miércoles, 30 de diciembre de 2009

Viaje a España - el taxi

Esta vez estaba todo previsto: nada de salir corriendo desde el trabajo, nada de precipitaciones, nada de carreras desesperadas. No. Esta vez me había tomado libre el día enterito, había terminado todo el trabajo pendiente, pero todo todo; había pedido un taxi para salir con muuuucho tiempo. Las maletas estaban hechas, las compras de rigor realizadas... todo estaba programado para que el viaje familiar a España por Navidad no fuera el típico momento de nervios de todos los años, sino algo distinto, civilizado, del siglo XXI, algo placentero, casi como de turismo desahogado.

Pero no.

En Moscú, más que en cualquier otro sitio, el hombre propone, y Dios dispone. Además de Dios, da la impresión de que dispone mucha más gente, con lo cual de la propuesta original queda lo que queda.

A las dos el taxi debía estar en la puerta de casa. Las maletas estaban a punto de salir. En Moscú, para pedir un taxi, llamas con varias horas de antelación (si no, olvídate) y, como media hora antes de que llegue el coche, te llaman de la compañía de taxis para avisarte de la marca y matrícula del taxi que te envían, porque la mayoría de los taxis no se distinguen de los coches normales. Algunos sí son de color amarillo o negro, como en Barcelona, pero la casi totalidad son cualquier turismo sin ningún atributo externo, así que mejor es que sepas cuál es la matrícula, porque, si no, chungo.

Esta vez la llamada llegó con un mensaje más inquietante que de costumbre.

- El taxi llegará con algo de retraso, quizá unos veinte minutos. Está en un atasco.
- Bueno, veinte minutos entra dentro de lo aceptable. Aún valdría.

Cuando un atasco moscovita se mete de por medio, puede pasar cualquier cosa, pero ninguna buena. Mientras la familia se despedía hasta después de año nuevo, yo daba paseítos arriba y abajo de la habitación, mirando el reloj.

El teléfono sonó de nuevo.

- Le quería decir que el taxi sigue en el atasco. Calculamos unos veinte minutos de retraso.
- Bueno, ya les he dicho que eso valdría.

En esos momentos es cuando uno comienza a pensar en un plan alternativo de llegar al aeropuerto con varias maletas y tres niños, en un ambiente cubierto de nieve y hielo y a diez grados bajo cero ¿Helicópteros? ¿Telequinesis? ¿Magia? ¿El coche de San Fernando?

El teléfono sonó de nuevo.

- Oiga, que el taxi continúa parado en el atasco, y que no sabemos cuándo llegará. En el último cuarto de hora no se ha movido ¿Continúa usted interesado en que se lo enviemos, o prefiere renunciar?

Tapé el auricular del teléfono mientras rechinaba los dientes, para no asustar a la operadora, que probablemente no era responsable del problemón que se nos venía encima. Por otra parte, una de las ventajas de saber idiomas distintos al ruso es que puedes maldecir e insultar en valenciano, o en lo que sea, sin que tu interlocutor se entere de qué va la cosa ni se ofenda.

De todas formas, uno es educado y reprime sus instintos más primitivos, así que, en lugar de un "Puede usted meterse su m**rd* de taxi por donde le quepa", que era lo que me pedía el cuerpo que dijera, la cosa quedó en:

- Bueno, señorita, en estas circunstancias, renuncio al taxi.

Claro que ahora había un problema.

Pero su solución queda para la próxima entrada.

lunes, 28 de diciembre de 2009

El fin de semana de Ame (y IV)

Hola.

Me llamo Ame, y soy un niño.

Estaba contando lo que hago en los dos días en que no voy a la guardería, porque mis papás están en casa. Creo que ya conté lo que hice en la clase de coreografía, y en misa. Después de misa, vamos todos a casa y comemos, y luego mi papá dice que vamos a hacer deberes, y yo grito y digo que no haré deberes. Si mi papá está muy cansado, no hacemos deberes, pero a veces mi papá no está muy cansado, se levanta y me mira con una cara muy seria. Cuando mi papá pone esa cara, es que no está cansado y es mejor hacer lo que dice y no hacer gracias, porque entonces se enfada y es mejor que mi papá no se enfade.

Normalmente, mi papá está menos cansado los días que va a trabajar. Los días que no va a trabajar y está conmigo todo el día está mucho más cansado, así que hacemos deberes pocas veces. Yo creo que eso es porque mi papá trabaja poco.

Ya parecía que íbamos a hacer deberes, cuando Abi dijo que dentro de poco iba a llegar su amiga Pólik a pasar la noche. Entonces mi papá se quedó pensando y al final dijo que bueno, que entonces vale y que no había que hacer deberes. Abi es muy lista.

Pólik llegó poco después. Es una niña muy mayor y es más alta que Abi. Tiene el pelo muy largo y los ojos muy azules, más que yo, y siempre que viene a casa juega mucho conmigo. Una vez jugamos al fútbol. Pero ésta era la primera vez que se iba a quedar toda la noche.

Abi, Ro y yo nos pusimos muy contentos cuando llegó Pólik. Su mamá saludo a mi papá y a mi mamá y luego se fue. Pólik, Abi y Ro se fueron a su habitación. Yo quería pasar detrás de ellas, pero Ro cerró la puerta y dijo que yo no podía pasar, porque iban a hacer cosas de chicas, y me mandó que fuera a mi habitación.

Yo me puse a cantar y a gritar en medio del pasillo, fuera de la habitación de las niñas. Intenté abrir la puerta, pero no me querían dejar pasar. No es justo que ellas sean tres y yo esté solito y no me dejen jugar. Me puse a llorar y fui a contárselo todo a papá.

Papá estaba leyendo un libro muy gordo sin dibujos lleno de letras y de unas rayas muy raras que dice que se llaman "gráficos". A mí papá le gustan unas cosas muy aburridas.

Le dije a mi papá que las niñas no me dejaban estar con ellas. Mi papá levantó la cabeza, me miró, dio un suspiro y me dijo que había estado oyendo desde su habitación lo que pasaba y cómo yo cantaba y gritaba desde el pasillo. Luego me dijo que me sentara a su lado y se puso a hablarme en voz muy baja.

