Llegamos a la sala del torneo, y Gustavo se acercó a un grupo que estaba conversando.
- ¡Hombre, Turismín! - dijo uno, riéndose.
- Hola, os presento a Alfor, que es español y vive en Moscú.
Era el equipo guatemalteco, discutiendo la alineación. Creo que les tocaba jugar contra Andorra, pero venían de una humillante derrota por 0:4 contra Túnez y estaban algo moscas. El capitán, al que efectivamente dejaban algo de lado los demás, gruñó algo y se apartó, mientras el resto del equipo comentaba la jornada contra Túnez.
- ¿Turismín? - pregunté.
- Sí, me llaman así desde que me fui a ver el Kremlin.
- Turismín se conoce Moscú mejor que nadie -dijo el tercer tablero-. Es el que nos guía cuando vamos por ahí.
Era un equipo simpático. El primer tablero era el único maestro internacional, y los demás sólo eran maestros nacionales y sólo el segundo y el tercero tenían ELO FIDE. Vamos, que Andorra podía darles guerra e incluso un disgusto. El maestro internacional, que parece que estaba haciendo un mal torneo y le estaban dando cera, también estaba algo sombrío y se fue a hacer compañía al capitán. El tercer tablero, en cambio, estaba encantado de la vida y parecía que estuviera haciendo el torneo de su vida.
- Bueno, me están zurrando todos, pero estamos de viaje y me lo estoy pasando bien viendo a la gente.
¡Y qué gente! Turismín, como de costumbre, no fue alineado, así que nos fuimos a pasear por la sala, comentando las partidas. Los equipos más fuertes estaban jugando en el escenario de la sala de actos, que mejor es llamar teatro, porque lo es. Allí estaba la selección que finalmente ganaría, Rusia, con Kasparov, Jalifman, Dreev y Jaritonov. Un equipazo, aunque no el mejor que podían presentar. Y es que, como estaba Kasparov, no estaba Karpov, que por cierto en aquel entonces no es que estuviera en buena forma: es que se encontraba en estado de gracia y había arrasado en todos los torneos que había jugado en 1993, incluso por delante de Kasparov en Linares. Tampoco estaban los de la órbita de Karpov, por ejemplo Salov o Bareev.
Rusia jugaba contra Holanda, otro equipazo, con Timman y Van Vely como referentes. España, también en el escenario, jugaba contra Alemania. Shirov, español (ejem), jugaba contra el número uno alemán, Yusupov (otro ejem), en el primer tablero; en el segundo, con apellidos más propios de los países representados, Miguel Illescas se las veía contra Robert Hübner. Creo recordar que España acabó perdiendo por la mínima (claro, si me hubieran seleccionado a mí...).
Turismín y yo nos sentamos en la sala y comenzamos a discutir las partidas que mostraban los tableros, pero luego nos aburrimos y nos pusimos a pasear por la sala dos, donde estaban las selecciones no tan exitosas. Ahí ya no había escenario, así que nos podíamos meter delante mismo de los tableros. Y, de repente, lo vi, a medio metro, al alcance de mi mano.
Suiza jugaba contra Argentina. Creo recordar que el primer tablero argentino era Daniel Cámpora, pero no estoy seguro, porque el que llamaba toda la atención era el hombre, ya bastante mayor, que estaba sentado al lado de la banderita suiza y del cartelito con el número uno. Una leyenda viva.
Víktor Korchnoi, o Viktor el Terrible, fue en los setenta, cuando ya era veterano, la amenaza fantasma del ajedrez soviético. Dos veces subcampeón del mundo (1978 y 1981), y prácticamente otra más (1975), en lucha contra el niño bonito, Karpov, de la Federación Soviética de Ajedrez, del Partido Comunista y, por si fuera poco, también de la Federación Internacional. Después de su exilio en 1976 y de la obtención de la nacionalidad suiza, el match por el título de 1978 fue lo más sucio que se recuerda en ajedrez, y mira que el ajedrez es un deporte sucio como pocos. Era el último representante de la saga de retadores al poder soviético establecido que, por poner un caso, iba desde Reshevsky y pasaba por Larsen, Fisher, el propio Korchnoi y, finalmente, Kasparov.
Y allí estaba, delante de mí, pensando cómo darle cera a Cámpora.
En la siguiente sala ya estaban selecciones nacionales mucho más modestas, en las que hubiera podido jugar yo sin duda alguna. Y, después de algunas pifias que vi, incluso creo que me hubieran puesto en algún tablero destacado. También estaba Guatemala, a la que seguimos un poco más especialmente, luchando contra Andorra a brazo partido. Aquello era una fiesta. Por los pasillos se veía también al capitán del equipo español, Bellón, al periodista ajedrecístico de toda la vida, Leontxo, y también se veía a Anatoli, que finalmente no se había podido resistir y se había venido a participar de la fiesta.
Pero no estábamos en un lugar cualquiera, no. Estábamos en el Cosmos.
- Oye, que me acabo de enterar de que a la selección de Estados Unidos les han robado los ordenadores - me dijo Anatoli, riéndose.
- ¡Ostras!
Para un profesional (y los estadounidenses eran tan profesionales como los rusos... tanto que creo que su primer tablero era Gulko, nacido en Rusia), las bases de datos no eran entonces tan importantes como lo son ahora, en que hasta los aficionados "fuera de servicio" como yo tenemos bases de datos con millones de partidas; pero enfrentarte a un bicho sin saber lo que juega, cuando el bicho sí que sabe lo que juegas tú, es una desventaja palmaria. Los rateros que habían cometido el robo no creo que estuvieran a sueldo del equipo ruso para quitarse de enmedio a un peligroso contrincante (EEUU, sin Gata Kamsky, tampoco les podía dar mucha guerra ni con los ordenadores a tope), pero su acción fue bastante a dejar el prestigio del hotel por los suelos entre el mundillo ajedrecístico. Entre los que residíamos por allí el prestigio del hotel ya estaba por los suelos, de manera que el robo de los ordenatas no perjudicó su reputación.
Hoy, el Cosmos sigue siendo un mareo de hotel. No es tan cochambroso como antes, pero, salvo tres pisos que ha comprado un ricachón que ha renovado las habitaciones, sigue siendo un lugar inabarcable, con un casino allí mismo y con no quiero saber qué huéspedes a partir de ciertas horas. Pero no cuesta quinientos euros por noche, así que, por muy destarifo que sea, la gente, sobre todo los turistas, se hospeda en él. A ver si, con paciencia y una caña, van abriendo hoteles de tipo medio en Moscú, porque, al paso que vamos, los huéspedes de la ciudad van a tener que ampliar el límite de sus tarjetas de crédito para pasar siquiera una noche.
Aaaaains Alfito, toda esta historia del campeonato de ajedrez, me ha recordado nuestras partidas ¿las recuerdas? cuando, volviendo de las mascletaes, nos poníamos a jugar mentalmente y, de vez en cuando, me tenías que recordar que no moviera tal pieza donde pretendía, a menos que quisiera servirte con ensalada a mi rey, jajaja, o a mi reina, o yo que sé que pieza te estaba regalando... Hace siglos que no juego al ajedrez, la verdad. Una pena porque me encanta, pero ahora mismo creo que, si jugara una partida contigo, incluso con tablero, me ganarías en cuatro movimientos, uff, tengo que jugaaaaar, jejeje.
ResponderEliminarBesitos
Estherita, ¿cuatro? ¿Tantos?
ResponderEliminarYa te vale, pero que malooooo..... Pues sí, tantos, ala...
ResponderEliminarBesitos