En este recorrido nostálgico que estoy haciendo por mis primeros pasos con el idioma ruso, nos habíamos quedado en el momento en que el docente entraba en clase.
Entre los lectores de esta bitácora me consta que hay más de un estudiante (o ex-estudiante) de ruso, así que me permitiré lanzar la pregunta que me viene atormentando: ¿alguno ha visto alguna vez a un profesor de ruso? A un hombre, quiero decir. Porque yo he conocido a varias docenas de maestras, profesoras y aficionadas a dar clase, pero, lo que es hombres, o son profesores de universidad y no se rebajan a los niveles inferiores, o directamente no son.
He tenido profesores, masculinos, de alemán, de inglés, de francés y hasta de holandés; pero, lo que es de ruso, es que no he visto uno ni de cerca.
Pues bien, volviendo a aquel primer día de clase, la profesora finalmente entró en el aula y echó una ojeada al grupo de alumnos que quedó descrito en la última entrada de la serie y que, claramente, eran una banda de frikis avant la lettre. La profesora, llamémosla Natalia, era una mujer de edad mediana, tez oscura, media melena rizada, recogida en una discreta diadema y tirando bastante a canosa, estatura igualmente mediana y vestimenta rabiosamente conservadora: vestido y falda larga, todo ello de color entre azul y gris, y zapatos de tacón bajo. En alguna ocasión, nos dijo que la solían confundir con una monja, lo que le molestaba mucho. Quizá para marcar las diferencias con las religiosas, fumaba constantemente: en el pasillo, en clase, en la sala de profesores y donde te la encontraras. Y es que eran otros tiempos, afortunadamente olvidados, porque lo de estar oliendo constantemente a tabaco, quieras que no, a alguno no nos molaba.
El español que hablaba Natalia era absolutamente impecable; sus modales, tan impecables como su español. Se trataba de una niña de la guerra retornada y que conservó la admiración por la URSS, por un lado y, por otro, la nacionalidad española. Eso, junto a sus estudios, le permitió acceder a una plaza de funcionario de la educación. Y allí estaba, enseñando ruso.
Las primeras clases siempre son un poco tensas. Nadie sabe muy bien a qué atenerse. En aquella clase, eso se notaba de una manera especial. Los alumnos, a cual más raro, nos mirábamos entre nosotros pensando que los frikis eran los otros. La profesora, de igual manera, debía estar pensando en la fauna que le estaba tocando pastorear.
Más adelante, la estructura de las clases se fue haciendo clara. Natalia nos ponía deberes; nosotros no los hacíamos; no pasaba nada, los revisábamos por encima en clase; luego ella nos contaba cositas de su vida que tenían muy poco que ver con la enseñanza del ruso. De esta manera, nuestro nivel era penoso. Con el tiempo, llegué a darme cuenta de que la prioridad de Natalia, como la del resto del departamento de ruso, consistía no tanto en que aprendiéramos, sino en no quedarse sin alumnos, y así el nivel de exigencia bajaba hasta extremos alarmantes, pero, eso sí, el de esfuerzo no era muy superior.
Con el tiempo, tuve hasta otras seis profesoras de ruso. Mientras estuve por aquel centro, todas fueron más o menos del mismo estilo. Como el objetivo parecía ser el de conservar alumnos, lo lógico era lo que pasaba en la Escuela: los primeros cursos eran más sencillos que el mecanismo de un botijo; el penúltimo era complicadillo y el último era directamente imposible. Así la gente se quedaba años y años, repitiendo curso incesantemente, pero seguía matriculándose, porque, ya se sabe, el ruso, si lo dejas, lo olvidas en un pis pas.
Quizá algo de culpa de esto lo tuvieran los libros y los materiales que debían acompañar a los alumnos a lo largo de su aprendizaje, pero esto es asunto aparte y tendrá su hueco en la próxima entrada.
Porque hoy, la verdad sea dicha, se está haciendo un poco tarde.
