miércoles, 29 de junio de 2011

El sarao (II): Fuerzas vivas y otros asistentes.

Al aproximarnos a las inmediaciones del restaurante, ya se comenzaba a distinguir la presencia de coches con matrícula roja y un 006 grabado en la placa, signo inequívoco de la inmediatez de personal diplomático y técnico al servicio de España que, indudablemente, no podía ausentarse del acto en que Fernando Adriano iba a mostrar a Moscú sus genialidades culinarias. Cerca ya de la puerta, un intenso olor a gomina me puso alerta de la presencia de un consultor de melena rizada, vestido de «smart casual», sí, pero con una ponderación de «smart» mucho mayor que la de «casual».

- Hombre, Cándido, ¿qué tal tú por aquí?
- Bueno, yo aquí, ya ves.
- ¿A qué dedicas últimamente?
- Estoy llevando... ya sabes... proyectos.
- Como de costumbre, ¿eh?
- Sí, ya sabes que me dedico a esto.
- Pues claro, proyectos.

Se suponía que debíamos llevar las invitaciones, que eran un cartoncito con la efigie de Fernando Adriano como en la imagen que ilustra esta entrada, y que había un control en la entrada. En realidad, el control de acceso fue tremendamente más laxo de lo que suele ser, supongo que por el hecho de entrar hablando castellano. Había una chica mona mirándonos y sonriéndonos al pasar, sin ganas de meterse en líos, y un ruso alto con cara de palo que, para lo que hacía, hubiera podido ser un maniquí o un espantapájaros.

Alfina y yo entramos al mismo tiempo que el consultor Cándido y su esposa (las esposas de casi todo quisqui, excepto la mía, son locales). Cándido y su melena engominada se fueron hacia un lado a hablar de sus proyectos, mientras que Alfina y yo nos hicimos una composición de lugar, una vez nos hubimos acostumbrado a la oscuridad ambiental.

De momento, ahí estaba, cerca de la puerta, un amigo, el mejor intérprete de español a ruso, y viceversa, que han conocido los tiempos. Es tan bueno que traduce los chistes y encima tienen más gracia cuando los traduce. Lo dejas en el centro de Salvacañete con una boina y pasa desapercibido, a pesar de que es ruso de pura cepa. Si acaso, cantaría un poco por hablar demasiado bien en español, sin palabrotas ni errores de dicción.

- ¡Hombre! ¿Qué tal? ¡Cuánto tiempo!
- Bien, bien, aquí me tienen, esperando a actuar.
- Ah, ¿vas a traducir a Fernando Adriano?
- Sí, y a quien salga. Me han contratado para esta noche.

Los grupitos estaban bien diferenciados. Los españoles que había por allí estaban a un lado, mientras los rusos estaban por otro. Como de costumbre, había muchos españoles y apenas ninguna española; y muchas rusas, pero pocos rusos. Nada nuevo.

El motivo por el que los españoles estaban a un lado es que a ese lado había jamón. Ni cocina de diseño, ni estrellas Michelin, ni leches. Jamón, y punto, que está más allá de las modas. Había unos cuantos jamones y un par de cortadores voluntariosos, pero poco más. Para una cortada que les salía aceptable, les salían cinco que no sabías muy bien si eran lonchas o tacos largos; pero, eso sí, estaba de muerte, y no digamos si lo completábamos con el queso y el aceite de oliva que había por allí. También había vino para acompañar, y ahí es donde estaban los rusos arracimados.

Cuando hubimos comido algo, Alfina y yo decidimos dar una vuelta por la sala a ver quién había por ahí. De momento, un acierto de la sala consistía en que la música era ambiental, lejos de las estridencias habituales, lo que permitía incluso mantener una conversación adecuadamente.

En la sala, supongo que después de pasar un buen rato al lado del jamón, estaban todas las fuerzas vivas de la colonia española en Moscú. En mi pueblo, Benicountrí, las fuerzas vivas son el cura, el alcalde y el médico, porque no hay puesto de la Guardia Civil ni notaría. En Moscú, y a la vista de la irreligiosidad manifiesta de los poderes públicos hispanolocales, no es probable encontrar a ninguno de los dos sacerdotes españoles que, hasta donde yo sé, ejercen su ministerio en Moscú; ni tampoco hay ahora médico alguno español al que incluir entre las fuerzas vivas. Sin embargo, el equivalente al alcalde, que tendrá que ser el Embajador, sí que estaba, paseando su porte y su palmito por la sala, y también estaba el equivalente al notario, que tendrá que ser el Cónsul, que al fin y a la postre tiene poderes notariales. Como me consta que el Cónsul tiene una opinión muy mejorable sobre este cronista, por cuestiones que no son del caso ahora, le dejé con su copa conversando animadamente (bueno, todo lo animadamente que puede) con otro señor tan trajeado, encorbatado y tan poco «smart casual» como él mismo.

La otra fuerza viva de la comunidad española en Moscú es el que asegura las comunicaciones con la metrópoli, que no es otro que el representante de nuestra compañía aérea de bandera, responsable de que los tres aviones diarios donde se estabulan los viajeros con destino a España salgan puntualmente del aeropuerto de Domodiédovo. Es una persona lógicamente admirada, como supongo que lo era en los virreinatos americanos el capitán de las galeras que unían Sevilla con Veracruz o con cualquier puerto de Indias.

- ¡Rodolfo! - le saludé.
- Ahora nos vemos, ahora nos vemos... - me dijo dándome la mano. Con buen criterio, en lugar de ponerse a charlar con un servidor, se pasó la velada de palique con chicas, así que decidí no interrumpirle.

Luego estaban los cocineros, dispuestos a empezar su actuación y con los ingredientes sobre la mesa. Había muchos rusos curioseando por allí cerca, lo cual estaba muy bien, porque así dejaban más espacio en la zona del jamón.

Los españoles, a la hora de elegir su atuendo «smart casual», pecaban de exceso de «smart», con sólo alguna excepción que había prescindido de la corbata; los rusos, en cambio, tendían a pecar de exceso de «casual», encabezados por los periodistas y cámaras que habían venido a cubrir el evento y que parecían recién llegados de la acampada de Sol. Menos mal que preferían el vino al jamón, porque, si no, difícil lo teníamos.

Y, en esto, se oyó un remolino de voces, unos golpes de micrófono, y un aluvión de gente desplazándose. Fernando Adriano iba a hablar.

(continuará)

lunes, 27 de junio de 2011

El sarao(I): Dramatismo e intriga.

