domingo, 23 de diciembre de 2012

Vuelta a casa por Navidad

Después de ¿diecisiete? (ah, sí, diecisiete) años en Moscú, resulta que me fui de allí sin contar cómo es la experiencia de pasar allí un 25 de diciembre. Yo, hasta ahora, lo había hecho en dos ocasiones, una solo y la otra con la familia, y las dos porque no había más remedio que quedarse unos días más. Es una experiencia, sobre todo la primera, que es bastante difícil de recomendar. De hecho, todos los demás años logré eludir Moscú y me fui a pasar la Navidad a España, que es lo toda persona razonable haría, y más si uno es español, como servidor.

Este año, que ya no trabajo ni vivo en Moscú, y en una muestra más de la contradicción constante en que se está convirtiendo mi vida, y en especial mi vida religiosa, sin embargo he tomado un avión y, si el mundo no se ha acabado el viernes, cuando se publique esta entrada estaré en el Moscú de mis entretelas pasando, o más bien a punto de pasar, la Navidad con la familia.

Seguiré informando. Entretanto, feliz final de Adviento.

viernes, 21 de diciembre de 2012

A escondidas

Salí de casa con aire preocupado, aspecto de mala conciencia y un bulto voluminoso debajo del brazo. Era ya de noche, y lloviznaba en Bruselas, esa lluvia que no se sabe muy bien si es humedad condensada o chispas de agua que rebotan. Subí por la desierta calle, con aspecto más deprimido que después de haber escuchado toda la discografía de Pink Floyd en una cueva oscura. Sólo de vez en cuando, me giraba a mi derecha y a mi izquierda, para no despertar las sospechas de nadie. Llevaba una semana sin saber qué hacer.

Por la tarde, después de varios días de pesquisas infructuosas, había advertido volviendo a casa un pequeño montón abandonado que parecía favorable a mis propósitos, y que había aparecido durante el día, porque no estaba ni la víspera, ni en varios de los días anteriores. Vi el cielo abierto, aunque en realidad estaba gris y plomizo, como es habitual en Bruselas en estas fechas (y en casi todas las demás, al parecer). Subí a mi diminuta vivienda y, poco después, salí de ella con el bulto voluminoso.

Cuando llegué al montón que había visto por la tarde, miré a mi derecha y a mi izquierda, con más inseguridad que una niña de trece años en una discoteca gay, solté el bulto encima del montón de bolsas y me alejé rápidamente del lugar del despropósito, dando un rodeo para volver a mi casa y girándome con frecuencia para asegurarme de que no era seguido.

Por fin he conseguido tirar la basura en Bruselas, leches.

martes, 18 de diciembre de 2012

Bélgica como unidad de destino (II)

Pues sí, llamar unido a este país en el que estoy viviendo es algo por lo menos exagerado. Bélgica es uno de los estados que surgieron de las revoluciones románticas del siglo XIX, igual que Grecia o buena parte de los Balcanes, y Polonia (bueno, Polonia estaba rodeada de potencias poco comprensivas y tuvo que esperar bastante a ser independiente) pero, a diferencia de todos estos países, a Bélgica no la unió la lengua, que siempre fue diferente.

Lo distintivo de la revolución belga es que fue a la vez católica y liberal, en una alianza circunstancial bastante inusitada. El rey de los Países Bajos, entre que era protestante y que lo liberal no acababa de gustarle, enfadó bastante a los industriales del sur del país (liberales, claro) y, de paso, a los católicos, que eran prácticamente todos, mientras que en el Norte la mayoría era protestante. No es que no hubiera católicos en el Norte, pero llevaban bastante tiempo domesticados desde la paz de Westfalia.

Para los que son de mi cuerda, ser católico y liberal a la vez se ve como algo difícil. Muy difícil. Si mezclas bien y con fuerza, puede que parezca que lo has juntado, pero una mezcla así es como el agua y el aceite y tiende a separarse. O se es una cosa, o la otra.

En Bélgica parecía que no. La peña era supercatólica, prácticamente con el cien por cien de la población bautizada y con un elevado porcentaje de sacerdotes y misioneros; y el país era liberal a base de bien, tanto, que no existe el título de Rey de Bélgica. Alberto II, que es el monarca local, es rey de los belgas, en una aplicación lógica del principio liberal de que el país no pertenece al rey, sino al pueblo, y de que la soberanía no viene de Dios, sino que es popular.