Y claro Alfor... en los libros que me dieron mis padres cuando era peque Buenos Aires tenia el nombre de Rio de Janeiro, espero al menos que los programadores del derrotero de los ICBM rusos no hayan sido seteados por la geografia de aquellos pateticos libros.
ResponderEliminarDe pequeño tuve el mismo problema que tus pequeños, pero solo que esos problemas los tuve en clase, ya que mi proceso socializacion se realizo en español y mi indentidad familiar se formo en ruso.
En la ciudad donde me crie, creo que hasta el momento no hay profesores de ruso, salvo el esposo de una amiga, que habla tanto español como yo Mandarin (¿?).
De regreso a la realidad, esto lo lei hace algunos dias, pero como estuve tapado de trabajo no tuve chances de compartirlo contigo.
http://www.sovross.ru/modules.php?name=News&file=article&sid=56099
Medvedev el tercer gran reformador ????
"...De la esfera social “semisovietica” habria que liberarse decididamente, para transitar hacia un “sistema complejo, balanceado, de estimulos economicos y garantias sociales, juridicas, eticas y normas de conducta, de cuya productividad dependeran en gran medida la calidad del trabajo y el nivel de preparación de cada uno de nosotros”..." que inferis de esto?
Peon por salirme del thread, pero es que no ando por este blog hace un tiempo
Por aquí tengo profesOr de ruso(filia).
ResponderEliminarCoinciden vestuarios, método lectivo y los criterios de matricula y evaluación; con la diferencia de que su Natalia no coleccionaría rublos con la imagen del puente de Krasnoyarsk, de la mismo manera que si utilizas los euros no te preocupas en colecionarlos. Bueno mucha gente sí y envueltos en mil y un abrigos, pero ese es otro cantar.
Saludos
Hola Alfor, muy buena esta serie de entradas, no veas qué recuerdos...
ResponderEliminarNo, yo tampoco he visto nunca un profesor de ruso "macho", son todo hembras. Como curiosidad te contaré que hace años, tuve la oportunidad de pasar por la IGLU, la universidad lingüística de Irkutsk. Según me contaron, tan sólo había 2 estudiantes "macho" y además, tenían cierta fama de bujarras. Una cosa rarísima (¿?)
Ahora bien, yo creo que más que bujarras eran unos cachondos, porque cuando yo iba al instituto en Alemania, por alguna razón o casualidad desconocida, éramos 2 tíos y 42 tías en clase, y no veas lo bien que me lo pasé :)
Bruno, el artículo de Medvedev, como sabes, está dando mucho que hablar. En mi opinión, está un poco sobrevalorado y cae en lo mismo de siempre: los rusos son buenísimos haciendo planes y pésimos ejecutándolos. Medvedev da un montón de ideas que, en sí, no son malas, pero es tan palmario que le faltan los medios para llevarlas a cabo que uno se pregunta si no haría mejor planteándose metas realizables en lugar de ponerse a soñar.
ResponderEliminarCid6cuerdas, es usted el primero a quien le conozco un profesor de ruso masculino. Lo de coleccionar billetes de diez rublos, si lo he entendido bien, me deja un poco descolocado.
Al'bert, jo, y yo me las prometía muy felices en Derecho, con un 80% de mujeres, algunas de bandera, pero en realidad casi todas iban buscando a algún estudiante de los últimos cursos cuyo papá tuviera bufete consolidado, o que, al menos, tuviera pinta de aprobar las oposiciones a notario. Como mi padre era camionero y sobre mi pinta creo que ya he dejado las cosas bastante claras en una entrada anterior, salí de la Facultad tan sin estrenar como había entrado (y lo que me duró).
Y en lo de las alemanas te comprendo perfectamente, pillín. ;)
Alfito, nos vas a poner nostálgicos, jejejje... ¿Holandés?¿También sabes holandes? A ver si te decides ya por el japones, el coreano, el chino o el árabe, o todos juntos, no sé, por ponerte algún reto, jejejjee..
ResponderEliminarBesos
Existen los profesores macho. Tuve uno en la Universidad de Granada...
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