"¿Tú querías jugar también con Pólik y las niñas, y no te dejan?", me preguntó.

Yo le dije que sí, y que me hacía mucha ilusión que viniera Pólik, pero que no esperaba que las cosas fueran así, y que así no invitaría a nadie a mi cumpleaños.

"Verás, Ame", me dijo, "con las chicas, pasan cosas un poco raras, porque no son exactamente iguales que nosotros, los hombres."

Yo paré de llorar, porque parecía que papá me iba a contar algo interesante, no cuando me da clase de francés y es un lío, porque hay muchas letras que se escriben y no sirven para nada, porque no hay que leerlas, y además hay sonidos muy raros.

"Ame, tú has estado intentando llamar la atención, intentando entrar en su habitación, cantando, gritando y haciendo el payaso, ¿verdad?", me preguntó papá.

Yo dije que sí, que claro. Como siempre.

"Es que, con las chicas, no funciona exactamente así. En realidad, tienes que hacer todo lo contrario. A las chicas es mejor no hacerles caso. Entonces es cuando ellas van detrás de ti. Así que lo mejor que puedes hacer es ir a tu habitación a jugar tranquilito sin decir nada, y ya verás como enseguida todo va mejor."

A mí lo que contaba mi papá me parecía muy raro. Yo creía que me intentaba engañar para que no hiciera ruido, y es que a mi papá no le gusta cuando hacemos ruido. Sobre todo no le gusta cuando hago ruido yo. Pero mi papá me lo repitió muchas veces y yo dije que bueno, que iba a probarlo. Así que me fui a mi habitación y me puse a jugar con un coche rojo que rueda mucho y que es un camión de bomberos y con el que se pueden salvar otros juguetes cuando hay fuego.

Llevaba poco rato jugando, cuando salieron las niñas de su habitación y me preguntaron si quería jugar con ellas. Yo me quedé muy sorprendido. Parecía que el truco de mi papá funcionaba muy bien, y que no me estaba engañando.

Dije que sí, pero que primero iba a hablar con papá. Subí corriendo a su habitación, y él estaba allí con el libro gordo de los gráficos. A lo mejor es en esos libros donde mi papá ha aprendido lo que me había dicho. Menos mal que ya se los lee mi papá y luego me cuenta lo que pone en ellos. Si no, tendría que leerlos yo, y debe ser difícil.

"¡Papá! ¡Sale!", le grité desde la puerta.

Mi papá levantó la cabeza y se rio mucho.

"¿De verdad?", me preguntó.

"¡Sí! ¡Me han pedido que vaya a jugar con ellas!", le dije a papá.

"Pues hala, ya sabes cómo funciona esto. Vete a jugar, pero sin hacer el bruto, que a las niñas no les gusta."

Me fui a jugar muy contento. Otro día probaré si el truco también funciona con los chicos. Lo probaré con mi papá, a ver si también sale lo de no hacerle caso.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Navidad y españoles en el Pushkin

La pintura de al lado es de uno de los grandes más grandes de todos los tiempos. Zurbarán es lo más de lo más, y la pintura que fotografié el otro día, que representa a la Virgen dando de mamar al Niño y que precisamente por eso es hoy el día adecuado para traer aquí, es uno de los orgullos del Museo Pushkin de Moscú.

Su colección de pintores españoles es escasa, pero reseñable. Español al fin, me hizo mucha ilusión ver cuadros de mis compatriotas colgados allí, tan sumamente lejos de los talleres que los vieron pintar. Como yo mismo, tan sumamente lejos de la tierra que me vio nacer, aunque, precisamente ahora, estoy en ella para pasar estos días.

La pequeña colección de españoles del Pushkin es estrictamente del siglo XVII, el Siglo de Oro. Cronológicamente, todos los cuadros están muy próximos, pero podemos empezar por un valenciano que pasó casi toda su vida en Italia.



José de Ribera "el Spagnoletto" es tan italianillo que la transcripción de su nombre de pila al cirílico no es "José" (ni siquiera "Josep", en su valenciano materno), sino "Giuseppe". En realidad vivió casi toda su vida en Nápoles, que en su tiempo pertenecía a la monarquía hispánica. En el cuadro del Pushkin se representa a San Antonio, santo del siglo IV considerado uno de los fundadores de la vida monástica.




Los dos cuadros de arriba son de Murillo. El de arriba representa al arcángel San Gabriel y fue pintado por encargo de ese señor que aparece en la esquina inferior derecha y que es nada menos que el arzobispo Domonte, que hoy nadie sabe quién era, pero que en 1680 fue consagrado arzobispo de Sevilla, ciudad que por entonces ya no estaba en su mayor esplendor, pero que seguía siendo de las más importantes de España. El segundo cuadro "La niña vendedora de frutas", es una excepción a la temática religiosa y da alegría sólo de mirarlo. Las frutas tienen un sentido alegórico bastante evidente.

No debería ser muy complicado averiguar que, cuando Murillo pintó este último cuadro, era un joven madurillo de treinta años escasos, mientras que el cuadro de arriba lo pintó con los sesenta más que cumplidos y próximo ya el descalabro que vino a acabar con su vida.



Se atribuye esta María Magdalena a Pedro de Mena, otro de los grandes del Barroco español, en este caso de la escultura policromada. Se nota claramente que le falta algo entre las manos; se trata de una cruz que se ha perdido.



Bodegón con reloj, de Antonio de Pereda y Salgado, es el único representante de otro género que, en cuanto lo vemos, decimos "¡Barroco!", y no nos equivocaremos. El cuadro es un curioso intermedio entre un bodegón, como los que bordaron Zurbarán o Velázquez, con un ojo puesto en el subgénero más barroco de todos, la Vanitas, y así es como aparece el reloj, que ya da un apunte de la brevedad de la vida como tema de la obra. Pereda y Salgado no exagera tanto como el pintor paradigmático de la Vanitas y del Barroco llevado al no va más, que es su casi contemporáneo, pero en Andalucia (Pereda era castellano), Valdés Leal.

Así pues, hay poco español en el Museo Pushkin, pero ya da para hacerse una ligera idea del Barroco español, esa época en que los artistas creían en Dios. Gracias a ello crearon un mundo irrepetible que todavía hoy podemos apreciar cuando nos acercamos a contemplar lo que hicieron.

