Los padres somos la pera cuando se trata de nuestros hijos. Nos deberían dar de comer aparte.
Esta mañana fue el examen final de la primaria a distancia, en la Embajada de España en Moscú. Me acerqué por aquel lugar, que hacía años que no visitaba, con Abi, que llevaba "un lápiz bien afilado, una regla pequeña, goma de borrar, un sacapuntas y lápices de colores", según la normativa de examen.
Cuando llegamos, había otros dos niños examinándose, que habían llegado con su madre. Los responsables de educación, que evidentemente no estaban allí para vigilar, se fueron a hacer sus cosas. Abi se sentó a la mesa, tomó el cuadernillo de seis páginas y se puso toda aplicada a pasar las tres horas de examen.
Los otros dos niños, una niña de la edad de Abi y un niño que estaba ya en quinto, también estaban la mar de tranquilos; pero su madre no. Su madre, una mujer delgada y hasta huesuda con dientes de color tabaco, estaba con los nervios a flor de piel, como si se examinara ella misma. Me miró con lo que pretendía ser un gesto de complicidad, pero es que yo no me sentía nada cómplice, así que le devolví una sonrisa acompañada de un encogimiento de hombros, y me enfrasqué en el libro que había traído.
La mujer comenzó a levantarse y a dar indicaciones, y hasta alguna reprimenda, a sus hijos. Yo veía que Abi no iba muy rápida, pero iba, y opté por dejarla trabajar.
Entraron entonces otros dos niños acompañados por su padre y también se sentaron a hacer el examen. Su padre ya ni se sentó, sino que se puso directamente a ayudarles; incluso, no contento con ayudar a sus hijos, se puso a ayudar a los de los demás.
- No, así no... -le decía a Abi.
A la tercera, ya tuve que intervenir.
- Bueno, bueno, la niña ya lo irá resolviendo sola.
Aquel examen era la repera, con la madre, cuando no estaba fumando fuera, metiendo presión a sus hijos y el padre detrás de todos, a veces en castellano, y al final casi siempre en catalán (mal van de castellano estos niños). Y yo, sentado a un lado procurando no molestar y flipando con cómo somos los padres a veces.
Abi terminó su examen, con bastantes faltas. Le dije que repasara, y seguía habiendo faltas. Al final consiguió corregir bastantes, aunque todavía le quedó más de una y más de dos. Digo yo que los otros niños tendrían un examen perfecto.
- Papà, ¿tu penses que he aprobat?
- Sí, chiqueta, no està perfecte, pero l'aprobat el tens. I tu a soletes.
Creo que en estos casos estaría bien que no dejaran entrar a los padres, y no lo digo por ti, que hiciste lo que tocaba, esperar tranquilamente y sin mostrar ningún ápice de nervios a la peque, con lo que le quitaste mucho peso al examen. En cambio me dan pena los otros nenes, pues creo que lo pasaron francamente mal con la presión de sus padres y los nervios que éstos les transmitían. Al final esta prueba se habrá convertido para ellos en un trámite algo traumático, y teniendo en cuenta que supongo que tendrán que repetir la prueba cada año o cada equis tiempo, pues francamente, me parece terrible, pues la inseguridad y los nervios, en estas cosas, nunca son buenos.
ResponderEliminarPor cierto, ¿Al final aprobó Abi?
Besos
Garantizo que los niños no parecían nada nerviosos. Es más, eran los primeros que se levantaban tranquilamente de su silla e iban a preguntar cosas a sus padres. Es como si haces una oposición, no te sabes algo, y sales de la sala a preguntar lo que no sabes a tu preparador. Daría gusto.
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