jueves, 23 de abril de 2015

Invadiendo Flandes (II)

El medio kilómetro que mediaba entre el cruce donde nos encontrábamos y el límite regional era una pista de tierra con una ligera pendiente en bajada. Me puse delante, saltando entre los baches, y a no tardar llegamos a una nueva intersección. El camino del Infante seguía en línea recta, pero allí se le cruzaba otro camino, igualmente de tierra, cuyo nombre no aparecía por allí, pero que reconocí como el camino des Bonniers. Detuve, pues, la bicicleta y la apoyé contra un árbol.

Enseguida llegaron Kobe y Ame. Me vieron de pie y se pararon a mi lado.

- ¿Es aquí?

- Sí. Ahí tenéis Flandes, a partir de este camino. Este camino es la frontera. Hacia allá - y señalé la dirección desde la que veníamos - tenemos la región de Bruselas; y en esta dirección - y levanté mi mano hacia el sur - tenemos Flandes. Ese cartel que hay ahí tiene el formato de los carteles de Flandes, mientras que los de Bruselas son de color verde, como el que veis ahí detrás.

- ¡Qué guay! Entonces - y Kobe abrió las piernas todo lo que pudo - ahora estoy a la vez en Flandes y en Bruselas.

- Exactamente. Podemos visitar Flandes ahora mismo.

- Pues yo - dijo Ame -, además de escupir, voy a hacer mis necesidades.

- Sí, sí, en Flandes - añadió Kobe.

Ame y Kobe penetraron unos metros en Flandes, escupieron un par de veces, y acto seguido se pusieron mirando a un árbol, se bajaron sus respectivas braguetas y se pusieron a orinar. Yo supongo que hubiera hecho lo mismo de haber tenido ganas, pero, no siendo el caso, me limité a escupir. En Flandes, claro, porque los flamencos son lo peor.

Como el cuerpo humano, y no digamos el infantil, tiene un límite, el proceso de suministro de líquidos al bosque de la región de Flandes no duró demasiado. Como no hay que estar en territorio enemigo más tiempo del absolutamente necesario, a no ser que se tengan unas intenciones de ocupación de las que nosotros de momento carecíamos, volvimos inmediatamente a donde se habían quedado las bicicletas, esto es, a un metro del límite regional, pero por la parte buena, la de Bruselas.

- Entonces - traté de pinchar a Kobe -, los flamencos son malos.

- Sí, también lo dice mi padre. Cuando vamos a Flandes, nunca nos hacen caso cuando preguntamos algo. Nos tratan fatal y nos responden muy mal.

- Qué gente...

- Sí.

- Los que molan, claro, son los de Bruselas.

- Bueno, los españoles de Bruselas.

- Ah, sí, eso es la repera. Pero los flamencos no. Ésos son lo peor.

- Sí.

Zanganeamos un poco por la frontera, viendo cómo los árboles que estaban del lado de Bruselas eran indudablemente mucho más erguidos y bonitos que los habían tenido la desgracia de caer del lado de Flandes, y viendo pasar a algún ciclista por el camino des Bonniers, o sea, por encima mismo del límite regional.

- Está rodando un poquito más por la parte de Flandes.

- Pobre.

Como aquello no daba mucho más de sí, montamos en las bicicletas y empezamos la subida para volver al cruce, porque claro, lo que a la ida era bajada, ahora era todo lo contrario. Ame se puso el primero, Kobe le seguía trabajosamente, y yo me puse detrás. De todas formas, no tardamos demasiado en llegar al cruce, y con él al camino asfaltado.

- Aaah... por fin asfalto - dijeron ellos, que no parece que se quieran dedicar a la bicicleta de montaña.

- Podíamos ir al 'bois' a jugar al fútbol.

Estábamos a unos siete kilómetros del 'bois', pero ellos no lo sabían. Como, de todas formas, había que volver, me puse en cabeza, y esta vez el camino era de bajada, y a veces pronunciada, al poco terminó el camino de Saint Hubert, tomé a la izquierda por el de los Tumuli, y éste, además de bajar rápido, era bastante revirado, o eso les pareció a los niños. De esta guisa llegamos a los estanques de los Niños Ahogados, que así se llaman, aunque a Ame y Kobe preferí no decírselo, por si acaso, y entonces se acabó la bajada y empezó una ascensión, y no de las más fáciles. Bajé el ritmo para facilitar que me siguieran, pero a unas cuantas decenas de metros oí mi nombre a lo lejos.

- ¡Alfoooor!

Me giré a ver que pasaba, aunque no era difícil de suponer.