Entretanto, feliz Navidad a quienes visiten esta bitácora, y mucho ojo con el turrón, que las indigestiones las carga el diablo.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

El fin de semana de Ame (III)

Hola.

Me llamo Ame, y soy un niño.

El otro día estuve contando lo que hago en la clase de coreografía.

El día siguiente a esa clase se llama domingo. Era un domingo muy importante, porque después iba a venir a casa una amiguita de Abi a quedarse a dormir, y era la primera vez que alguien se quedaba a dormir. Pero, los domingos por la mañana, mis papás me llevan a un sitio que se llama misa. Hay una misa grande, pero a ésa vamos pocas veces. Nosotros vamos a una misa en una habitación pequeña, que es para niños y donde hay un cura que habla en español. Un cura es el que más habla en la misa. Los demás también hablamos, pero menos, y nuestros papás nos dicen que nos callemos.

Como esa misa es para niños, sólo van los niños y sus papás. A mí me gusta mucho, porque se pueden hacer más cosas que en la misa grande. En la misa grande tienes que quedarte quieto todo el rato y es más aburrido. En la misa para niños, además, hay niños y se puede jugar con ellos a veces. Además de niños, también hay niñas, pero para jugar con niñas ya tengo la clase de coreografía.

A mi hermana Abi no le gusta la misa de niños. Dice que quiere ir a la misa de mayores, porque ya es mayor. Entonces mis papás le dicen que no, y ella grita, y al final va. Yo creo que no le gusta porque le hacen leer y porque le hacen preguntas. Las hermanas son una lata a veces, siempre protestando.

A mí también me hacen preguntas, y a mí me gusta mucho contestarlas. El cura lee unas historias de Jesús, y luego pregunta sobre lo que ha leído. Yo me siento muy cerca de mi papá. Cuando el cura hace una pregunta, miro a mi papá, y él me dice muy bajito a la oreja lo que hay que decir. Entonces levanto la mano y enseguida lo digo muy fuerte. Siempre está bien lo que digo. Todos se ríen y Ro le dice a mi papá que no me sople. Mi papá no me sopla. Sólo me dice las respuestas. Si Ro quiere que se las diga, que se siente ella la lado de papá.

Algunas veces lo que hay que decir está tan claro que no hace falta que me lo diga mi papá, porque ya lo sé solito. Al final de la misa, el cura dice que demos gracias a Dios por las cosas que tenemos. Un señor que estaba detrás dio gracias por la Navidad. Un niño con gafas que estaba a su lado dio gracias por la familia. Mi mamá dio gracias por la salud. Entonces yo di gracias porque tenemos dinero. Mi papá abrió mucho los ojos, apretó los labios y luego cerró los ojos. Eso es que no sabía que yo también puedo decir cosas bien solito. Qué sorpresa se llevó. El cura dijo: "Claro, claro, también."

Después de la misa, mi papá se queda a una cosa que se llama catecrisis. Un día me quedé a ver qué era, y allí dicen cosas que no entiendo muy bien. Pero ese día, antes de quedarse, otro señor que estaba en la misa se acercó a mi papá y le dijo: "Conque dinero, ¿eh? Bueno es saberlo."

Menos mal que yo lo había dicho. Si no, el señor no lo sabría.

lunes, 21 de diciembre de 2009

El museo de las copias

La foto de ahí al lado muestra el lugar donde los ladrones de la galería I Uffizi, de Florencia, han escondido el monumental "David", de Miguel Ángel, sustraído en uno de los robos más audaces de todos los tiempos, y escondido en una sala de Moscú junto a las puertas de la catedral de Friburgo de Bresgovia (Alemania, allí por la Selva Negra), arrancadas de cuajo del edificio y trasladadas a Moscú por una banda de ladrones internacionales...

Nooooooo. Tranquilos. El "David" de Miguel Ángel continúa en Florencia dejando a todo el mundo que lo ve boquiabierto, y las puertas de la catedral de Friburgo siguen exactamente allí, en la Selva Negra. Y la Venus de Milo sigue en el Louvre. Todos tranquilos. Lo que hay en Moscú, en el museo Pushkin, no son más que copias.

El museo Pushkin es el segundo museo de arte más importante del país (el primero es el Ermitage de San Petersburgo), si excluimos a los dos grandes museos de arte ruso, cuya temática es exclusivamente nacional (la Galería Tretyakov de Moscú y el Museo Ruso de San Petersburgo). La organización del museo es muy didáctica y pretende dar una visión de la historia del arte universal desde las civilizaciones más remotas hasta nuestros días, aunque el edificio principal llega hasta la revolución francesa. El arte moderno y el arte contemporáneo quedan para otra exposición.

Como no hay dinero en este mundo para adquirir las obras más representativas de la escultura mundial, los responsables del museo exponen copias representivas de los períodos en que andan escasos de originales. Hay una buena colección de arte egipcio, está el tesoro de Troya (ése merece entrada aparte), una notable exposición de arte copto, pero los períodos restantes están representados por copias idénticas al original. Bueno, idénticas del todo no: en el original no está la chapita metálica del taller que realizó la copia.

Así, en un solo día, podemos admirar una soberbia colección de esculturas griegas, donde no faltan el Discóbolo de Mirón (cuyos herederos no perciben un real por la copia) o la Venus de Milo; otra estupenda colección de escultura romana, con el Augusto que todos hemos visto en los libros de historia romana; una soberbia selección de arte bizantino en la que no faltan los frescos de la catedral de Rávena que representan a los emperadores Justiniano y Teodora, cada cual por su lado...

O una selección de arte medieval que tira de espaldas, para pasar al Renacimiento italiano y terminar con una tremenda sala de Miguel Ángel en la que están Moisés, poco menos que hablando, las tumbas de los Médici... vamos, el no va más.

El museo también cuenta con una importante colección de pintura que, en este caso, sí que es auténtica. Si uno pasa justo por las puertas de la catedral de Friburgo, las de la foto, se encontrará con una buena colección de arte renacentista alemán en la que destaca una serie de obras de Lucas Cranach, tan buen pintor como buen herejote, para pasar a una tremenda variedad de artistas flamencos y holandeses, que ocupan varias salas. Una sala está dedicada a Rembrandt y a su escuela y tiene algunas obras del propio Rembrandt.