No suelo asistir a fiestas, ni salir por las noches. Por lo que me cuentan los que sí lo hacen, me estoy perdiendo algo, pero, bueno, es lo que hay y uno tiene que conformarse con lo que le apetece por naturaleza, sobre todo si no es perjudicial. Sin embargo, esta regla tiene, como casi todas, sus excepciones, y la excepción llegó con la visita a Moscú de un famosísimo cocinero español y la invitación que me llegó para asistir a la exhibición de sus habilidades. En aplicación de la estricta política de anonimato que observa esta bitácora, llamaremos al cocinero español Fernando Adriano, que no es, por supuesto, su verdadero nombre, sino uno supuesto que le atribuyo con el fin de que nadie, pero nadie, pueda averiguar a quién me estoy refiriendo.

La fiesta tenía lugar en un restaurante céntrico, y además Alfina me iba a acompañar al evento, lo cual le añadía dramatismo e intriga al asunto. Comencemos por el dramatismo.

El dramatismo era inevitable desde el momento en que el «dress code» de la fiesta, según ponía la invitación, era «smart casual» ¿Y eso qué es? ¿«Arreglao», pero informal? ¿Simplemente pijo? Pero, ¿cómo? ¿Pijo yo?¡Si yo no me sé vestir de pijo! Primero pensé que no habría que preocuparse mucho, porque en Rusia (no tanto como en Holanda, pero casi) siempre hay alguien que viste peor que tú, por muy mal que lo hagas. Pero Alfina no estaba dispuesta a asumir el riesgo, y miró muy torcido cuando me puse un polo con intención de llevar sobre él una chaqueta que había comprado en Kíev en el lejano 1997 y que seguía en buen estado de conservación. Al parecer, la chaqueta, no os lo vais a creer, estaba pasada de moda y, por si fuera poco, las chaquetas no se visten sobre los polos.Es lo que tiene andar un poco despistado sobre las tendencias de la moda. Al final la cosa quedó en la chaqueta kievita (innegociable, como representante del pasado) con un pantalón a juego (más o menos igual de pasado de moda, para ir coordinado) y una camisa en lugar del polo. Bueno, y unas náuticas, con las que continuó un poquito el dramatismo.

- Estas náuticas están muy viejas.
- Pero son muy cómodas (¿Verdad que siempre es así y las cosas viejas con comodísimas?)
- ¿No tenías unas más nuevas?
- Sí. Pero eran éstas mismas, hace tiempo.
- Tienes que comprarte otras.
- Pero serán nuevas e incómodas.

Al final, las náuticas cómodas siguieron en mis pies, mayormente por falta de alternativas aceptables. Había unos zapatos que en mala hora compré y que sólo me pongo para poco rato, y eso estando sentado, lo que probablemente no iba a ser el caso esa noche.

Resuelto el dramatismo, quedaba la intriga. Entre pitos y flautas, eran las siete y cuarto, el sarao empezaba a las ocho y, como somos gente fina, teníamos que ir en coche. La gente fina sólo va en coche. Bueno, quizá también en palanquín. O en helicóptero. En lo que no va es en medios de transporte del populacho, como, ¡puaj! el metro. Tampoco va en engendros como la bicicleta, que ni siquiera consumen gasolina. No, no y mil veces no. La gente bien, la gente fina, la gente que tiene derecho a ir «smart casual», va en coches. Es más, va en cochazos, en cochazos que gastan litros y litros de gasolina, que dan acelerones, cuyos motores rugen con alegría y en cuyo cristal trasero hay una señal de peligro con un zapato de tacón en el centro o una pegatina que diga «Fuck fuel economy!» Así, así es como va la gente fina en Moscú y, nosotros, gente fina, íbamos a ir a un sarao frecuentado por gente fina y no podíamos ir de otra forma que no fuera con el medio de transporte de la gente fina. Eso.

Lo malo es que, en cuanto salimos a la calle, nos dimos cuenta de que la calle, y especialmente la calzada, estaba llenísima de gente fina, toda la cual había elegido esa hora para salir.

- Oye, que no llegamos.

Faltaba media hora, pero es que los doscientos metros que habíamos recorrido nos habían costado diez minutos. Andando los hubiéramos hecho antes.

Al entrar en la siguiente calle... qué digo, si no llegamos a entrar, a la vista de la cola que había para hacerlo. Si nos llegamos a plantar allí, aún estaríamos tratando de llegar al sarao, una semana después de que hubiera terminado. Así que la intriga consistía en saber si llegaríamos o no, a la vista del medio de transporte que habíamos elegido.

- ¿Y si vamos en metro?

Silencio.

- Es que, si no, de aquí no salimos.

Silencio.

- Es que...
- ¡Vale! Deja el coche ahí y vamos andando al metro.

Al final, hice una pirula infame que me habría dejado sin puntos en el carné en cualquier país civilizado y dejé el coche al lado de una estación de metro que ni siquiera era la que más cerca estaba de casa, pero que me pareció la más accesible. Tomamos el metro, hicimos un transbordo y, al final, aún tuvimos un paseo de un cuarto de hora entre la catedral de Cristo Salvador y el restaurante Ginza Proyekt, que era donde tenía lugar el sarao de Fernando Adriano, pero llegamos a tiempo. Qué vergüenza. Espero que nuestras amistades y la sociedad en general no llegara a enterarse de por qué medios tan plebeyos habíamos accedido a su compañía, dejando que el pueblerino sentido común triunfase sobre el prestigio, el «glamour» y el saber estar.

Y entramos en el local, donde estaba Fernando Adriano y su pinches y donde nos siguieron pasando cosas que, si Dios quiere, serán objeto de una próxima entrada.

viernes, 24 de junio de 2011

Distintos collares

Como veíamos en la entrada anterior, una de las contribuciones más importantes del presidente Medvedev al bienestar de la nación rusa ha consistido en cambiar de nombre a las fuerzas de seguridad del Estado más numerosas, que van a pasar del pretérito nombre de «milicia», que evoca arbitrariedades, sobornos, corrupción e ineficacia, a la futura «policía», que es todo un canto a la eficiencia, gestión responsable, buen gobierno y seguridad ciudadana.

No siempre fue así, claro. En los albores del siglo pasado, cuando se produjo el cambio de denominación inverso, «policía» evocaba represión, zarismo, oscuridad y opresión, mientra que «milicia» evocaba libertad, pueblo dándose seguridad a sí mismo, revolución, futuro y lagrimones de emoción cayendo por las mejillas.