- Que Ame no puede con la subida.

Bastante había hecho hasta ahora, en un camino sin un metro llano. Y yo hasta diría que Kobe andaba también bastante justito. Sea como fuere, bajé y ya hicimos el resto de la subida a pie, empujando las bicicletas a nuestro lado.

- Jo. Es que no tiene sentido cómo hacen las carreteras. Primero bajar muchísimo para enseguida subir un montón - decía Kobe.

- Y menudas curvas que había ¿Has visto la que había antes, lo que había que girar? - añadió Ame.

- A mí me parece que esta carretera la han diseñado los flamencos, para fastidiar a los de Bruselas - aventuré.

Los dos niños se quedaron mirándose.

- Seguro - dijo uno.

- Son lo peor - añadió el otro.

Al acabar la subida, hicimos sin mayores novedades el camino que nos separaba del 'bois', les compré un helado, saqué el balón del cestillo y ya se pusieron a darle patadas a diestro y siniestro, y gracias a Dios que quienes andaban por allí tenían pocas ganas de bulla, porque a los críos a veces se les iba la mano, o el pie, y el balón acababa golpeando contra alguna de las bicicletas que había tiradas por allí, o contra las cabezas de alguna de las parejitas que, también, había tiradas por allí y que menos mal que seguían con lo suyo sin dejarse distraer.

Finalmente llegó la hora de volver a casa, unos dieciocho kilómetros después de haber salido, que no está mal para, al fin y al cabo, unos principiantes. La madre de Kobe llegó enseguida para recogerlo.

- ¿Qué? ¿Qué tal? ¿Qué habéis hecho? - le preguntó a su hijo.

- Hemos ido a Flandes y hemos escupido y hecho pis allí.

- ¿Qué habéis hecho qué? ¿Escupir? ¿Pis?

- Sí. Nos ha llevado el padre de Ame. Ha estado guay.

En ese momento entre yo en el salón.

- ¡Hola! ¿Qué tal? ¡Hemos ido a Flandes en bicicleta!

- Ya, ya... y me han dicho qué habéis hecho.

- Al parecer, son lo peor. O eso me han dicho.

- Sí... ya... Creo que la próxima vez me voy a apuntar yo también.

No sé yo si se quiere apuntar a los actos vandálicos contra Flandes, o más bien quiere asegurarse de que no se repitan. En todo caso, la próxima vez llevaremos una bandera. Si hay que llevar a cabo una invasión, que sea con todas las de la ley.

Y es que, cuando nos empeñamos, nosotros, también, somos lo peor.

martes, 21 de abril de 2015

Invadiendo Flandes (I)

Con motivo del cambio de país, y por otras circunstancias que vienen menos al caso, Ame ha tenido que cambiar repetidamente de amiguitos en los últimos tiempos. Pero el resultado es muy parecido. Los niños son niños allá donde están, y no cambian mucho de carácter por el hecho ser rusos o singapureños. Todavía están, a Dios gracias, en la edad en que la voz no les ha cambiado todavía, ni han crecido por encima de sus padres, ni tampoco han experimentado otros cambios físicos que, fatalmente, indican el final de la infancia, un final que no está lejos, pero que todavía pertenece al futuro.

Los nuevos amiguitos de Ame son españoles, compañeros de colegio, pero no de los que uno se encuentra habitualmente por España. Como él mismo, han pasado mucho más tiempo en el extranjero que en la patria y, por si fuera poco, los más de entre ellos son españoles de mezclilla, de madre española y padre de cualquier sitio (porque en Bruselas hay de todos ellos), o viceversa. Pero algo tendrá España que, así y todo, muchos de ellos salen patriotas a carta cabal, y aprecian España mucho más que quienes somos españoles de pura cepa y sin una gota de sangre forastera.

En estas circunstancias de guiris, en que la familia extensa de uno no sirve de ayuda, porque está en España, los niños van dando vueltas por las casas de sus compañeros. Hoy está Ame pasando el día en casa de Fulanito, mañana es Fulanito quien viene a casa a jugar con Ame, y al día siguiente los dos van a casa de Zutanito, dicen que a hacer los deberes o algún trabajo, aunque esa es una afirmación que se debe tomar con una buena medida de escepticismo.

Ame, en el caso que nos ocupa, estaba en casa con Kobe, que es un nombre supuesto (ya se sabe lo que es el anonimato en esta bitácora), pero que corresponde a un niño como los descritos arriba: español por parte de madre y por vocación, partidario del Real Madrid (como, ¡ay!, el propio Ame, sordo a las llamadas de su padre para que considere las bondades del Levante) y, eso sí, juguetón y con un punto de pícaro. No es de extrañar que se lleve bien con Ame.