Me encanta Rembrandt. La última vez que estuve en El Prado tuve la gran potra de que coincidiera con la exposición que se montó allí. La de Moscú es mucho menor y las obras expuestas no son precisamente "La lección de anatomía" o la "Ronda de noche", pero alguna está bastante bien.



Aquí está la versión de Rembrandt de la representación de cuerpos resucitados. Es una de sus primeras obras.

El otro gran superclase de los Países Bajos, Rubens, está mucho menos representado. Este cuadrito es curioso.



Es el esquema de la recepción en Bruselas al nuevo gobernador de los Países Bajos españoles, el Cardenal-Infante Don Fernando. En aquel tiempo, corría la guerra de los Treinta Años y el Cardenal-Infante, con sus tercios españoles, venía de destrozar al ejército sueco en Nordlinga, así que Don Fernando, a sus veinticuatro años, estaba en la cima de su poder. Los motivos alegóricos que emplea Rubens combinan con mucha habilidad las alabanzas al victorioso general con los llamamientos a la clemencia y al buen gobierno para el bien del pueblo.

Al lado de la tremenda colección de cuadros del barroco italiano, que es magnífica, la representación española es bastante pequeña, pero eso será cuestión de la próxima entrada. Porque hoy se hace tarde, que, si no...

viernes, 18 de diciembre de 2009

El fin de semana de Ame (II)

Hola.

Me llamo Ame y soy un niño. Ya he contado lo que hago casi todos los días, cuando voy a la guardería y mis papás trabajan.

Cuando mis papás no trabajan, yo no voy a la guardería. Me despierto por la mañana, me levanto y miro si hay alguien levantado. Normalmente están mis hermanas viendo dibujos animados y yo me pongo con ellas. Antes íbamos a la habitación de los papás y les pedíamos que nos dieran el desayuno, y mis hermanas decían que ya eran las siete de la mañana. Mi papá abría los ojos muy despacio, miraba un reloj muy bonito, con números rojos, que hay en su habitación, y soplaba mientras decía: "¡Pero si es sábado!" Parece que los días tienen nombre, como las personas, y que los mayores hacen cosas distintas según el nombre del día. Qué lío, ¿no?

Ahora nos ponemos a ver la televisión sin hacer ruido, porque Abi aprendió a ponerla solita. Es muy lista. No hacemos ruido porque así no despertamos a los papás y pueden descansar más. Si se despiertan, entonces apagan la televisión y comienzan los problemas. Dicen que nos vistamos y desayunemos y es un rollo. Es más guay ver la televisión.

Después de desayunar, mi papá me llevó a clase de coreografía. Era mi tercera clase, y era la primera vez que me llevaba mi papá. Es en un colegio muy guay que tiene un cañón en la entrada. Muchas veces hay flores delante del cañón. Eso es que hubo una guerra y los enemigos llegaron al colegio y el cañón disparó y mató a los enemigos. Es guay el cañón.

Yo quería que mi papá se quedara a ver la clase y él dijo que bueno, que vale. Los demás papás y mamás se fueron y mi papá se quedó. Miró bien la clase y me preguntó: "¿Y los demás niños? ¿No han venido?" Yo le dije que sólo había niñas y que el único niño era yo y que por eso todos me querían mucho.

Mi profesora se llama Svetlana Valerievna y baila muy bien. Creo que ha estado en un teatro bailando antes, cuando era más joven. Les grita mucho a las niñas, pero todas le quieren mucho. En clase, Svetlana Valerievna nos puso una música muy bonita, pero que no canta nadie, y nosotros teníamos que saludar y luego ir de puntillas por toda la sala y luego nos iban a dar un aro para jugar con él y teníamos que tumbarnos en el suelo y pasar las piernas y hacer unos movimientos que hace la profesora. A veces unas niñas hacen mal los ejercicios y la profesora les grita y les riñe. A mí no me riñe nunca. Eso es porque soy el único chico, seguro, y si me enfado y me voy no puede enseñar a nadie el saludo que hacen los niños. Las niñas hacen otro muy raro que no me sé. Nadia, que también va conmigo a la guardería y es muy guay, lo hace bastante bien, y hay otra niña que lo hace mejor todavía, pero otras niñas se resbalan y se caen. Yo llevo unos pantalones cortos muy guays, pero ellas tienen unas mallas muy ajustadas y unas falditas y a lo mejor se hacen daño. Yo creo que las niñas me miran tanto porque quieren ser mis novias. Pero yo ya tengo dos y mis papás dicen que no es justo que tenga tantas.

Mi papá nos miraba con los ojos muy abiertos. A veces yo pasaba haciendo ejercicios por su lado. Una vez pasé cerca y mi papá tenía las manos sobre la cara y decía muchas veces en voz bajita: "Menuda Mari con nada".

Pobre Mari. No me extraña que mi papá estuviera triste.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Tiritando

Hace ya un par de días que, cuando hablo por teléfono con alguien de España, me dice que están pasando mucho frío. Incluso un comentarista de esta bitácora, Behemoth, se queja de que en Valencia hace nueve grados y mucha humedad, y que hace mucho frío.

Pobrecillos.

No saben lo que es el frío.

En el momento en que escribo esta entrada, la temperatura exterior en Moscú es de veinticuatro bajo cero. Esta mañana, el termómetro marcaba veintisiete. Eso sí es frío.

Claro, siempre puede venir alguién de Vorkutá o de Yakutsk a decirme que están a cuarenta y cinco grados bajo cero y que lo de Moscú es una birria templadilla, porque lo realmente frío es lo suyo. Y habría que darles la razón, porque una de las cosas que más rabia nos da a los que nos congelamos aquí es cuando llega algún listorro de España y nos dice: "Bueno, bueno, una vez habéis llegado a diez bajo cero, ya da igual lo que venga, ¿no? Ya no distinguiréis un frío del otro."

Y un cuerno. Ya lo creo que se distingue. Diez grados bajo cero es una temperatura fría, pero soportable; veinte grados bajo cero es fría de narices; treinta grados bajo cero ya da grima sólo de ver el termómetro y saber lo que le espera a uno; y cuarenta bajo cero no tengo ni idea, porque mi marca personal está en treinta y seis bajo cero, fue espantoso y no tengo ninguna intención de mejorarla.