Es curioso esto de los cambios de denominación. Incluso parece que cambie algo más. Eso me recuerda hace unos cuantos años, cuando en Valencia hacía poco que había cambiado el color del gobierno y los peperos zaplaneros habían reemplazado a los sociatas lermistas. En Moscú había una feria de turismo y a ella enviaron los gobernantes valencianos a un joven castellonense con voz atiplada, ropa de marca, gomina abundante, modales amanerados y acento de chaval bien (en castellano, por supuesto; en valenciano quizá llegara a saber el infinitivo de «parlar»). Como no es tan habitual encontrar valencianos por Moscú, me dirigí a él con simpatía:

- Ah, ¿vienes de Valencia? Tú debes ser del ITVA.
- ¿El ITVA? - el pepero pijo me miró con cara de asombro.
- Sí, hombre, ¿no es el Institut Turístic Valencià?
- ¡No! El ITVA era lo que habían hecho los socialistas. Nosotros tenemos la AVT.
- ¿La qué?
- La «Agencia Valenciana de Turismo».
- ¿Y no es lo mismo? - ay, que joven e inexperto era yo por aquel entonces.
- Pues claro que no. Es totalmente diferente, saes. Esta tiene presupuesto propio, gestonado de manera competente, osea, no como hacían los socialistas ¡La misma cosa, dice! No, no, qué pensamiento...

Me di la vuelta para abordar a un conocido que, habiendo trabajando en la ITVA, había seguido en la AVT, y al que habían mandado a la feria porque se desenvolvía bien en Moscú, donde había vivido año y pico.

- ¿De dónde habéis sacado a este tío?
- Calla, calla, que es del PP de Castellón y lo han puesto de subdirector.
- Pues macho, os compadezco.

Medvedev, en cambio, no ha sido tan categórico como lo fueron los peperos valencianos con motivo de su subida al poder en Valencia. El nuevo nombre, policía, no es excluyente desde el primer momento, sino que será compatible con el antiguo, milicia, hasta el final de 2011.

Cosa lógica. Está visto que se quieren tomar su tiempo para pintar los coches patrulla, porque el de la foto es el primero que veo con la nueva denominación.

miércoles, 22 de junio de 2011

Chifladuras paramilitares

El servicio militar ruso es una especie de maldición del que todo joven en edad de servir intenta escaparse como Dios le da a entender. Qué me van a contar a mí, que nunca estuve tan contento de que me llamarán «inútil» como cuando salí del Hospital Militar de Quart de Poblet. En Rusia, las condiciones del servicio son peores de las que lo eran en la España de los últimos tiempos anteriores a la abolición, por lo que la gente se escapa como puede, matriculándose en carreras absurdas, fugándose directamente o simulando alguna enfermedad física o mental. En estos últimos casos, claro, el psiquiatra militar tiene que averiguar si la enfermedad mental es de verdad o no.

¿Que por qué ilustra esta entrada una foto de Medvedev? Por nada, por nada...

(Como siempre, el chiste va primero en ruso, y luego en castellano, aunque éste se traduce con facilidad)

- Ну-с, молодой человек, и какие-такие проблемы вас мучают?
- Да я все думаю о судьбе Родины, о судьбе России. Как сделать так,
чтобы ее народу жилось лучше.
- И что же конкретно вы придумали?
- Надо пиво и водку выпускать не по ноль-пять, а по ноль-три.
- Так, неплохо. А еще что?
- Надо что-то сделать с часовыми поясами. Чего-то много их, блин,
развелось.
- Хорошо. Есть еще какие-то идеи?
- Хочется, чтобы всегда было лето. Отменить нах зимнее время.
- Тоже недурно. Это всё?
- Нет, надо бы что-то во что-то переименовать. Например, милицию в
полицию.
- Замечательно! Ну, а теперь-то все?
- Нет, еще очень важно перенести столицу из Москвы куда-нибудь в
Волоколамск...
- Достаточно!
Психиатр - военкому:
- Экспертиза показала, что призывник не симулирует - и вправду,
настоящий псих...

- Bueno, joven, ¿qué problemas le afligen?
- Pues siempre estoy pensando en el destino de la patria, en el destino de Rusia. En cómo hacer para que nuestro pueblo viva mejor.
- ¿Y qué cosas concretas se le han ocurrido?
- Hay que producir el vodka y la cerveza no en formato de medio litro, sino de tercio de litro.
- No está mal ¿Algo más?
- Hay que hacer algo con los husos horarios. Es que son muchos, porras.
- Bien ¿Tiene alguna idea más?
- Me gustaría que siempre fuera verano. Eliminar el horario de invierno.
- Tampoco es una tontería ¿Eso es todo?
- No, hay que cambiarle el nombre a algo. Por ejemplo, llamar «policía» a la milicia.
- ¡Estupendo! Y ahora, ¿ya está todo?
- No, también es muy importante trasladar la capital de Rusia de Moscú a algún lugar cerca de Volokolamsk.
- ¡Basta!
Y el psiquiatra le dijo al militar.
- Las pruebas han demostrado que el recluta no está simulando. Está chiflado de verdad.

lunes, 20 de junio de 2011

Buenos conductores

Las clases escolares, en Rusia, y para envidia de los escolares españoles, terminan a finales de mayo y no vuelven a comenzar hasta el 1 de septiembre. En estas condiciones, los padres de las criaturas suelen hacer todo lo posible para que los niños abandonen la perniciosa y contaminada ciudad de Moscú lo antes posible, para dirigirse a la naturaleza y, en particular, a zonas «ecológicamente limpias», como dicen aquí de manera rimbombante y como si las proximidades de Moscú fueran un espacio virgen con acuíferos cristalinos.

Por razones que sería prolijo referir, Abi, Ro y Ame han pasado dos semanas en la dacha de una vecina, acompañados de una legión de mosquitos ecológicamente limpísimos y respirando aire ecológicamente limpio. Finalmente, el viernes pasado volvieron a casa, en espera de largarse hacia España dentro de unos días.

- ¿Y qué tal fue el viaje de vuelta? - preguntó Alfina a Abi.

El viaje de vuelta lo hicieron con la vecina al volante.

- Bien.
- ¿Es verdad que te sentaste delante?
- Ah, sí.

Abi no tiene todavía doce años, así que eso no debería haber ocurrido. Pero bueno, tampoco le queda mucho, así que en principio parece una infracción poco importante.

- ¿Y Sonia conduce bien?
- ¡Sí! ¡Conduce muy bien!
- Qué bien que hayáis ido con alguien que conduce tan bien, ¿verdad que es seguro?
- ¡Sí! Y, ¿sabes? ¡Conduce con una sola mano!
- Vaya, vaya, estupendo ¿Y qué hace con la otra?
- Habla por el móvil.

