, es que preguntan de todo.

- Porque no van a clase con Zinaida Anatolievna, que les hubiera matado a gritos como se atrevieran a desafinar.
- Ah...
- Pero la verdad es que no cantan, sólo gritan a la vez... ejem... лозунгы... ¿cómo se dice en español?... lemas.

Sin más problemas, los von Buchweizen seguimos nuestro camino y llegamos a nuestro destino, donde nos sucedieron cosas que no son materia de esta entrada.

El grupo de cantores desafinados, sin embargo, siguió su camino hacia el centro de la ciudad. No iban a ver ningún partido de fútbol, básicamente porque la liga rusa ya había terminado y a ver quién es el guapo que se pone a ver un partido a veinte bajo cero. Yo lo hice una vez y no mola. No, a lo que iban era a buscar camorra. Al parecer, unos días antes un aficionado (de afición intensa) del Spartak de Moscú había tenido un mal encuentro con un grupo de caucasianos, de resultas del cual el Spartak de Moscú ganó un aficionado en el otro mundo, a la vez que lo perdió en éste. Enfurruñados por la cuestión, los aficionados del Spartak comenzaron a montar disturbios, como cortar una carretera al tráfico (y la de Leningrado, nada menos), a la vez que convocaban por internet distintas "quedadas" para manifestarse por la negligencia policial en entrullar convenientemente al caucasiano culpable de haber pasaportado al otro barrio al pobre Yegor Sviridov, que tal era el nombre de "fan" a raíz del cual se montó todo el cirio.

El grupo que nosotros habíamos oído desafinar se dirigía, el 11 de diciembre pasado, a la plaza Manezh, en el mismísimo centro de Moscú, donde ese día por la tarde, mientras nosotros jugábamos plácidamente con Ded Moroz y Snegurochka, se juntaron unos cinco mil aficionados del Spartak con sed de sangre contra los caucasianos, berreando a grito pelado "¡Rusia para los rusos!" y, más aún "¡Moscú para los moscovitas!". Hay que decir que la sed de sangre se vio parcialmente saciada, porque la policía rusa, tan poco amiga de las multitudes, y mucho menos si no tienen permiso para reunirse, la emprendió a porrazos con ellos. El resultado fue de 29 heridos y un muerto. Un par de caucasianos que posiblemente no tenían nada que ver con Sviridov y que incluso quizá fueran del Spartak, tuvieron la mala suerte o la inconsciencia de pasar por allí y parece que vivirán para contarlo, pero lo contarán mejor si primero visitan al dentista.

Como extranjero, por muy blanco que sea, mis encuentros con los nacionalistas rusas no son encuentros, sino encontronazos. Y con esto empiezo una serie de batallitas en que vamos a reflexionar sobre este fenómeno del nacionalismo, que en Rusia, donde la vida humana tiene un valor relativamente reducido, ha llevado, y más últimamente, a un reparto de mamporros bastante generalizado.

2 comentarios:

  1. Mal rollito los grupos de violentos descerebrados.

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  2. Orayo, bueno, pero necesitan los tres requisitos: ser "grupo", ser "violento", y ser "descerebrado".

    Pero mejor estar en otro sitio, claro.

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