La mezcla funcionó durante todo el siglo XIX y buena parte del XX. Pero, para que la mezcla funcionara, había que sacudirla bien y ésa fue la función que cumplieron los enemigos exteriores. Los había. Bélgica es el sitio donde los europeos nos hemos estando pegando de tortas desde el siglo XV, y eso de que de repente fuera independiente, así, sin más, no estaba claro.

Primero estaba el rey de los Países Bajos, Guillermo I, que no veía claro eso de que una revolución liberal le hubiera partido el país en dos, y que encima se hubiera quedado con la parte menos poblada. Luego estaba el rey de Prusia, de profesión enemigo de todo lo que moviera por cualquier sitio. Y luego estaba Francia. A Francia le moló mucho que Bélgica, un país bastante francófono, se separara de Holanda, pensando que esa birria de país no podría seguir por su cuenta y se les echaría de brazos abiertos. Bélgica se declaró neutral, pero esta visto que hay declaraciones que están hechas para ser ignoradas, y la de neutralidad era una de ellas. Tanto en la Primera Guerra Mundial, como en la Segunda, los alemanes se metieron en el país. En la Segunda, de hecho, se metieron poco menos como Pedro por su casa. De hecho, para cabrear a un belga, se dice que no hay como contarles lo siguiente:

- Bélgica es un país muy pequeño - te dirá un belga.
- Nooooo... no es tan pequeño. Cuesta quince días atravesarlo en panzer.

Mientras hubo enemigos exteriores, la cosa fue bastante bien. Los problemas empezaron cuando llegó la paz...

domingo, 16 de diciembre de 2012

Bélgica como unidad de destino

La verdad es que ha sido escribir el título y darme la risa. Bélgica... ¿unidad de destino? ¿Unidad, de lo que sea?

Bélgica es el país más dividido del momento. Ríete de España, que tiene, mal que les pese a más de uno, una administración central que es la que corta el bacalao y dispone de la pasta, así como una lengua común (también, mal que les pese a algunos). Iba a decir que también tenemos una religión común, pero no sé si es el momento más adecuado para recordar eso.

Y ríete de Rusia. Rusia es un país con una lengua común, con una estructura federal de boquilla y rígidamente centralizada en realidad, que además está recuperando una religión predominante y que tiene una raza -eslava- que no es que sea superior, vale, pero... digamos que es un poquito más aceptable que las demás.

Bélgica, no.

Bélgica no tiene una administración central que merezca la pena mencionar. Los que mandan son las dos (tres, si se cuenta la capital) administraciones regionales. No tiene una lengua común. Uno va a Valonia, y más vale que sepa francés, porque no va a oír otra cosa; uno va a Flandes, y pasa lo que ya vimos en otra ocasión, hace ya tiempo.

Ya hace algún tiempo que los partidos independentistas flamencos (los valones son los pobres de la película y arman menos jaleo) entran tranquilamente en los muchísimos parlamentos que hay por aquí. Últimamente no montan una escandalera demasiado alta, porque, total, la diferencia entre lo que ya hay y la independencia pura y dura no es muy importante, y los nacionalismos exagerados, en un país que cobija un porrón de organizaciones internacionales, comenzando por la mayoría de los organismos de la Unión Europea y siguiendo por la OTAN, pues tampoco es que estén demasiado bien vistos en el mundo moderno.

La pregunta es cómo narices se ha llegado a este punto. Ahora están a punto de separarse y tienen intérpretes en el parlamento, pero porque realmente los necesitan, no como en el Senado español, que es para hacer la gracieta, pero estos chicos llevan como país soberano desde 1830, y entonces se separaron todos juntos en unión y eran la mar de amigos, y hasta llegaron a crear un imperio colonial bastante impresionante, cuando crear imperios coloniales estaba de moda.

Aquí, en este tiempo, tiene que haber pasado algo gordo, y creo que esa cosa tan gorda que les ha pasado es bastante parecida a la que ha pasado, y sigue pasando, en España. Con lo cual, será mejor pensar un poco sobre el asunto, porque España podría acabar siguiendo los pasos belgas, y es bueno que alguien vaya por delante para tomar nota del camino.

Hasta aquí, hoy. Me voy, que se me hace tarde.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Repollos

Uno de los ingredientes por excelencia de la cocina rusa, junto con el alforfón, las patatas, la cebada perlada y esa bebida transparente de alta graduación, es el repollo.