Oh, Dios mío...

sábado, 18 de junio de 2011

Y duros a cuatro pesetas

La reacción de Mavrodi cuando fue detenido fue modélica: buscar culpables en otro sitio. No fue muy original, porque echó el marrón a quien le había estado haciendo la puñeta desde hacía algunos meses, esto es, al Estado. La verdad es que lo que decía Mavrodi era fácil de creer, porque el Estado ruso, en 1994, parecía que se dedicaba efectivamente a hacer la puñeta a la gente, que estaba de uñas con el Gobierno en su práctica totalidad. Aún hoy, cuando hay algún candidato ruso «de derechas» que asoma, se le recuerda como sucesor de los figuras que estaban haciendo de las suyas en los primeros noventa.

Con la legislación cochambrosa y llena de agujeros que tenía Rusia en 1994, el Estado no tenía muchas posibilidades de trincar a Mavrodi, así que empleó el mismo sistema que los gringos con Al Capone, y que luego le tocaría experimentar a Jodorkovsky, esto es, echar un vistacillo a las declaraciones de impuestos. Aún hoy, el contribuyente ruso más escrupuloso no tiene nada que hacer ante una inspección de impuestos con instrucciones de encontrar algo, lo que sea, así que no digamos en 1994.

Cuando las cosas empezaron a pintar feas, allá por abril, Mavrodi amenazó con recoger firmas para convocar un referéndum contra el Gobierno. Con sus diez millones largos de accionistas incondicionales y su red de oficinas, le fue pan comido obtener las firmas; y, habida cuenta de que el Gobierno era más impopular aún que Mourinho y Cristiano Ronaldo juntos en Barcelona, el resultado del referéndum no hubiera dejado lugar a dudas, si hubiera llegado a convocarse. Nadie sabe lo que hubiera pasado después. Tras la detención de Mavrodi a principios de agosto, el referendum quedó en agua de borrajas, aunque, de todas formas, Yeltsin y su entorno eran especialistas en inventar un apoyo popular inexistente, como quedó demostrado en las elecciones presidenciales del año siguiente. De hecho, el candidato comunista derrotado en esas elecciones, Zyugánov, contaba el amargo chiste que sigue:

En la noche de las elecciones, el jefe de la administración de Yeltsin se dirige al presidente:

- Borís Nikoláevich, tengo una noticia buena y una mala.
- Dime la mala.
- Zyuganov ha sacado el 55% de los votos.
- ¡Oh, eso es terrible! ¿Cuál puede ser la buena?
- Usted ha sacado el 65%.


Mavrodi, desde la cárcel, se las compuso para presentarse a las elecciones parciales a la Duma que tuvieron lugar en 1995 en algunos distritos. Como el discurso de que era un perseguido por el Estado era creíble (el Estado, ya digo, parecía perseguir a todo el país, por aquel tiempo) y conservaba muchos accionistas fieles, que por arruinados que estuvieran seguían teniendo derecho a voto, Mavrodi fue elegido diputado y, en su calidad de aforado, salió de la cárcel y no apareció nunca por el Parlamento, como un batasuno cualquiera.

En España, los batasunos siguieron siendo nominalmente diputados y nunca fueron destituidos, pero en Rusia, tras un año sin ver a Mavrodi por allí, los demás diputados lo dieron de baja, con lo que volvía a ser perseguible por la justicia ordinaria. Sin embargo, para entonces Mavrodi se había evaporado, algo así como ha hecho ha hecho mi conocido Alberto estos días pasados.

Para perseguir a Mavrodi, se dictaron órdenes de busca y captura internacionales, pues se sospechaba que podía haber huido del país y, de hecho, se le hacía en algún lugar de Sudamérica. Tampoco creo que importase mucho, porque bastante jaleo había en Rusia entre 1998 y 2001, con otros prófugos y exiliados mucho más peligrosos, como para meterse con Mavrodi, que, a estas alturas, no cuestionaba ya al poder político.

De todas formas, las órdenes internacionales de busca y captura fueron una lamentable pérdida de papel. Mavrodi estuvo todo ese tiempo en un piso en el centro de Moscú sin salir de casa y montando por internet otra pirámide, cuyas víctimas fueron esta vez estadounidenses y europeos occidentales; el tío tenía talento, no cabe duda. Al final, fue detenido en 2003, ocho años después de su evaporación y, tras un proceso de cuatro años (las actas del proceso eran la pera), condenado en 2007... a cuatro años y medio de cárcel. Como ya prácticamente lo había cumplido todo en prisión preventiva, salió al mes de la sentencia y ahora ha formado otra MMM bajo el nombre MMM-2011. Y habrá quien le crea, seguro.

En cuanto a mi conocido Alberto, pues dicen que sospechan que puede andar por algún país hispanoamericano, aunque bien podría estar oculto por Dios sabe dónde... Sí, aunque no le he tratado tanto como otros, incluso le podría llamar amigo, de esa manera informal con la que se emplea la palabra. Después de todo, no estoy entre los perjudicados directamente por el pufo, y prefiero quedarme con las cosas buenas, e incluso una vez estuvimos en el mismo equipo, que además montamos entre los dos, en un torneo de ajedrez veraniego.

Por cierto, recuerdo que aquel equipo lo llamamos «Rincón de Ademuz», que es un lugar donde, que yo sepa, no hay ni ha habido jamás un club de ajedrez. Se podría que falsificamos el equipo. Ya apuntábamos maneras.

jueves, 16 de junio de 2011

Oro por baratijas

Escribía yo en la anterior entrada las parrafadas en ruso incipiente que le echaba a mi profesora de ruso, haciendo lenguas de la imposibilidad de que una estafa como la de MMM fuera a producirse en España, lugar culto, empresarialmente activo, y donde la gente se dedica a trabajar y no a montar timos de la estampita, al menos desde que Antonio Ozores y Tony Leblanc dejaron de hacer películas. No como en Rusia, con gente acostumbrada a la molicie y deseosa de vivir del cuento y de hacerse con duros a cuatro pesetas, con gente a la que poco menos que podías vender oro por baratijas.

Mi soberbia occidental ha recibido un duro castigo en los años siguientes. España, ese país culto y angelical, lleno de gente abnegada, se nos ha caído como un castillo de naipes a base de esquemas piramidales que fueron derrumbándose sucesivamente, sepultando debajo de sí a gente con estudios superiores y perspicacia muy inferior a sus estudios. Primero fueron Fórum Filatélico y Afinsa, por aquellas fechas también fue Gescartera, y más adelante se pinchó la burbuja inmobiliaria, que no deja de ser en el fondo un esquema piramidal más, sólo que sin un Mavrodi responsable directo y único detrás del asunto.

