miércoles, 2 de abril de 2008

Economistas

Hay una definición con mucha retranca de los economistas que dice más o menos que un economista es un profesional capaz de explicar perfectamente por qué ha pasado lo que no ha sido capaz de predecir. Son cosas que ahora, que parece evidente que se nos echan encima los años de vacas flacas, están bastante de actualidad, por mucho que en España, por lo que visto, leído y oído, el que manifieste que estamos en crisis lo que en realidad ocurre es que está falto de patriotismo. Pues mucho me temo que los próximos meses van a ver los niveles más bajos de patriotismo español desde don Rodrigo, por lo menos.

En Rusia, no. Rusia va bien. El superávit público es galopante; las reservas de divisas son de las mayores del mundo y no saben dónde meterlas; con la pasta que les sobra tienen que dotar unos fondos que no son más que una hucha gigantesca para evitar que el pastizal que tienen les hunda la lucha contra la inflación; el rublo está fuerte y sostenido; el crecimiento que tienen es la envidia del mundo mundial; el consumo privado asusta y, en resumidas cuentas, esto es la repanocha en bote.

Pero no siempre ha sido así, no. El petróleo y las otras materias primas que Dios ha dado a los rusos para su disfrute no fueron siempre tan caros. Y, así, nos remontamos al lejano abril de 1998, hace ahora justamente diez años. Las cuentas públicas eran un desastre sin paliativos, los responsables políticos unos mangantes sin conciencia, las fugas de capitales dejaban temblando las reservas exteriores, la inflación era bestial, la deuda pública aterradora... pero curiosamente el consumo privado iba desbocado y lo compensaba todo: aquí, señores, igual que hoy, entonces se vendía de todo, y todo se compraba, con un rublo mantenido artificialmente alto y unos rusos que consumían, consumían, consumían... Todos los economistas veían la calamidad de todas las magnitudes macroeconómicas, pero al lado veían que el PIB crecía algo a base de consumo privado y le quitaban importancia a todo lo demás. Y la gente se endeudaba, metía dinero, inflaba las cosas...

En abril de 1998, digo, mantuve una conversación muy relajada con un señor, alemán él, muy simpático, de quien luego me enteré que era el responsable de Economía de la Embajada alemana en Moscú. Hablábamos de todo lo divino y lo humano, y acabamos charlando de cómo iba Rusia en general. Y entonces dijo:

- Pues yo no creo que esto aguante mucho. En septiembre tienen unos vencimientos de deuda pública tremendos, y yo no sé de dónde van a sacar dinero para pagarlo. Yo creo que hacia el otoño vamos a tener una crisis tremenda.

El 17 de agosto de 1998, lunes, la economía rusa colapsó: el rublo se hundió hasta el 25% de su valor; se tuvo que prohibir durante tres meses todo tipo de pagos al exterior para controlar la fuga de capitales galopante que se estaba produciendo; en los meses siguientes desaparecieron un sinnúmero de empresas; volvieron las colas a los comercios y la escasez de productos en el mercado; desaparecieron millones y millones de deudas incobrables; se produjo una deflación brutal del dólar (auténtica moneda, al menos moscovita, en aquel tiempo) en términos reales y tuvo que dimitir el Gobierno enterito, el Gobernador del Banco Central y poco menos que todo el mundo con un mínimo de decencia (que no eran tantos). Fue más que una crisis: fue un caos.

Y luego comenzaron a aparecer los estudios de los economistas que explicaban que aquello había pasado por distintas causas, y hubo alguno que se ponía medallas diciendo que eso era de prever que pasaría y que "ya lo decía él". Pero la verdad es que el único que lo había clavado era aquel señor alemán con quien yo había hablado y al que, por cierto, volví a ver pasadas unas semanas.

- En estos días de crisis -dije- me he acordado mucho de usted. La verdad es que ha sido el único que dijo que esto podía pasar y que seguramente pasaría. Es usted tremendo.

- Bueno, no hay para tanto. Cualquiera se hubiera podido dar cuenta. Era cosa de mirar los vencimientos de la deuda pública, y echar un vistazo a los tipos de interés brutales que se estaban alcanzando, además de ver que las reservas de divisas no bastaban.

- ¿Cualquiera? ¡Nada de eso! Usted es el único economista al que le he oído hablar claramente y, encima, acertar.

El alemán se ruborizó ligeramente.

- Es que yo -dijo- no soy economista. Soy físico de formación.

5 comentarios:

  1. Chapeau, camarada!
    (se me quema el café!)

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  2. ¡Gracias! (pero lo de "camarada"..., uffff...)

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  3. Pues nada, sin camarada. Ea!
    Recordaré que sientes cierta simpatía por Saakashvili.
    :)

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  4. Hombre, sí, pero reconozco que Saakashvili lleva unos meses que no da una a derechas. Puedes considerarme ex-simpatizante.

    Y lo de "camarada" es que está muy gastado como palabra. Queda muy rojo, o muy azul. O, incluso, muy marrón. Y yo es que soy blanco.

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  5. Es una anecdota genial la del fisico aleman. Tengo que contarla.

    salu2!

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