Mientras jugaban en el salón con una pelota de espuma, Ame preguntó de sopetón:

- Y a ti, ¿qué te gusta más? ¿Bélgica o España?

- España - respondió resuelto Kobe.

Yo andaba trajinando por allí y decidí intervenir.

- Eso es porque vas a España de vacaciones ¿Qué pasaría si fueras a España al colegio, y a donde fueras de vacaciones fuera a Bélgica, a no dar golpe?

- Me seguiría gustando España - insistió Kobe.

- ¿Seguro? - pregunté frunciendo el ceño.

- Seguro - repuso Kobe.

- ¿Y cómo es eso?

- Los belgas son lo peor. Sobre todo los flamencos. Ésos sí que son asquerosos.

Ame asintió convencido.

A todo esto, hay que decir que los dos niños asisten a clase a un colegio trufado de diferentes nacionalidades, en el que se predican valores de tolerancia, comprensión entre los pueblos, y otras zarandajas por el estilo, por lo visto sin demasiado éxito, al menos de momento.

Yo miré al cielo, vi que estaba despejado, que sólo hacía un poco de fresquillo, y me dije que días como ésos no abundaban en Bélgica y que seguir encerrados en casa era como para pegarnos.

- Venga. Salimos al bosque. En bicicleta.

- Yo no tengo bicicleta - repuso Kobe.

- Tenemos una que te vendrá bien.

Inflé las ruedas, ajusté la altura de los sillines y salimos a la calle. Los dos vikingos insistieron en llevar el balón para jugar al fútbol, y yo metí el balón en el cestillo de mi bicicleta, pero con un gesto torvo que anunciaba otras intenciones. Y es que, ¿cómo, Señor, ibamos a limitarnos a jugar al fútbol haciendo un día pintiparado para pasear en bicicleta?

Llegamos al bosque, y yo me desvié del estanque y tomé por el camino de la Lorena, a cuyo lado hay un carril-bici en ligera pendiente ascendente. Giré la cabeza y me dije a mí mismo que este par de zánganos iban a dormir pero que muy bien esa noche. Si hubiera ido sólo con uno, seguro que se hubiera quejado a los dos kilómetros de cansancio insoportable, pero yendo dos, y por no quedar como un alfeñique ante el otro, uno por otro apretaban los gemelos y echaban para delante.

Cinco kilómetros después, que, con las bicicletas que llevaban, no es poco, nos desviamos por la avenida de Haras, y luego nos adentramos en el bosque propiamente dicho por la avenida de Saint-Hubert. Yo los mantenía cerca, pero por detrás. Ame rezongaba en ocasiones, poniendo como excusa que su bicicleta no tenía marchas y que había cedido la suya a Kobe, que parecía estar pensando en que vaya tomadura de pelo y que lo que él quería era darle patadas a un balón.

Llegados a la intersección de la avenida de Saint-Hubert con el camino del Infante,detuve la bicicleta, y ellos se pararon a mi lado.

- ¿Sabéis dónde estamos?

Los dos, a falta de aliento, negaron con la cabeza.

- ¿Queréis ir a Flandes?

- Estamos en Flandes, ¿verdad? - dijo Kobe.

- No. Pero mirad ese camino. Por ahí, más o menos a medio kilómetro, comienza Flandes ¿Queréis ir a Flandes, escupimos allí, y nos volvemos?

A los dos niños se les iluminaron los ojillos. Qué los ojillos, la cara entera. Hasta las manos refulgían.

- ¡Síiiiiiii!

- Pues vamos para allá.

martes, 7 de abril de 2015

Semana Santa y Pascua

Hace algún tiempo que no paso por España en estas fechas, pero espero que la Semana Santa y la Pascua, aunque sólo sea por la devoción popular y las procesiones que tenemos por allí, se celebren con cierta decencia, o con restos de la que hubo.

En Europa Central, lo cierto es que no es así.