Y hace un par de semanas tuve el honor de saber que un conocido mío desde hace bastante años ha ingresado en el club de los Mavrodi y Camacho y ha montado un tinglado que ha afectado a bastante gente cercana, tanto a él como a mí.

Mavrodi, el jefe de MMM, es bastante difícil decir que hubiera engañado a nadie. Sí dijo alguna vez que sus acciones iban a subir siempre, pero podía interpretarse en plan baladronada, tanto más cuanto que la cotización la fijaba él mismo, no la oferta ni la demanda. El método de Alberto, que tal es el nombre de mi conocido, consistió en contratos de «mutuo», que los juristas sabemos que es un sinónimo de préstamo, pero los legos lo tienen mucho más oscuro. La garantía en estos contratos es la propia confianza que te merezca el prestatario, porque garantías reales no hay. Teóricamente, los superbeneficios de Alberto eran conseguidos mediante el arbitraje en distintas casas de apuestas deportivas, pero que estos beneficios llegaran al 120% anual en interés simple (me da pereza calcular el interés compuesto, porque ya se ve que es una burrada), indicaría que los responsables de las casas de apuestas no tienen claro su propio negocio. Y no creo que sea eso.

Hace unos días, ahora que estamos de campaña de IRPF en España, hice la declaración de renta de uno de los todavía no afectados por el asuntillo (lo sería pocos días después).

- ¿Y esto de Alberto?
- ¿Qué pasa?
- Pues que estoy viendo tus datos fiscales, que me he bajado de la página de Hacienda, y no aparecen los pagos que te ha hecho, y varios son de 2010. Deberían estar.
- Él dice que todo es legal.
- ¿Y no te ha retenido nada?
- ¿Retener? ¿Por qué tenía que retener?
- Pues porque esto es una renta del capital, está sujeta a un tipo del 19%, y a un tipo de retención que también es del 19%.
- ¿Sí?
- Sí.
- Pues Alberto dice que es todo legal y que lo tiene todo declarado y en regla.

Miré a mi interlocutor con los ojos entornados y frunciendo la nariz.

- Esto acabará mal. No sé cuándo, pero acabará mal.
- Bueno, si acaba mal dentro de unos cuantos meses ya lo habré recuperado todo.

Por desgracia, esos meses no llegaron a pasar. La cosa se quedó en cinco días, justo antes del siguiente vencimiento. Primero pareció que no era nada, luego llegaron las preocupaciones y las querellas por estafa. Y no sabemos en qué fase exactamente estamos ahora, pero no debe faltar demasiado para la de busca y captura internacional, igual que le pasó a Mavrodi. Y yo pensando que en España no podía pasar algo parecido a lo de MMM, tonto de mí.

En fin, desde luego mi conocido era, y espero que siga siendo, una persona interesante donde las haya. Digo conocido, porque, lo que es amigos, ahora mismo dudo que tenga alguno.

martes, 14 de junio de 2011

Pirámides

El año 1994 lo comencé haciendo las maletas y metiendo en ellas la suficiente ropa de abrigo para sobrevivir algún tiempo en Moscú, ciudad en la que jamás había estado antes y con la que mi único contacto eran los años que me había pasado, algunas tardes a la semana, asistiendo a unas clases de ruso que apenas me habían servido más que para balbucir unas cuantas palabras en este idioma, palabras que los nativos hacían como que entendían por pura educación.

Al llegar a Moscú, a finales de enero, me di cuenta, en primer lugar, de que el concepto «suficiente ropa de abrigo» era todavía más diferente de lo que pensaba en Moscú, en relación al aceptable en Valencia. En segundo lugar, cuando a los pocos días conseguí un piso limpio a veinte minutos del metro, me di cuenta de que los anuncios de televisión estaban en mantillas y se limitaban (con la excepción de la Coca-Cola) a una locutora monocorde, sovietizada y de mala leche leyendo en un papel cosas como: «Compre abrigos de piel en la tienda número 5. En la fábrica Tryojgornaya Manukaftura. Metro Ulitsa 1905 Goda». Fin del anuncio, sin más imagen que la locutora leyendo el papel. Ni abrigos, ni pum.

Mi piso estaba limpio, pero mi casera era una mujer espartana que lo mantenía ayuno de comodidades. No tenía lavadora. No tenía antena de televisión. Conseguí un pequeño televisor en blanco y negro y, como el nivel de mi ruso seguía siendo penoso, me puse a usarlo con el fin de abrir el oído. Y entonces me encontré con los anuncios de MMM.



Es una verdadera lástima que no estén doblados al castellano. En un contexto de indefensión ciudadana ante la publicidad, y de publicidad televisiva primitiva hasta la náusea, los anuncios de MMM eran la pera limonera. Hoy nos pueden parecer simplones, poco elaborados de vergüenza ajena o directamente zafios, pero en la Rusia de 1994 las aventuras del inversor de MMM Lyonia Golubkov y de su hermano Iván, que con el fruto de sus inversiones se llegaron a comprar un apartamento en París, así, sin pegar golpe, sólo porque ellos lo valían, causaron un furor muchísimo mayor del que en España causó Curro, ése que se fue al Caribe, o el hombre de Tulipán. El jefazo de MMM, Sergey Mavrodi, contrató los servicios de la actriz que actuaba en «Simplemente María», un culebrón sudamericano que era de visualización obligatoria en aquellos tiempos, con lo que hay algunos anuncios en que salen frases en castellano.

Los intereses, o beneficios, que daba MMM eran impresionantes y superaban con mucho la inflación que padecía Rusia en 1994 y que no era manca. Todas las noches, aparecía una sonriente presentadora televisiva, rubia, joven y moderna, y leía la cotización de las acciones de MMM, que subían y subían sin parar.

Mavrodi consiguió hasta diez millones de «socios» en el mayor esquema piramidal que ha visto Rusia hasta la fecha. Con independencia de que Mavrodi hiciera algo con ese dinero y de que invirtiera con mayor o menor acierto, lo cierto es que la cosa no podía acabar bien, desde el momento en que los intereses que ofrecía eran absurdos en una economía en caída libre, como lo era la rusa en 1994. Como en cualquier esquema piramidal, los pagos de los intereses procedían principalmente de los ingresos que aportaban los nuevos entrantes.