Cuando nos plantamos en estos niveles, obviamente no se ve ningún ciclista por la calle. En mi caso, el manual de mi bicicleta dice clarísimo que a partir de quince bajo cero no se garantiza su funcionamiento. Sí se ve a algún inconsciente que no se ha cubierto la cabeza y se está jugando la salud. Los colegios cierran a partir de treinta bajo cero y las guarderías pueden hacerlo a partir de veinte. Y la física comienza a hacer jugarretas.

En Moscú hay conduciones separadas para agua caliente, que se mantiene caliente echándole no sé qué mejunje, y de agua fría que no sé cómo impiden que se congele. Bueno, pues, sea lo que sea que echen, a veces la cosa falla, como cuando me levanté esta mañana, me metí en la ducha y me encontré con que tenía toda el agua caliente que quisiera, pero no fría. Algún punto de la conducción se había congelado, y ahí estaba yo, quemándome con el agua mientras afuera me hubiera congelado inmediatamente, en sentido estricto, si se me hubiera ocurrido salir en pelota picada, como estaba debajo de la ducha.

Pero todo tiene sus ventajas: la más importante es que es el momento ideal para limpiar el congelador, porque el problema suele consistir en dónde meter las cosas congeladas mientras el congelador se limpia y, en este caso, ese problema no se plantea, porque con sacar las cosas al balcón vas servido. En estas fechas, el balcón es un pedazo de congelador de cinco estrellas. Eso sí, hay que tener cuidado con las cosas que se dejan y cómo se protegen, porque, a cualquier temperatura, Moscú está llena de grajos y cuervos y os puedo asegurar que les gusta la mantequilla.

Otras de las cosas que toca hacer a la fuerza, y sobre todo a los que no nos viene bien el metro y vamos al curro andando, es caminar por la calle abrigado con mamotretos que, si lleváramos en España por la calle, se iban a descojonar de nosotros. Lo ideal es no asomar ni un centímetro cuadrado de piel y, para ello todo viene bien: gorros, gafas, bragas, capuchas forradas, guantes, polainas... lo que sea.

Otra cosa que falla son los coches, en particular los de fabricación extranjera y muy en particular los de motor diésel. Los coches rusos prácticamente no fallan nunca, o eso parece, así baje la temporatura lo que haga falta. Los coches extranjeros empiezan a renquear a partir de quince o veinte bajo cero, y si son diésel, con más frecuencia, porque se les empieza a congelar el combustible ¿Que cómo lo sé? ¿De verdad queréis que os lo cuente?

lunes, 14 de diciembre de 2009

Derechos de autor

El de ahí al lado es un libro de Arturo Pérez Reverte, "Un día de cólera", que se vende en Moscú, traducido al ruso como "Den gneva" (День гнева). Vemos que el libro cuesta 271 rublos, algo así como seis eurillos. Sin embargo, según la página web del libro, en España y en español, idioma original, sin tener que pagar a traductores ni correctores de más, el mismo libro cuesta 19,50 euros: tres veces más. Toma del frasco. Y esto me lleva a pensar en varias cosas, una de las cuales son los derechos de autor.

He estado leyendo que en España están revueltas las aguas con el asunto de un artículo de una ley que el Gobierno quiere aprobar y que, sin venir a cuento con el resto de la ley, prevé cerrar por decisión administrativa páginas web que, supuestamente, violen derechos de propiedad intelectual y prohibir el acceso a páginas web extranjeras, si al Gobierno le parece que en ellas se violan derechos de propiedad intelectual. Creo que es así, pero confieso que no me he leído el proyecto de ley. Parece que se ha armado una gorda, que ha habido un manifiesto en defensa de los derechos fundamentales en internet y que, paralelamente, los artistas (o sea, los músicos, para qué engañarnos) han salido en defensa de los derechos de su bolsillo. Que, naturalmente, también los tiene.

Yo no soy usuario de redes P2P. Una vez me dediqué a poner el emule, pero al final vi que tenía que habilitar demasiados puertos y me dije que para qué narices quería emule. Ciertamente, el que ha visitado la Gorbushka ya tiene toda la música y todas las películas que le puedan hacer falta. Con el emule, iba yo a acabar como un colega un poco colgado que se pasa el día bajando cosas y tiene más películas de las que podrá ver en varias reencarnaciones. Y, claro, no es cuestión.

Lo que me llama la atención es que los que protestan en España son los artistas, sí, pero no todos, sino sólo los músicos y los actores. Los músicos, pues se entiende, porque lo suyo es fácil de copiar y transmitir por ordenata; las películas, tres cuartos de lo mismo, aunque los actores ya han cobrado y supongo que protestan más que otra cosa por solidaridad con sus colegas de sindicato, de lobby y de partido.

¿Y los literatos? ¿Dónde están los literatos? Para autores, ellos, que se dejan los dedos escribiendo páginas y más páginas. Sin embargo, yo no he visto a, pongamos por caso, Pérez Reverte poniendo el grito en el cielo. Entendámonos, sí, Pérez Reverte suele poner el grito en el cielo por muchas cosas, pero precisamente por ésta no le he oído.

Dicen que la cuestión es que un libro es mucho más difícil de copiar que una canción. De eso nada. Con uno que se dedique a hacer fotocopias y las pase a PDF y a colgarlas por ahí, ya tenemos copia. Yo mismo ya he dicho que no soy usuario de redes P2P, pero el año pasado me compré el manual de Macroeconomía Avanzada de Romer (¿Qué pasa? Cada cual tiene sus gustos). Estaba pésimamente traducido al castellano, así que me harté del asunto, lo busqué en inglés por internet, bajé la edición anterior, que un generoso estudiante había tomado prestada de una biblioteca universitaria rusa, había escaneado a conciencia y había colgado de una página china, imprimí el asunto y me puse a leerlo, con la ventaja de que podía subrayar, tachar, anotar y acuchillar las páginas, porque siempre podría imprimirlas de nuevo, y tan contento. Para que luego nos quejemos de que China coarta el acceso a internet. Lo coartará, pero qué pedazo de página se han marcado.