El repollo, que en ruso es "kapusta", es la pesadilla de mucha gente que no lo traga. Y luego está el colmo, que es la "kvaschennaya kapusta", que es muy buena para la salud (mejor que la bebida transparente, desde luego) y equivalente, con todas las distancias que se quieran, al chucrut, o, si nos ponemos en plan alemán, al "Sauerkraut".

En Alsacia, a donde me han llevado mis circunstancias, esa región que va cambiando de Francia a Alemania según quién haya ganado la última guerra, el repollo también es importante y lo del chucrut es también muy popular. Yo estudié cerca de aquí y nos poníamos morados de chucrut, que donde estudié yo era Sauerkraut: barato y sano, aunque tirando a poco consistente.

Como el día había sido durillo, llegué a la cena con idea de hacerla ligera, así que nada mejor para mis auspicios que ver en el menú del restaurante un "choucroute strasbourgeoise". Con esto, me dije, y un poco de fruta de postre, a la cama con una digestión agradable, y mañana a otra cosa. Y, como después de todo estoy en Francia, seguro que las raciones son de "nouvelle cuisine", con un poco de comida en el centro de un plato enorme.

- Garçon! - le dije al mozo - Me trae un "choucroute strasbourgeoise" y, de postre, algo que tenga fruta.

Me las prometía muy felices, hasta que llegó el chucrut a la estrasburguesa: una montaña de chucrut en el centro del plato, rodeado de una "guarnición" de salchichas y patatas, que rebosaban por los lados del plato. Una bomba. Estos alsacianos...

- ¿Esto es el chucrut a la estrasburguesa?

- Sí, monsieur.

- Pues también podían avisar de lo que no es chucrut.

- Es para que no esté tan solo.

- Ah.

Como mi madre me enseñó que, una vez está la comida en el plato, no hay que dejarse nada, tuve que afilar los incisivos; pero, después de un esfuerzo supremo, conseguí dejarlo mondo y lirondo. Uf.

"Bueno, ahora un poco de fruta y ya está."

Ja.

El garçon me trajo una enorme copa de helado con avellanas azucaradas... y un trocito de manzana encima.

- Ya veo que tiene fruta.

- Como usted había pedido, monsieur.

- Claro, claro...

Salí del restaurante tambaleándome y, en lugar de irme derecho a la cama, tuve que dar una paseo de una hora antes de decidirme a hacerlo. Si no, luego, todo son pesadillas.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Arbolitos de Navidad

Hace unos días leí esta entrada en una de las bitácoras que sigo con cierta regularidad. Entonces no podía ni sospechar que sólo cinco días después estaría durmiendo a dos minutos del lugar del delito, pero, puesto que se da el caso, me he acercado a ver si realmente es verdad.

Lo es, lo es.

Ese bicho de dudoso gusto que han colocado en la Grand Place pasa por ser un árbol de Navidad cubista, al que cuesta cuatro euros montarse para hacer el chorra. Evidentemente, los turistas que pasan por la plaza, y que, con tanto puente y tanto billete barato, son legión, lo miran con algo de aprensión, mientras que los vendedores de árboles de Navidad que parecen árboles de Navidad van a la suya.

Cosas como ésas comienzan a ser habituales, me temo, en las ciudades europeas que van de modelnas. Todavía recuerdo cuando el "amigo" Gallardón colgó por la Castellana unas palabrejas hechas con bombillas, también de dudoso gusto ¿A quién se le ocurren esas ideas? Yo no sé quién es el iluminado alcalde de Bruselas, porque sólo llevo aquí unos días y tengo cosas más urgentes que solucionar, pero está visto que, entre el asuntillo de las basuras (ya tengo bolsas de todos los colores, ¡yupi!) y la ocurrencia del árbol eléctrico, tendré que enterarme.

Además, a diferencia de lo que pasaba en Moscú, ¡a éste voy a poder votarle!

viernes, 7 de diciembre de 2012

Bofias

En España, tenemos a la Guardia Civil o a la Policía Nacional. Uno va por la calle, por ejemplo en Madrid, pensando en las musarañas, se mete por donde no debe, y le sale un tipo bajito con tricornio:

- ¿Dónde vaaaaaah? A ver si te das la vuelta ya, que te voy a meter un paquete que vas a tener que ir llorando a que te arregle tu mamá.
- ¿...?
- ¿Qué pachaaaa? ¿No me oyes? ¿Dónde tienes las orejas? ¿En la p*nt* de la p*ll*?