A finales de julio de 1994 las cosas se torcieron definitivamente, después de algunas amenazas previas, y Mavrodi fue arrestado a principios de agosto. En aquel tiempo, yo tenía una profesora de ruso, la última que tuve, cuyo marido, o ex-marido, o vaya usted a saber qué, había dejado de trabajar, para dedicarse a vivir del cuento y, en particular, de las acciones de MMM. Mi profesora, que no estaba por la tarea de las acciones y que prefería los dólares nuevecitos con los que yo pagaba mis clases, se quejaba de casi todo. Esto es normal, porque en la Rusia de 1994 había motivos más que suficientes para quejarse de prácticamente todo. De todas maneras, me ponía al día de las andanzas de su marido, que en verano pasó de millonario sin pegar golpe, a pegarse un golpe brutal con la suspensión de la cotización de MMM, que era su única fuente de ingresos, y con el arresto de Mavrodi.

El marido de mi profesora tuvo que abandonar su vida regalada y se dedicó, primero, a manifestarse con una legión más de afectados ante las oficinas de la compañía, más cerradas que el acento de un gerundense, y a pedir responsabilidades, sin saber muy bien a quién ni de qué, como hacen los indignados en España. Cuando vio que la cosa no tenía remedio, y que el estómago seguía pidiendo pitanza, se dedicó a recolectar setas en el bosque y a venderlas por los mercados, lo cual no acaba de ser una ocupación muy propia de un ingeniero, pues tal era la profesión de nuestro hombre. Y luego ya les perdí la pista, tanto a la profesora, que acabó yéndose a Alemania con un antiguo alumno del ejército de la DDR, como a su, ahora ya con toda seguridad, ex-marido.

En mi calidad de occidental que ha pasado toda su vida bajo la férula del capitalismo más inhumano, yo meneaba la cabeza con desaprobación cuando mi profesora me contaba las andanzas de su marido y de sus... ejem, socios coaccionistas. Le decía, en un ruso que ya había mejorado notablemente, que tales cosas pasaban en Rusia por la falta de cultura empresarial de la gente, y que en España esas cosas no pasaban.

Y resultó, como se ha visto más adelante, que sí, que en España no somos inmunes a los esquemas piramidales, y que pueden afectar a cualquiera, incluso a gente con formación universitaria.

Pero ésa es otra historia, y tendrá que ser narrada en su momento.

viernes, 10 de junio de 2011

Gostis (I): Introducción

Moscú es una ciudad desequilibrada, en la que unas cosas complicadísimas a los ojos del occidental son sencillamente triviales, mientras que otras, que deberían ser triviales, son complicadísimas.

Con el tiempo, los que vivimos aquí comenzamos a perder la noción de dificultad que sufrimos cuando éramos unos recién llegados. Cosas que fueron imposibles se han convertido en algo que controlamos, no sólo por la mejora de las condiciones de vida en Moscú (aunque siguen lejísimos de lo que deberían ser), sino también por el efecto aprendizaje.

De hecho, una de las virtudes de que venga una visita desde España consiste en que tiene su capacidad de sorpresa intacta y, de esta manera, te ayuda a recordar que no todo lo que te rodea en tu nuevo mundo es indiscutible, y que, en el mundo del que procedes, hay otras soluciones, y que normalmente éstas son mejores.

Esta entrada es el inicio de una serie, que irá creciendo, dedicada a los gostis, esa gente tan entrañable que nos mantiene en contacto con el planeta del que venimos. Los gostis es el nombre con el que los españoles que vivimos en Rusia conocemos a nuestros invitados, que vienen de España y se pasan muchas horas al día con la boca abierta, flipando en colores. La etimología del término está clara: viene del ruso "гость" (gost'), que quiere decir precisamente eso: invitado.

Por cierto que ésa es una de las palabras (hay muchas más) que permiten descubrir el pasado indoeuropeo del ruso. En latín, la palabra equivalente es «hospes, -itis», cuya semejanza con el ruso salta a la vista, y tiene dos significados bastante confusos, porque designa tanto al invitante como al invitado, tanto al huésped como al hospedero. En ruso, no. El ruso sólo designa al invitado.

¿Por qué utilizamos «invitado», que suena tan formal, y no otras palabras como «amigo que ha venido a verme»? ¿Porque es largo? No debe ser ésa la razón, porque el castellano del siglo XXI está trufado de perífrasis incómodas, como aquélla de «chica con la que salgo», para evitar el terrorífico y comprometedor «novia».

En Rusia, si utilizamos el término formal «invitado» es porque todo el proceso para que esta persona llegue a vernos es tremendamente formal, y en eso entramos nosotros desde el principio con una «invitación», que es un papel formal en el que decimos que, por ejemplo, Felipe Tortajada Puig, compañero de aventuras durante muchos años y con domicilio en Albal, va a ser nuestro invitado durante su estancia en Moscú, y residirá en nuestra casa.

Con la firma de ese papel, comienza el espectáculo. Y termina esta entrada, que continuará con las andanzas de Tortajada en Moscú. Miedo me da.

miércoles, 8 de junio de 2011

La sonrisa de la milicia

Domingo por la tarde. Estábamos fuera de Moscú, a unos veinte kilómetros del anillo exterior. Yo, al volante; Alfina, de copiloto.

- ¿Qué haces?
- Me meto por ahí. Es por ahí, ¿no?
- No. Todavía no. Hay que seguir,
- ¿Seguro?
- Sí.

Hice una maniobra y volví a la carretera principal, pero no lo veía yo muy claro.

Un par de kilómetros después, al salir de Elektrougli, ya parecía evidente que no era por ahí.

- ¿Y si preguntamos a algún lugareño?
- Ahí hay uno.

Paramos a su altura y, por desgracia, su altura era un lugar donde no había forma de pararse a no ser en mitad de la calzada. El lugareño era joven, de tez morena y aspecto poco avispado, pero era el que había.

- ¿Para llegar a Márino?
- ¿A dónde?
- A Márino.
- Márino, Márino... - empezó a salirle humo de la cabeza -. Sigan recto hasta Frólovo y allí lo verán indicado - dijo, muy lentamente y con un aspecto de inseguridad que asustaba.

Yo, por el vistazo que había conseguido echar al mapa al pararnos en un semáforo, me daba que ese sabía llegar a Márino tanto como a Tegucigalpa.

- ¿Seguro?

Al lugareño no le dio tiempo a responder. Sonó un bocinazo a nuestra espalda, procedente del coche que nos seguía y que se hartó rapidito de esperar a que nos aclaráramos. Y, detrás del coche, venía una furgoneta con los inconfundibles colores blanco y azul miliciano de la temida policía de tráfico, los DPS.