Pero no, no hay literatos ni académicos entre los protestones. Es cierto que los músicos, sobre todo si son cantantes y no han actuado todavía en Moscú, tienen por lo general mejor voz, pero se echa en falta alguien que le dé forma adecuada a la protesta, cosa que desde luego puede hacer Eduardo Mendoza con mucha más elegancia que Loquillo.

¿Y los pintores? ¿Acaso no son autores ni artistas? ¿Es que no tienen propiedad intelectual? Pues ni uno había protestando.

¿Y los arquitectos? Caramba, yo diría que Bernini y Miguel Ángel eran artistas y de los gordos. Pues yo me puedo acercar todos los días, no sé, a las torres Kio y pegarme una jarta de mirarlas, pintarlas, fotografiarlas y hacer maquetas en mi casa sin pagarle un chavo al arquitecto que las pergeñó.

¿Y los escultores? ¡No me van a decir que no son artistas! Pues yo puedo hincharme a hacer fotos de las esculturas de, pongamos, Chillida, o Botero, o Tsereteli (en este último caso, sólo haría fotos por demostrar que se puede y las borraría enseguida), y los titulares de los flamantes derechos de autor sólo podrían mirar cómo lo hago. Tsereteli probablemente me miraría loco de contento, así que, al borrar las fotos, seguramente me apartaría para que no me viera, que tampoco es cuestión de hurtarle una alegría al hombre.

Se me dirá que es difícil copiar una escultura, que no es lo mismo que hacer una fotocopia. Seguramente es así, pero la cuestión debería estribar más en el hecho de la copia que en la dificultad del mismo.

Y que no me digan que nadie copia esculturas, y menos en Moscú. Porque, efectivamente, en Moscú existe la mayor acumulación de copias de esculturas que yo haya visto jamás. Pero, sobre esto, la próxima entrada, porque ahora se hace tarde.

viernes, 11 de diciembre de 2009

El fin de semana de Ame (I)

Hola.

Me llamo Ame y soy un niño. Vivo en Moscú, que está en Rusia, pero creo que soy español. Pero no estoy muy seguro. Mi mamá dice que soy de Madrid. Ella me habla en español, que es como hablan en Madrid. Mi papá dice que soy de Valencia. Mi papá me habla en valenciano y dice que en Valencia hablan así. Yo he estado en Valencia y el único que hablaba en valenciano era mi papá y sólo lo hacía conmigo. Los demás hablan igual que en Madrid.

En Moscú hablamos ruso, que es el idioma más guay y en el que se pueden decir más cosas. En Moscú tenemos una casa, pero no es nuestra, es de un señor muy rico que no sabemos quién es. Le pagamos para que nos deje vivir en su casa y no nos moleste. Por eso tiene tanto dinero, porque le pagamos.

Mis padres seguro que sí que son españoles. Viven conmigo. Mi mamá también es la mamá de mis dos hermanas. Bueno, a mí me gustaría que sólo fuera mi mamá, pero también es mamá de mis hermanas. Mis hermanas se llaman Abi y Ro y son mayores que yo. Siempre me molestan. No me dejan jugar con ellas. No me dejan entrar en su cuarto. Ro siempre me dice lo que tengo que hacer. Es un rollo tener hermanas.

Mi papá sabe muchas cosas. Su trabajo, además, es solucionar problemas. Se va de casa por la mañana con su bicicleta y vuelve por la noche, pero cuando hay nieve en el suelo va andando. Cuando vuelve, dice que tengo que hacer deberes. Me coge con sus brazos y me tira por el suelo para que ruede mientras se ríe y dice que me voy a enterar. Entonces me da vueltas por el aire y es muy guay. Al final, hago como el Hombre Araña y le doy una patada en el cuello y él me suelta y dice que ya está bien, mientras tose mucho y se coge el cuello. Eso es que se ha cansado de jugar.

Mientras mis papás trabajan, y mis hermanas están en un colegio, yo voy a una guardería, porque aún soy pequeño para ir al colegio. A mi guardería va Hans, que es muy pequeñito. También va Mirón. También va Yasha. Yasha es vecino mío y a veces viene a jugar a casa conmigo. Yo también he ido a la suya. Su papá tiene una moto muy grande y un día nos dejó montar. Fue muy guay.

Y a la guardería también va Jun-Zhe. Jun-Zhe es de muy lejos. Su país se llama Taiwán. Cuando llegó, no hablaba ruso y nos pegaba a todos. La profesora decía que era para expresarse, porque no sabía hablar. Ahora ya habla ruso, pero nos sigue pegando. Jun-Zhe es mi mejor amigo. Cuando lo invite a mi cumpleaños quiero que luche con mi papá, a ver quién es más fuerte. Creo que será más fuerte Jun-Zhe. Mi padre dice que, cuando luchen, lo cogerá en el aire. Le diré a Jun-Zhe lo de la patada en el cuello, a ver cómo le sale a él.

Cuando no voy a la guardería, es porque mis papás no trabajan y porque mis hermanas no tienen colegio. Eso pasa dos días, y luego vuelvo a ir a la guardería. Siempre es lo mismo.

Esos dos días no voy a la guardería, pero hago muchas cosas. Voy a contar qué es lo que hago en esos dos días, porque lo que hago todos los días es lo de siempre. Ya lo he contado.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Juzgando el soborno (II)

Un par de años después de los incidentes descritos en la entrada anterior, por el aeropuerto de Domodiédovo, ya glosado algunas veces en estas pantallas, un buen 24 de agosto de 2004, aparecieron cuatro personas procedentes de un vuelo con origen en Majachkalá. Majachkalá es la capital de Daguestán, uno de los miembros constituyentes de la Federación Rusa, y sus habitantes son predominantemente musulmanes.

De las cuatro personas que aparecieron, todas ellas chechenas, dos eran hombres y dos mujeres. Como sabéis todos los que habéis pasado por un aeropuerto después de septiembre de 2001, en los controles de seguridad te registran de manera bastante concienzuda. Sin embargo, y a pesar de que los dos hombres eran del clan de los barbudos, y las dos mujeres no eran precisamente rubias y de ojos azules ni vestían como Madonna, el capitán de milicia de servicio en el aeropuerto los dejó salir de allí sin revisarlos.

