miércoles, 27 de octubre de 2010

Ecos del verano (I)

Ahora que el verano se aleja definitivamente, únicamente queda una mirada nostálgica hacia atrás, antes de tomar aire para el invierno que se avecina y que este año vaticinan que va a ser de armas tomar.

La mirada hacia atrás nos lleva a dos partes diferenciadas. En Rusia, tirando a chunga, no sólo por el hecho de que uno en Rusia trabaja, sino porque hemos pasado más calor que unos esquimales en Écija, y eso es algo que no se aasocia habitualmente con lo que pasa por estos pagos. Menos mal que los partidos del mundial de fútbol eran por la noche y que, al juntarse para verlos, ya las temperaturas eran más llevaderas. Al final llegó la carbonilla de los incendios y ya lo mejor eran atrincherarse en casa y esperar a que amainara.

En mi caso, me tocó largarme a España el día en que la cosa se puso realmente seria. Por un lado, bien, porque así me libré relativamente pronto del desastre y no tuve que comprar ningún billete de avión de última hora, como otros pringaos sin suerte, ya que lo tenía desde hacía meses; por otro lado, me pasé todo el día con el alma en vilo, porque en Moscú no se veía tres en un burro y a la ciudad llegaban noticias contradictorias sobre si los aviones despegaban o no.

Al final, el vuelo salió. Cuando me encontré en el aeropuerto al representante de Iberia en la cola de embarque ya me di cuenta de que lo peor había pasado. "A él no lo van a dejar en tierra", me dije.

La parte de las vacaciones que pasé en España ya fue otra cosa. A los niños siempre les hacen la pregunta capciosa de si les gusta más Rusia o España. Ellos responden que España. Claro, pero es que no son objetivos en su opinión. Si cada vez que van a España tuvieran que ir a clase todo el santo día e hincar los codos cuando no están en clase, mientras que en Rusia se pasasen el rato jugando, a buenas horas iban a decir que les gustaba más España. Sin embargo, insisten en que no quieren irse de Rusia y yo estoy seguro de que el día que tengan que irse, si es que el Cielo les depara ese destino, lo van a pasar bastante mal al principio.

Y a mí me pasa algo parecido. España me gusta más que Rusia, sí, pero uno ya se ha hecho a este país, y el día de que tenga que dejarse, que sólo Dios sabe si será y cuándo será, seguro que acabo por echarlo de menos. Al menos, un poquito.

Fue llegar a España y comenzar a hacer kilómetros como un descosido. Madre mía, qué tute. En pocos días, tras aparecer por el centro (Madrid, para ser exactos), me tocó desplazarme hacia el oeste (Ávila, pero ya en la raya con Extremadura), al norte (Asturias, patria querida), y poco después al este (Valencia y mi pueblo).

En la visita relámpago al norte, a una de las primeras capitales de España, me encontré a un autor de culto, y no pude menos que hacerme una foto con él.



La pena es que lleve muerto casi noventa años. Ojalá hubiera hoy en día más gente como don Juan. Otro gallo nos cantaría. Y eso que debía ser todo un carácter de lo más rebelde, el hombre.

A pocos metros de don Juan, se alzaba la estatua del primer rey de Asturias, que también debía ser todo un carácter, y desde luego rebelde lo fue un rato. Como la víspera la selección española había ganado el mundial, había banderas españolas por todos los sitios, pero por todos. Así fue como ataviaron a don Pelayo.



En realidad, la rojigualda tiene su origen en el siglo XVIII, cosa de un milenio largo después de la muerte de don Pelayo, pero eso a los cangueses debía importarles poco y, en tal día como aquél, ni a ellos ni a nadie. Si alguien les hubiera dicho que Villa debía mejorar algunos aspectos de su juego, ese alguien, como poco, se hubiera ido al Sella de cabeza. Y, con la poca agua que llevaba y los pedruscos del fondo, mejor no pensar lo que podría haber pasado.

Sin embargo, la sorpresa del verano fue la que me llevé al llegar a mi pueblo. Vaya tela. En mi pueblo, históricamente, la única bandera española estaba colgada del ayuntamiento y eso por imperativo legal. La peña, o no colgaba nada, o colgaba banderas republicanas o cuatribarradas catalanas. Pues este verano, nada de eso. El pueblo estaba a tope de banderas rojigualdas de toda clase, con escudo, sin escudo y con toro. Se ve que la gente que nunca se atrevió a sacarlas (por el riesgo de incendio veraniego, supongo, o de pintada espontánea), se ha soltado el pelo este año y algunos que no se lo planteaban se han animado a base de tikitaka.

En fin, para bien que sea. La semana próxima, creo, tendré ocasión de comprobar si ha sido un arreón pasajero o si tiene continuidad.

5 comentarios:

  1. Yo creo que a los que seguimos tu bitácora nos sorprende que digas que echarás de menos Rusia cuando te vayas. La idea que uno saca de tus escritos es que lo estás pasando mal allí. Supongo que Rusia te compensará en otras cosas.

    Te hago una propuesta (otra más, creo que estoy abusando): ¿por qué no escribes algo sobre el censo que están haciendo en Rusia? Aquí han llegado noticias de que la gente se lo está tomando a broma.

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  2. ¡Jo! Así nos tuvimos que tomar unas vacaciones después de nuestras agotadoras vacaciones...

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  3. Fernando, hasta el rusófobo más encendido, y todos los que han pasado las de Caín por aquí, echan de menos Rusia de una manera u otra. Hay cosas que no, claro, pero es que esto es imprevisible, y en ese aspecto mola.

    ¿El censo? Precisamente el otro día los tuvimos en casa. Sí, claro, tengo una entrada en la nevera, que, Dios mediante, saldrá la semana que viene.

    Alfina, y lo contentos que llegamos al trabajo para descansar.

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  4. chico! pero de que pueblo saliste tu! jajaja me ha hecho mucha gracia lo de las banderas españolas y tu pueblo,
    es lo que tiene ser de madrid, que esas cosas no las vivimos, y luego nos resultan extrañas.

    un saludo!

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  5. Cyberdandario, bienvenido. Bueno, la inflación de banderas españolas de este verano probablemente demuestra que sus partidarios son mayoría, sólo que estaban amodorrados. En cambio, sus detractores, aun siendo menos, lo que sí son es muy activos.

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