Y te das la vuelta corriendo, mientras el servidor público se ríe y te llama de capullo para arriba.

En Moscú, está la milicia, actualmente policía. Uno va paseando por Moscú mirando al suelo, porque si no mira al suelo se pega un morrón seguro, se mete por algún edificio público, y le aparece un miliciano gordo con un gorro de piel que le hace más alto de lo que realmente es:

- ¿Va usted lejos?
- ¿...?
- Enséñeme los documentos -dice, mientras te apunta con el arma-. No se mueva. Mitia, Misha, tenemos un intruso. Detengámoslo.

Te detienen, pero con mil rublos sales del paso, aunque seas un terrorista armado.

Acostumbrado a este tipo de fuerzas del orden, ayer iba por Bruselas pensando en las musarañas y tratando de pasar cuanto antes el mal trago del aguanieve que estaba cayendo. En esto, se me acercó un tipo de dos metros y complexión recia, que me dijo:

- Estoy desolado, pero no le puedo dejar pasar por aquí. Le puedo proponer este camino de ahí, que le llevará al otro lado del edificio y ahí podrá seguir tranquilamente.

Yo me puse a ver si había alguna cámara oculta.

- ¿Q... Qué?

- Sí, no se preocupe. Sólo son unos metros. Puede ir por ahí.

- B... Bien, gracias, lo haré así.

- Le deseo una buena tarde. Y perdone por la molestia.

Le perdoné, claro. A ver quién no.

Parece que en algo he salido ganando.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Basuras

Yo pensaba que en Bélgica, que es un país de la Europa Occidental, civilizado y tralarí tralará, habría pocas cosas de las que sorprenderse, y que la adaptación sería rapidísima, incolora, inodora e insípida. Pues rapidísima, puede; incolora, puede que también; insípida, no lo niego...

Pero lo que no parece que vaya a ser es inodora.

Lo de la gestión de basuras me lo han contado ya varias veces, y no acabo de entenderlo. Uno viene de España, donde hay contenedores de varios colores repartidos por las calles, y donde uno puede depositar papel, cartón, vidrios, envases reciclables y el resto tirarlo al contenedor de toda la vida. Hay contenedores a tutiplén, y no son difíciles de usar. Vale.

En Rusia, claro, es muchísimo más fácil. Sólo está el contenedor de toda la vida, y ahí echas absolutamente todo: vidrios, piedras, papel, trineos... lo que quieras. A veces hay que fijarse, por si alguien está durmiendo la mona dentro, pero eso no hace sino corroborar que todos los desechos van al mismo sitio.

En Bruselas, señores míos, no hay contenedores en absoluto.

Las basuras se meten en unas bolsas oficiales de distintos colores que uno adquiere todavía no sé dónde, y ojito con confundirse, porque parece que aquí la delación vecinal funciona de maravilla. Además, no hay recogida todos los días, sino sólo de vez en cuando y, si el día que toca recogida no estás listo, se siente y espérate hasta la semana siguiente y quédate con la basura en casa. Así, no me extraña que la gente sólo coma pescado en los restaurantes.

Cuando entré en el piso enano que he alquilado hasta que se me reúna la familia, encontré unas cuantas bolsas de color blanco en un cajón. Desplegué una, y era tan grande que dudé si era una bolsa de basura o una sábana reciclable.

"¿Esto es para mí, o para todo el barrio?", pensé.

Como vivo solo de momento, y tiene toda la pinta de que voy a viajar más que hasta ahora, para llenar una bolsa puedo estarme meses, sin exagerar ni un poquito. Vamos, de hecho estoy pensando seriamente en llevarme los envases al trabajo y librarme de ellos allí.

Sí, ya sé que bastante lectores de esta bitácora viven en Alemania y que allí también se las traen, pero, viniendo desde Rusia, lo de aquí es un choque cultural importante. Y lo de, como ayer, ver montones de bolsas blancas tiradas por ahí y el camión de la basura pasando a las siete de la tarde por el mismísimo centro, directamente alucinante.