Los que en aquel tiempo llevábamos barba o simplemente íbamos mal afeitados sabemos que, por entonces, los milicianos parecía que estuvieran a sueldo de Gillete o de Wilkinson: barbudo que veían, documentación que le pedían, por cierto con toda la prepotencia y los malos modales de que se acusa a la Guardia Civil española. Que aquellos cuatro pollos salieran impunemente del control policial era tan insólito como abrir una charcutería en La Meca. Algo, posiblemente papel moneda con una cifra impresa, debió convencer al miliciano de la procedencia de hacer una excepción con aquellas personas.

Los dos hombres salieron del aeropuerto en dirección a no se sabe dónde, mientras que las mujeres, que atendían nada menos que por Amanat Nagáyeva y Satsita Dzhebirjánova, se dirigieron a una especie de "conseguidor", por nombre Armén Arutiunián, casi con seguridad armenio, que les consiguió sendos billetes para los vuelos que se dirigían a Sochi y a Volgogrado.

Para entonces, las dos mujeres eran con total seguridad una especie de bomba ambulante y, desde luego, un peligro público. Eso sí, aún les quedaba el control de seguridad previo a subir al avión. A una de ellas, que se dirigía a Volgogrado (aunque seguramente a estas alturas el destino ya daba lo mismo) parece que le ayudó a eludir este engorroso trámite el propio Arutiunián, que al final se embolsó cinco mil rublos por sus desvelos. En cuanto al vuelo de Sochi, la chechena de turno contó con la comprensión del encargado de seguridad de la línea aérea, Nikolai Korenkov, ruso por los cuatro costados. La comprensión de Korenkov le salió a la señora enlutada por mil rublos.

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Es cierto que la policía española, tanto la de tráfico como la ordinaria, tiene unos ramalazos de prepotencia y malos modales que no le granjean la simpatía de nadie. Pero prefiero su prepotencia antes que el pito del sereno en que se ha convertido la seguridad en Rusia, en que el tráfico es un caos, no hay más accidentes porque Dios no quiere y la gente sabe que la responsabilidad por sus actos, muchas veces, se va a ver limitada a la recompensa que estén dispuestos a acordar con el miliciano de turno.

Que, además, también puede ser prepotente.

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En cuanto a lo que pasó con los vuelos y con sus ocupantes, el resto es fácil suponerlo. El que albergue dudas puede echar un vistazo a la foto que ilustra esta entrada.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Juzgando el soborno (I)

Hace ya unas cuantas entradas, Andriey respondió a un comentario quejándose (hasta cierto punto con razón, aunque a mí siempre me han tratado bastante bien) de la actitud prepotente de la policía de tráfico española y justificando, o así lo veo, el uso de pequeñas recompensas a los agentes de la autoridad.

En relación con todo esto, me viene a la cabeza un antiguo conocido, estadounidense él, que dirigía en Moscú una empresa de transportes. Como todo el que tiene algo que ver con el mundillo sabe, el ramo del transporte en Rusia tiene un alto componente de contacto con la milicia, lo cual deja al transportista con dos opciones básicas: ganarse el ánimo de los milicianos y todo tipo de inspectores con dádivas periódicas o desaparecer y dedicarse a otra cosa.

El estadounidense no desapareció, sino que durante bastantes años, con su socio ruso, estuvo trabajando con su empresa con el régimen alternativo a la desaparición. Con el tiempo, decidió que ya tenía bastante de Rusia y se volvió a su Nueva York natal, donde seguía dedicado al transporte. Yo ya no volví a tener contacto con él, pero los que sí lo tenían me decían que lo estaba pasando mal, porque se dio cuenta de que en Nueva York el sistema de ganarse a los policías no funcionaba, y que se estaba viendo obligado a cumplir las normas, cosa que le estaba resultando muy difícil. Pobre.

Podría pensarse que ahí hay una ventaja que justificaría el hecho de mitigar la aplicación de normas muchas veces exageradas o improcedentes. Un par de billetitos por aquí, y nos ahorramos un montón de dolores de cabeza.

Claro que hay alguna objeción a esta postura. Lo cual me trae a la cabeza otra historia.

El 23 de octubre de 2002, cuarenta terroristas chechenos, armados hasta los dientes y entre los que había un nutrido grupo de "viudas negras" forradas de explosivos, se las ingeniaron para atravesar Moscú de cabo a rabo hasta el mismísimo centro, con una camioneta cargada de gente más sospechosa que un collar de diamantes de cincuenta céntimos, ocupar un teatro que estaba lleno hasta la bandera, secuestrar a tropecientas personas, minar el teatro de arriba a abajo y tener tres días en jaque a toda Rusia en general, al vecindario del teatro (servidor incluido) en particular, y a los rehenes en más particular todavía.

Como Putin no es Zapatero, ni el teatro era el Alakrana, el secuestro se solucionó a los tres días y no precisamente cediendo a los deseos de los secuestradores: tras el asalto no quedó ni uno, aunque, eso sí, de paso se envenenó a casi todos los rehenes, pero al menos pudieron vivir para contarlo. En España, los tertulianos sabelotodo criticaron mucho a Putin, pero eso era porque estaban a cuatro mil kilómetros de los explosivos; si hubieran estado a trescientos metros, como yo, posiblemente hubieran visto las cosas de otra manera.

En aquel tiempo, en que había controles policiales en todos los accesos a Moscú, que una camioneta cargada de explosivos y de terroristas vestidas de negro pasara impunemente hasta el mismísimo centro hubiera debido ser más insólito que María Jiménez hablando euskera. Sin embargo, desde el momento en que el conductor podía convencer con quinientos rublos al miliciano de que les dejara en paz y fuera a inspeccionar otra camioneta, el camino de los terroristas hasta el teatro quedaba despejado por completo.

Pero quizá no. Con tanto atasco y follón como ya entonces había en Moscú, bien podría ser que la furgoneta terrorista hubiera esquivado los controles, con lo que la culpa no sería de la corrupción, sino del azar.