- Vámonos, vámonos, que esto se está liando.

Puse la primera, seguí intentando ver alguna salida, y no vi nada.

- ¿Y si preguntamos a otro lugareño?

Un poco más adelante había una parada de autobús, y sitio para pararse sin molestar. Y lugareños, por si fuera poco, y seguramente más cualificados que el anterior para orientar a forasteros. Me paré, el cagaprisas que venía detrás me pasó escopeteado, y la furgoneta de los de tráfico también me adelantó... pero se paró unos metros delante de mí.

- Ay, ay, ay... - «éstos han visto la parada anterior en medio de la carretera y tienen ganas de recordármela», pensé.

Bajó un miliciano de tráfico, vestido con su azulito característico, y se acercó lentamente a nuestro coche. Siempre lo hacen lentamente, para alargar la tensión y poner nerviosa a la presa. Y a mí se me estaba poniendo una cara de presa tremenda. Bajé la ventanilla. El miliciano llegó a mi altura y yo ya puse la mano en el bolsillo, cerca de la cartera.

- ¿Le puedo ayudar? - preguntó el miliciano.

Me quedé a cuadros. Parecía que se estuviera quedando conmigo. Se suponía que tenía que hacerme la vida difícil, no ayudarme. Esta policía nunca hace lo que se espera de ella.

- Eh... estooo... sí... estamos buscando la forma de llegar a Márino.
- ¿A Márino? Pues por aquí no van bien. Tienen que dar la vuelta y, en el semáforo, meterse por dentro de Elektrougli y ya llegarán a Márino sin desviarse de la carretera.
- Gracias, gracias...

El miliciano volvió a su furgoneta. Nosotros dimos la vuelta en el primer punto legal que encontramos.

- ¿Por dónde era?
- Era por donde decía yo antes.
- Ups.
- Y está visto que fuera de Moscú los milicianos son amables.
- Sí, ¿verdad?

* * *

Al día siguiente, por la mañana, iba al trabajo en bicicleta por la Tverskaya. Me paré en un semáforo, aunque un par de metros delante de la línea, cosa normal entre los ciclistas, por razones de seguridad. Y he aquí que lo hice justo delante de las narices de un miliciano.

El miliciano me miró, se dio un toquecito en su gorra de plato, volteó su porra y se dirigió a mí. Miró la bicicleta y me preguntó con una sonrisa:

- ¿Qué? ¿Es cómodo circular con eso?
- Sí. Es ligerita. La pliego y me la subo al trabajo.
- Ah, muy bien.

El semáforo se puso en verdad.

- Hasta luego - le dije.
- Que le vaya bien - me respondió.

No sé. Seguro que es que hace muy buen tiempo, porque semejante transformación en la temida milicia de tráfico no es fácil de explicar.

lunes, 6 de junio de 2011

Ganando el cielo

Los fines de semana de verano tienen algo particular. Los atascos, igual que la energía, parece que no se crean ni se destruyen: sólo se trasladan. Entre semana están dentro de la ciudad. El sábado y el domingo se desplazan a las entradas y salidas a la ciudad.

Ayer fuimos a dejar a la tropa en casa de unos vecinos, en las afueras de la ciudad. Salimos de allí a las once y media de la noche ¿En que lugar del universo hay atascos a las once y media de la noche del domingo al lunes? Síiiii, en los accesos a Moscú. Mientras en la mayoría de las carreteras españolas hay telarañas a esa hora, en Moscú hay una pléyade de automovilistas resignados, haciendo cola delante de embudos inverosímiles o de pasos a nivel con barrera que permanecen caprichosamente cerrados mientras los coches se van amontonando en una hilera cada vez más lejana.

Veinte kilómetros en una hora, y aún nos podemos considerar afortunados. De hecho, dentro de unos días tendremos que recoger a los niños de la dacha en la que están, y ya tiemblo pensando en el acopio de víveres que habrá que hacer para sobrevivir en el embudo.

viernes, 3 de junio de 2011

La imaginación al poder (II)

En la Rusia de 1904, estado autocrático donde los hubiera, las manifestaciones políticas y los partidos políticos estaban prohibidos. Nada de manifestaciones. Nada de concentraciones. Nada de acampadas urbanas, ni siquiera el 15 de mayo. Nada de marchas del orgullo gay. Nada de orgullo gay, directamente. Pero, en la Rusia de 1904, aparte de una guerra que iba de mal en peor y que ya apareció en esta bitácora hace tiempo, sí que había una minoría liberal, formada por unos sedicentes intelectuales, que aspiraban a que la Rusia autocrática dejara de ser autocrática.

Estas élites intelectuales eran el núcleo de un grupo, parecido a un partido político, llamado "Unión de Liberación" ("Союз освобождения"). No eran ni mucho menos una panda de radicales ni de terroristas, como los que habían aparecido en Rusia desde el siglo anterior, sino unos chicos-bien, liberal-conservadores, gente con el riñón bastante bien cubierto y con algo de sal en la mollera, pero poco amigos de excesos.

Estos chicos, enfrentados al problema de la prohibición de manifestaciones políticas, añadido al hecho de que, al fin y al cabo, Rusia estaba en tiempo de guerra, que no es el mejor momento para que el poder político se ande con paños calientes, decidió realizar acciones legales. Y descubrió que las manifas estaban prohibidas, pero los banquetes no.

Y efectivamente, ¿cómo vas a prohibir un banquete? Mal asunto. Se iban a poner finos, los hosteleros. Aprovechando la circunstancia, la "Unión de Liberación" organizó, en diversas ciudades rusas, una campaña de banquetes. En cada ciudad se nombró un "consejo culinario", oficialmente para supervisar todo lo relacionado con la expansión de la ciencia gastronómica. En realidad, naturalmente, los comités no se ocupaban de la gastronomía más que lo estrictamente necesario para no quedarse con hambre.

A partir de octubre de 2004, comenzaron a celebrarse banquetes en distintas ciudades rusas, organizados por los comités culinarios locales, y en donde se comía, sí, y sobre todo se hablaba de política, se pronunciaban manifiestos sobre el otorgamiento de libertades civiles, se pedían constituciones, se adoptaban resoluciones en asamblea y, en suma, se reunían los liberales de cada ciudad. Hasta seiscientas personas se metían en cada banquete, que es mucho más de lo que hay en la gran mayoría de manifestaciones rusas actuales.