En Europa Central, entendiendo por tal la parte germanófona, y considerando el neerlandés como una lengua muy fuertemente relacionada con el anterior y las partes francófonas de Bélgica como asimiladas por simpatía, el que no quiera ver que la Iglesia Católica está en una situación muy preocupante, debería plantearse muy seriamente graduarse la vista. No es ya que la Semana Santa se haya converftido en un período vacacional más, lo cual ya da un regusto amargo a la situación, porque un cristiano, bien al contrario, debería estar muy ocupado en estas fechas, es que la situación se ve con cierta resignación y sin ganas de revertir la cuestión. Aquí no hay mentalidad de resistencia, o al menos no se la ve. Por ejemplo, cuando los chalados islamistas entraron en la redacción de Charlie-Hebdo y se cargaron a unos cuantos miembros de la redacción, todo fueron minutos de silencio por doquier y hasta oraciones en las iglesias; sin embargo, los ocho asesinados eran unos humoristas de gusto grosero, para los que no había nada sagrado y que, ciertamente, no merecían morir, pero tampoco creo que sea como para elevarlos a los altares. Visto lo que habían dibujado anteriormente, más bien no.

El otro día, sin embargo, en Kenia fueron asesinados no ocho, como en Charlie Hebdo, sino ciento cuarenta y ocho estudiantes que no habían ofendido a nadie, y menos a Mahoma. Es que ni se parece la reacción, no sé si por ser negros, los pobres, o por ser cristianos, porque sí, los asesinos no disparaban contra los que sabían que eran musulmanes e iban buscando cristianos. He ahí que tenemos mártires, y aquí todo el mundo habla de que la mayoría de los musulmanes no son así, y que no hay que tomar la parte por el todo. Pues menos mal que la mayoría de los musulmanes no son así, porque apañábamos estábamos si la mayoría de los tropecientos millones de musulmanes lo fueran; pero es que, aunque lo sea un uno por mil, mal vamos. Entre los cristianos, no hay un uno por millon que sea así y, si lo hay, probablemente no es cristiano y lo suyo es una pose o que está mal del perol.

El día de Pascua no se dijo nada de todo eso. A ver cómo reaccionan no ya nuestros gobernantes, de los que no hay mucho que esperar, sino nuestras autoridades eclesiásticas. Las de Europa Central yo diría que no tienen claro del todo de dónde vienen los problemas.

jueves, 2 de abril de 2015

Frío y lluvia en el bosque

No todos los días son primaverales en Bruselas. De hecho, la mayoría de los días son un eterno retorno al otoño, con temperaturas mediocres, llovizna incesante y cielo plomizo.

En el bosque, esto es quizá aún más cierto. Llueve con frecuencia. Y esos días, cuando resulta un reto salir de casa, calzarse las zapatillas y dejarse llevar por los caminos que surcan el bosque en todas direcciones, una de las mayores recompensas es el orgullo de haber sido capaz de dejar atrás la calefacción y disfrutar de un día de lluvia.

Porque sí, se puede disfrutar de un día de lluvia, un día que no es para todos, sino para quienes ven más allá de la rutina y aceptan el desafío de dar un paso más allá de la comodidad.

A partir del club de tenis, y más en un día bajo la lluvia, ya hay muy pocos paseantes, y lo único que se ve son deportistas. Ciclistas, en su mayoría, pero también corredores. Aquí ya escasea el corredor de chándal y zapatillas de tenis, o los que prefieren la camiseta de fútbol de manga corta y el pantalón a media pierna, con barbita cuidadosamente descuidada y calcetines blancos. Nada de eso. El corredor de día de lluvia lleva un equipo poco llamativo, pero eficaz y, si no va afeitado, es de verdad, no con el aspecto estudiado en su desaliño de los niñatos de carrerita y tentetieso.

Dejemos a los niñatos creer que son alguien mientras dan vueltas y más vueltas al lago o se aventuran a no más de trescientos metros de su orilla, no vayan a perderse. Y sigamos alejándonos del núcleo urbano más meridional de la región de Bruselas, Uccle. En nuestro camino hacia el sur, llegará un momento en que los carteles verdes que señalan los caminos se ven sustituidos por otros azules, y eso es la señal de que hemos atravesado la frontera regional y nos encontramos en Flandes, en el Brabante Flamenco. Aquí ya no hay corredores, uno a las mil, como mucho. El núcleo urbano más cercano es Sint Ginesius - Rode y no está cerca. Linkebeek está relativamente próximo, pero tampoco es inmediato al bosque. Para ir al bosque, hay que proponérselo muy seriamente.

El bosque está gris. Como el cielo, como los árboles y como los arbustos que surgen aquí y allá. Pero precisamente en medio de una inmensidad gris y marrón, aletargada por la súbita bajada de las temperaturas, los troncos se despiertan y el musgo, que se retrae con las altas temperaturas, revive con la lluvia y adorna con su fresco verde, en un brutal contraste, el monótono paisaje frío que le rodea.