miércoles, 1 de julio de 2009

El día del juicio (I)

Al final me decidí a ir. Quedé con la proletaria despedida en la estación de metro "Ryazansky Prospekt", que está lejísimos tanto de mi casa como de mi trabajo. El juicio era a las once de la mañana, como quedó dicho, y yo aparecí cosa de veinte minutos antes. A los cinco minutos, llegó Yollie.

- Fíjese, Alfor, ¡he llegado a tiempo!

Admirable, efectivamente. En todas las reuniones que habíamos mantenido el año pasado, Yollie se las había compuesto para llegar no menos de media hora tarde.

- Sí, sí, ya veo que sabe ¿Vamos al juzgado?
- Hemos de esperar a una persona ¡Ah, aquí está!

Se acercó un joven de alrededor de treinta años, vestido de sport. Yollie me lo presentó como Fedia.

- ¿Vamos? - pregunté.
- Huy, es un poco pronto. Vamos a fumar.

Yollie y Fedia se pusieron a fumar un cigarrillo, y luego otro. Y luego otro más. Y creo que ya se cortaron, porque se iba a hacer tarde, y nos fuimos hacia el juzgado. Qué pachorra, tú. Creo que voy entendiendo por qué Yollie llegaba tarde siempre: porque yo no soy juez. Ahí, ahí, acortando la esperanza de vida.

- Bueno -dijo Fedia-, pues se trata de que usted diga que Yollie ha estado trabajando en la empresa desde antes de noviembre, y quizá de que diga que no tiene nada que objetar a su trabajo.
- ¿Es usted abogado? - le pregunté a Fedia.
- Sí.
- Ah... - en España, a buenas horas iba a ir un abogado vestido de sport, ni siquiera uno laboralista. El juez se lo comía. - Bueno, pues tengo un correo desde su buzón del 24 de septiembre. He imprimido una copia. Puedo justificarlo oralmente, porque desde luego es una copia simple.
- Ah, vale.

Llegamos en esto al juzgado. Era un edificio cochambrosillo. A estos tíos les llevas a Valencia, a la Ciudad de la Justicia, y flipan en colores. Vamos, incluso en los juzgados anteriores flipan en colores. Qué digo en Valencia. Estos tíos flipan en el juzgado español más desastrado que fuéramos capaces de encontrar, y conozco bastantes.

La entrada era estrecha, maloliente, lóbrega y sucia. Más que un juzgado, parecía un calabozo. El detector de metales eran cuatro tablones de madera mal unidos con el dispositivo adosado al tablón superior. Nos identificamos y los encargados de seguridad, que por lo menos eran razonablemente amables, nos dejaron pasar. Digo razonablemente amables para lo que es Moscú. En Valencia, pones a dos tíos con una actitud así en los juzgados y al día siguiente tienes el maltrato a los usuarios de la Justicia en primera página de los panfletos locales.

Como en todos los edificios públicos de estilo soviético, a partir de ahí comenzó un desbarajuste de pasillos, escaleras ascendentes, escaleras descendentes, ascensores y pasadizos poco menos que secretos. Yo no sé cómo lo hacen, pero incluso en el edificio más birria consiguen construir un laberinto que ríete del de Creta. El abogado, sin embargo, ya debía conocer bien el lugar, porque sólo dudó en el camino un par de veces. Finalmente, llegamos a la puerta del juzgado que debía conocer de nuestro caso, y aún faltaban un par de minutos para las once. Fedia, el abogado, seguía ahí, tranquilo y vestido de calle.

- ¿No tienen sala de togas aquí? - pregunté.
- ¿Qué?
- Olvídelo. Aquí los abogados no se ponen toga, ¿no?
- No. Sólo los jueces ¿En España se ponen toga?
- En España los abogados llevamos toga en los juicios.
- ¿Y peluca?
- No. Peluca no.

El ambiente en el pasillo era bastante agobiante. En Rusia no hay prácticamente división de jurisdicciones, salvo la mercantil (precisamente la que nunca habíamos tenido en España hasta hace muy poco), así que el mismo juzgado podía estar conociendo de asuntos totalmente diferentes, civiles, penales, laborales o administrativos. Digo que el ambiente era agobiante, porque no sólo es que no hubiera la menor ventilación e hiciera un calor cruel, en contraste con el frío que hacía en la calle, es que además el pasillo estaba trufado de inmigrantes "presuntamente" ilegales esposados, que evidentemente llevaban algún tiempo en prisión preventiva y que, no menos evidentemente, llevaban tanto tiempo sin ducharse como en prisión preventiva. O más.

En esto, llegó una señora con una cara de amargura infinita que aparentaba ochenta años, pero que probablemente no pasara de la mitad.

- ¿Nos han llamado? - le preguntó a Fedia.
- Aún no - respondió éste.

La señora fue a sentarse algo más lejos.

- Es la abogada de la defensa - me dijo Yollie.
- No parece muy animada.
- No.

Salieron las partes del juicio anterior. Como era evidente que nos iban a llamar dentro de poco, aproveché para darme una vuelta por el pasillo, superando el reparo de ser el único que llevaba traje en todo el recinto. Al pasillo daban multitud de puertas, muchas de las cuales eran de distintos juzgados, junto a las cuales estaban colgados los señalamientos de la semana. De la semana. Cuando me di cuenta de que las cosas no eran tan improvisadas como me había dado a entender Yollie la víspera, decidí someterla a un interrogatorio, así que volví junto a ella.

- Yollie...
- ¿Sí?
- Usted sabía desde antes de ayer por la tarde, cuando me llamó, que tenía hoy la vista, ¿verdad?

Yollie pareció comprender que esta vez no me iba a conformar con la excusa habitual de "Es que esto es Rusia" y que estaba algo mosca.

(continuará)

3 comentarios:

  1. Aaaaaahhh, pero no nos dejes así... ¡¡Necesito la segunda parte!!

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  2. Aurelio, bueeeno, ya va, ya va, déjame más tiempo, que no es tan sencillo. A ver si para mañana la saco.

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  3. estas pausas dramáticas me matan....

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