El gobierno ruso (en el que, de todas formas, había algún infiltrado que simpatizaba con los liberales) se quedó totalmente descuadrado cuando vio el regate que le habían hecho los liberales. Ni Messi, vamos. De momento, se quedó a verlas venir mientras los japoneses les zurraban en Extremo Oriente, lo cual dio alas a la campaña gastronómica de los liberales, la cual, además, eludió perfectamente la censura de prensa y pudo continuar sin novedad durante algunos meses.

El final de la campaña de banquetes llegó en enero de 1905, cuando fueron prohibidos por el gobierno, que había visto que hacer la vista gorda no le salía a cuenta. Y es que, mientras las clases medias y altas tomaban los restaurantes, las clases bajas también se habían organizado e, igualmente con imaginación (marchas y manifas que parecían procesiones religiosas, que obviamente estaban permitidas), montaron sus propios eventos. Lo que ocurre es que las tropas gubernamentales en esta ocasión no fueron tan condescendientes como con el asuntillo de los banquetes y tiraron a matar, y mataron. Fue el llamado "domingo sangriento", después del cual el gobierno ya no se anduvo con chiquitas a la hora de reprimir las manifestaciones políticas. Sin embargo, dos años más tarde, ya tras la derrota frente a los japoneses, el zar tuvo que transigir con la concesión de libertades civiles. La mayoría de los miembros de la "Unión de la Liberación" pasó a formar parte de un partido político legal, liberal, el Partido Contitucional Democrático, cuyos miembros fueron conocidos como "cadetes" (por sus siglas en ruso).

Lo que pasó en Rusia en 1904 muestra que un movimiento imaginativo puede alcanzar el éxito incluso frente a un adversario tan monolítico como el gobierno autocrático ruso, aprovechando los momentos de debilidad del mismo, y la guerra contra los japoneses lo era, como también lo es en España la crisis económica y el paro masivo. No sé exactamente si los acampados urbanos de España eran conscientes de la originalidad de su acto (porque las acampadas políticas en pleno centro de las ciudades no son cosa frecuente), pero lo cierto es que han dejado descolocado al poder y han puesto en marcha un proceso de consecuencias impredecibles a largo plazo. En Rusia, y en buena medida debido a los enormes errores y a la cerrilidad del gobierno, además de a un nuevo desaste militar, las consecuencias a largo plazo fueron una guerra civil salvaje y un régimen comunista durante los siguientes setenta años. A ver si en España nos va un poquito mejor que en Rusia, que, si no, no es plan.

miércoles, 1 de junio de 2011

La imaginación al poder

Ayer era día 31 y, como todos los días 31, la oposición había convocado una manifestación en la plaza Triumfalnaya (ésa que preside un pedazo de estatua de Mayakovsky y que ahora está en obras). Como de costumbre (creo que la han permitido un par de veces, supongo que por despiste), el ayuntamiento de Moscú había prohibido la manifestación; también como de costumbre, todo el trayecto por la calle Tverskaya entre la plaza Pushkinskaya y la Triumfalnaya estaba tomado por todo tipo de milicianos, antidisturbios, omones y directamente militares, que esperaban charlando amigablemente a que la manifestación comenzase y ponerse a trabajar con la garantía del éxito que les proporciona su superioridad numérica (y armamentística, dicho sea de paso). Para un servidor, que pasaba por allí en bicicleta, la cosa no tuvo más diferencia respecto a un día normal, a no ser que los atascos eran aún mayores y que no era sencillo pasar de la calzada a la acera.

Como siempre, la manifestación tuvo lugar, y simultáneamente llegaron las detenciones habituales. Los periódicos hubieran podido copiar la misma noticia de hace dos meses. Una ristra de leches y veintiséis detenidos, entre los que estaban los habituales Yashin, Udaltsov, Kosyakin y, cómo no, Limónov, que salió de su Zhigulí y entró directamente en las lecheras de la milicia. Nemtsov, otro habitual, se libró, porque estaba en Nizhny Nóvgorod, ciudad de la que fue gobernador en tiempos mejores para él y donde también había convocado un mitin, éste permitido. Pero en Moscú, a las dos horas, no quedaba nadie, ni los omones, ni mucho menos los manifestantes no detenidos. Indudablemente, el señor Felip Puig tiene muchísimo que aprender.

Para un opositor, la imaginación es fundamental y la repetición del mismo tipo de acciones un fracaso a corto plazo. En primer lugar, porque la gente se cansa. El tipo de protesta habitual, la manifestación, está caduca; por eso las acampadas del 15-M han sido una idea muy buena en el momento más oportuno, porque han dejado totalmente descolocados a los que mandan, que, además, estaban de campaña electoral, un momento muy poco propicio a la mano dura. Es verdad que, tras medio mes largo, la cosa debería ir evolucionando, al menos para dejar un buen recuerdo hasta el final y dedicarse a otro tipo de acciones-sorpresa.

Porque las acciones-sorpresa, aunque nos cueste creerlo a los que vivimos en pleno siglo XXI, no son una cosa tan nueva como podría parecer. Para demostrarlo, vamos a situarnos en Rusia en el ya lejano 1904.

En aquel tiempo, el Imperio Ruso, regido por el emperador Nicolás II, zar autócrata, tenía serios problemas derivados de la guerra con Japón, que iba de pena y que al año siguiente incluso empeoró, hasta la derrota final. Aunque la mayoría del pueblo estaba con el zar y lo más probable es que lo estuviera siempre, no dejaba de haber grupos opositores, tanto entre las clases altas, como entre los trabajadores industriales de las grandes ciudades, y en particular en la capital, San Petersburgo. Las clases medio-altas y educadas, como en toda Europa, eran tirando a liberales. Un liberal en Rusia, al parecer, es una persona que no está en el poder, pero quiere estarlo y, como sabe que el jefe, llámese zar o presidente, no le va a elegir a dedazo, intenta cambiar las normas del juego para tener la posibilidad de ascender. Creo que en España, entre 1812 y 1834, o después de 1975, no eran muy diferentes. Cuando llegan al poder ya no están tan por la tarea de que la normas del juego permitan a cualquiera acceder a él, como estamos viendo en España y nuestras listas cerradas y bloqueadas, en lo que están de acuerdo tirios y troyanos, socialistas y liberales. En Rusia no podemos saberlo, porque los liberales sólo han estado en el poder fugazmente en 1917 y en 1992, y no llegaron a consolidarse realmente ante lo que se estaba montando y los fracasos estrepitosos que tuvieron.

Lo que sí han demostrado los liberales rusos históricamente ha sido imaginación en su labor opositora, cosa de la que tenía pensado escribir hoy, pero que tendrá que esperar, porque se ha hecho tarde.