El Banco Central de Rusia no es un ejemplo de independencia, ni de transparencia, pero, a diferencia de los bancos de la zona euro, excepto el BCE, tiene algo muy importante: todo lujo de herramientas monetarias, lo que le permite devaluar de golpe, devaluar poco a poco, recortar tipos, incrementar tipos, cambiar de objetivos y, en suma, hacer lo que le dé la realísima gana. El Banco de España, con supervisar entidades de crédito (bueno, últimamente también se dedica a gestionar alguna, mal que le pese) ya tiene bastante.
La última vez que en esta bitácora se escribió de economía, el rublo se terminaba de desplomar, el crédito estaba estrangulado, el PIB se estaba pegando un batacazo de época y las reservas exteriores se habían reducido en un tercio. Y, en un artículo del Handelsblatt, se le brindaban diversas soluciones al Banco Central. Había una solución más que no proponía el artículo del Handelsblatt, sino yo mismo, consistente en que el Presidente del Banco Central, Serguei Ignatiev, pusiese una velita a San Sergio de Radonezh para que los precios del petróleo volviesen a subir.
No dispongo de información sobre si Ignatiev leyó esta bitácora y se puso a comprar velitas y a fijarlas ante los iconos de San Sergio, pero el hecho es que, sea como fuere, los precios del petróleo vuelven por sus fueros. No por sus fueros del verano de 2008, poco antes de despeñarse desde una altura de 140 dólares USA por barril, pero al menos sí por unos fueros lo suficientemente respetables como para que las reservas de divisas vuelvan a inflarse, para que vuelva el superávit en la balanza por cuenta corriente y, con ello, la elección tradicional del Banco Central en los últimos años: ¿inflación o tipo de cambio?
Hasta ahora, el BCR había optado por mantener el tipo de cambio controlado, básicamente comprando dólares y euros para evitar que el valor del rublo se disparara. Claro, si compras dólares y euros con rublos, lo que estás haciendo es darle a la maquinita de imprimir billetes e inundar el país de rublos. Y, si hay más rublos, pero las mismas cosas que comprar o vender, entonces el resultado es que tienes encima una inflación del quince. En este caso, además, literalmente, porque ése fue precisamente el porcentaje de inflación en alguno de los años inmediatamente anteriores al actual. Como, además, el tipo de cambio se movía un poquito a favor del rublo, el resultado es que con los dólares o los euros podías comprar cada año que pasaba cosa de un veinte por ciento menos que el año anterior. Si cobrabas en euros, lo tenías chungo.
La inflación es un auténtico coñazo. No es que sea mala de por sí, dentro de ciertos límites, pero es latosa y pone de muy mal humor a la peña cuando ve que los precios suben, con lo que da sensación de que las cosas van peor de lo que van en realidad.
Yo diría que con buen criterio, Ignatiev ha decidido (o le han hecho decidir) ponerle coto a la inflación, y señalar tal objetivo como prioritario. Eso pondrá más contenta a la población y dará mucha más estabilidad, pero también tendrá consecuencias desagradables.
Porque una de las cosas que tendrá que hacer Ignatiev es dejar de comprar dólares y euros y de inundar el mercado con rublos calentitos, recién salidos de la impresora. Como consecuencia, la gente tendrá muchos petrodólares y pocos rublos y lo que pasará es que el precio del rublo subirá, porque lo de ir con dólares a comprar o a pagar salarios no funciona.
Como el precio del rublo subirá, también subirán los precios de las cosas que se fabrican en Rusia. Y, por tanto, los gringos y nosotros, los uropeos, podremos vender nuestros cachivaches en Rusia, porque, medidos en rublos, serán mucho más baratos. Eso puede que le guste a la peña, que podrá comprar cosas más baratas, pero desde luego no a los fabricantes rusos, que verán que sus bienes no se los compra nadie, porque los que vienen de fuera son más baratos y mejores.
Además, así como ahora hay fabricantes extranjeros que hacen de tripas corazón y se vienen a construir fábricas en Rusia y a pelearse con los milicianos y demás chusma con gorra y uniforme, como el rublo comience a ponerse caro dejarán de hacerlo, porque será igualmente caro producir aquí y les saldrá más barato producir en su país y traer aquí lo que sea.
Para evitar que su competitividad se les vaya a tomar viento y que la inversión extranjera productiva se dedique a hacer cortes de manga, el Gobierno ruso ha tomado medidas de las que hacen torcer el gesto a los librecambistas de toda la vida. Por un lado, ha metido a saco varios aranceles de importación prohibitivos; por otro, ha sustraído el control de los aranceles de exportación a la Duma, de manera que ahora los puede imponer directamente el Gobierno (que desde luego es más rápido a la hora de tomar decisiones); finalmente, ha regado la Rossiyskaya Gazeta (que es, ya lo vimos, el lugar donde se publican las normas) de una pléyade de lo que llamamos barreras técnicas a la importación. Es decir, no te ponemos un arancel del 30% que te deje seco, pero pretextamos que tu producto no cumple con unas misteriosas normas sanitarias y no le dejamos entrar; o lo sometemos a más inspecciones que un cargamento de armas enviado a Afganistán; o te machacamos con unos precios mínimos tales que parece que hayas usado oro para fabricar tus cachivaches.
El resultado, claro, es que la peña extranjera se cabrea. Ya están las cosas bastante chungas con la crisis y tal para que encima venga el ruso y decida que en su casa no se vende un clavo que no sea ruso. Sin embargo, en una economía con tantísimos desequilibrios como la rusa, no tengo ni idea de qué otra cosa pueden hacer para que alguna magnitud no se les pegue un batacazo. De momento, parece que han decidido que, al menos, la inflación deje de ser uno de esos desequilibrios brutales, y luego ya irán equilibrando otras cosas. A ver qué sale de todo esto.
De momento, no sé vosotros, pero yo iría a comprar rublos.
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