En fin, no sé si atreverme a freír un huevo. Si limpio bien las cáscaras no olerá mucho...

lunes, 3 de diciembre de 2012

La ciudad sin río

La ciudad sin mar ni río en la que me encuentro es nada menos que la capital de Europa, Bruselas, que no está junto al mar, ni tampoco tiene río. Bueno, tenerlo lo tiene, pero es una birria tan grande, además de fatalmente contaminado, que lo tiene escondido, bajo tierra, como si tuviera vergüenza de él. Eso es algo en lo que Bruselas se parece un poco a Moscú. En Moscú, como todo el mundo sabe, hay un río ancho como él solo en superficie, el Moscova (así se dice en español), pero también hay un río que en tiempos estaba a la vista, pero que ha terminado por discurrir entubado, como Franco en 1975, por la parte subterránea de la ciudad. Es el Neglinnaya. De hecho, Moscú se fundó seguramente en lo que hoy es la colina Vorobitskaya, en la confluencia entre el Moscova y el Neglinnaya.

El aterrizaje en Bruselas ha sido accidentado. Para empezar, por la historia de mi maleta, que se ha perdido en uno de los accidentes más rocambolescos de la historia del extravío y que contaré en cuanto haya repuesto un poco mi vestuario y me haya recuperado del estupor que tengo encima; para continuar, porque salí de Moscú con una de las mayores nevadas de los últimos tiempos, aunque cuando salí ya se estaba derritiendo, y me encontré en Bruselas, donde no se puede decir que nieve gran cosa, con otra nevada, y no de las más suaves. En un día vi sol, lluvia y nieve, así, con un par.

Bueno, y a los que se preocupaban por la presunta desaparición de la bitácora, no puedo sino darles las gracias por su seguimiento. No sospechaba yo que esta bitácora se tuviera en tan alta estima. Yo voy a seguir escribiendo de lo que me salga, que es más o menos lo que he venido haciendo hasta ahora, pero, debido a mi proceso de generación de entradas, es probable que Rusia vaya desapareciendo poco a poco de la temática de las mismas.

¿Que cómo surgen las entradas? Pues las entradas surgen a medida que me pasan las cosas y enlazo vivencias y pensamientos con la pluma. Por ejemplo, la serie de los gostis, que parece que se ha hecho famosa, surgió cuando este verano pasé por delante del resucitado "Hungry Duck", y recordé la noche apoteósica que pasé con Tortajada y sus colegas en el primitivo "Hungry". Pero, cuando me puse a escribir, pensé que mejor sería presentar al grupo desde el principio, y así fue como salió toda la serie.

O el otro día, con la entrada sobre Nésterov, que se me ocurrió cuando entré en el monasterio de Marta y María, y resulta que los frescos eran suyos. Y la de Tarkovsky (sí, que aún traerá cola) se me ocurrió tras las tres horas de ver Andrei Rubliov. Sí, tres horas de película dan para calentarse mucho los cascos.

Pero, claro, en Bruselas me va a faltar el contacto con el terruño ruso para enlazar pensamientos que satisfagan a los rusófilos que me visitan (o no, a saber). Aquí, y más viviendo en el mismísimo centro de la ciudad, lo único que se me ocurre ahora mismo son pensamientos sobre gofres, chocolate, patatas fritas y mejillones. Y eso que ya he cenado.

No sé, ya veremos. De momento, lo que es seguro es que me va a tocar escribir una entrada sobre la maleta. Pero eso será otro día, porque hay cosas que no cambian, y una de ellas es que se hace tarde, y mañana hay que currar temprano.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Поехали!

La frase se supone que es de Yuri Gagarin, que la pronunció al dar la salida al primer vuelo tripulado al espacio. El tripulante, como todo quisqui sabe, era él.

Sirva, pues, esta palabra para dar punto final a esta aventura, y para desear no se cumplan en mí las palabras que el gran Quevedo pone en boca del Buscón don Pablos : Nunca mejora de estado quien sólo muda de lugar, y no de vida y costumbres.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Andrey Rubliov


El director soviético de cine Andrey Tarkovsky, tras filmar una de sus películas más conocidas, Andrei Rubliov, concedió esta interesantísima entrevista en que habla de su visión artística. Es digna de verse con gran atención.

Confieso que tengo debilidad por Tarkovsky. Es verdad que la versión completa de sus grandes películas se acerca a las tres horas de duración, pero yo las paso con gusto. De momento, quiero que mi última entrada en suelo ruso introduzca un tema al que estaría bien volver más adelante : por qué en Rusia ha habido históricamente unos pedazos de artista de lo mejorcito a nivel mundial, mientras que, por ejemplo, en Alemania comparativamente lo que hay es una caterva de aprendices.