Para evitar esta eventualidad, voy a rebuscar otro caso en que el azar no tuvo nada que ver. Pero eso será luego, que ahora se hace tarde.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Adviento

El domingo pasado comenzó el adviento, que es, como todos sabéis, o deberíais saber, el período de preparación para la Navidad. Los católicos lo hacemos durar los cuatro domingos anteriores a la Navidad, y en ese tiempo nos dedicamos a prepararnos para celebrar la venida del Señor. El Corte Inglés, por su parte, se dedica a vender cosas a troche y moche y a poner villancicos un tantico hipócritas en sus tiendas hasta pasado Reyes, en que desaparecen los villancicos y los precios bajan.

Los ortodoxos son bastante más cañeros que nosotros. Tienen la gran suerte de que, en Rusia, no se ha instalado El Corte Inglés, ni tienen la locura consumista de dar regalos el 25 de diciembre y el 6 de enero, como padecemos en España, así que pueden concentrarse en lo suyo. Y lo suyo es ayunar.

El adviento ruso, más conocido como "ayuno de Navidad" o "ayuno de San Felipe" (en la foto), comenzó el 28 de noviembre y, de manera simbólica, dura cuarenta días, esto es, bastante más que el nuestro. Con algunas interrupciones, no muy distintas a las que tienen durante nuestra cuaresma, dura hasta el 6 de enero, que en la Iglesia Ortodoxa es la víspera de Navidad.

Vamos, que mientras los católicos estaremos poniéndonos morados de turrón el 24 de diciembre, los ortodoxos rusos consecuentes estarán en pleno ayuno. De carne, ni mirarla. Además, los lunes, miércoles y viernes tampoco se puede comer pescado, vino ni aceite (el 25 de diciembre "católico" caerá en viernes, así que nosotros estaremos en plena comida de Navidad y ellos comerán alforfón y gracias), y sólo por la tarde se puede comer algo. Los demás días (martes, jueves, sábados y domingos), los ortodoxos pueden comer y ¡oooooh, hasta aliñar! los manjares con aceite vegetal, ahí es nada.

El pescado se permite los sábados, los domingos, las fiestas religiosas y los días de grandes santos si caen en martes o jueves. Si no, ni pum. Si caen en miércoles o viernes, pues se quedan sin pescado, pero al menos pueden beber vino y aliñar la comida. Algo es algo.

Al final, o sea, entre el 2 y el 6 de enero, la cosa se pone más intensa. Ahí no hay pescado que valga, así sea sábado o domingo.

Obviamente, todo este ayuno y abstinencia tiene un sentido, que no consiste precisamente en conservar la línea ni en jorobarse porque sí, sino en ligarlo a la limosna y en ejercitarse para luchar contra el pecado, y aquí llega la pregunta de por qué los ortodoxos se lo montan de esta manera, mientras que los católicos nos conformamos con poner velitas en la corona de adviento y con cantar villancicos.

Pues el caso es que los católicos teníamos también un ayuno, además muy parecido al de los ortodoxos, hasta que la regla se fue perdiendo y hoy sólo subsiste en las iglesias católicas orientales.

No sé si sería cuestión de recuperarlo. El aviso, al menos, me llegó el domingo pasado, cuando me sentó mal una sopa infernal, me pasé la tarde devolviendo y ya llevo unos cuantos días mirando muy bien lo que como. Y, oye, se siente uno mucho mejor. Al final del período habrá que hacer balance, además de limosna.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

El gafe

La entrada sobre la caída del muro, sin comerlo ni beberlo, se ha convertido en un debate sobre el último jefazo de la URSS, que es ese señor de la foto, poseedor de la mancha de chocolate más famosa sobre la Tierra. Se trata de Gorbachov, Mijaíl Sergeevich, sobre el que, parodiando los tebeos de Asterix, las opiniones están divididas: en el extranjero opinan que es genial, mientras que en Rusia no quieren verlo ni en pintura.

Entre los comentaristas de esta bitácora, en cambio, las opiniones están mucho menos divididas, con una práctica totalidad que comparte la opinión de los rusos sobre él. Entresaco citas alusivas procedentes de la mencionada entrada:

Flamenquito, antes de dar otro portazo unos comentarios después, opinaba lo siguiente: El gorbachov tipo despreciable donde los haya, megalómano, judas, en fin, de lo peor. El Gorbachov un marxista de primera categoría, pero no carlmarxita sino grouchomarxista, de los de: "estos son mis principios si no les gusta (si no me vienen bien pa lo mío) tengo otros". Pero socialista/comunista este no lo ha sido en su buena vida. Y mucho menos leninista.

Bruno, ingeniero profesional, destacaba que la unica renovacion que trajo este funesto personaje a la URSS fue bajarle los pantalones al resto del mundo.

Francisco, que llegó unos días más tarde, era más categórico: fueran cuales fueran sus intenciones, fue un auténtico necio.

Mi opinión se acerca mucho a la de Francisco, además de, como ya dije, a la de Egon Krenz, pero añadiré algo: Gorbachov era gafe, y posiblemente lo sigue siendo. Le dejan una superpotencia con algún problema y consigue deshacer la superpotencia en quince cachos en el tiempo récord de siete años; es secretario general de uno de los partidos más poderosos del mundo, y en pocos años el partido que preside no es que pierda las elecciones, es que es directamente prohibido; funda otro partido político para presentarse a las elecciones, no saca ni el 1% de los votos, y unos años después lo disuelven igualmente; y ojo con este tío, porque ahora está en plan panteísta y buenrollista, con la odiosa Carta de la Tierra, en la ONU le hacen caso a él y a su fundación, y es capaz de destruir la humanidad enterita como Dios le dé muchos años más de vida. Que alguien lo pare.

En Rusia no lo pueden ver por una razón bastante sencilla: porque lo asocian con el hambre. Gorbachov era un orador mucho mejor que sus inmediatos predecesores y podía conectar bastante bien con el pueblo prometiendo no se sabe muy bien qué, pero le faltaba la habilidad que sí que tuvieron primero Yeltsin y después, en mucha mayor medida, Putin: la habilidad de echar a otros la culpa de los males del país y resultar creíble. Además, los males del país, en su época, eran de lo más básico: no había comida en las tiendas. El colapso económico de la URSS también fue el colapso de todos los sistemas de distribución y de buena parte de la producción. Aquello no iba. Todavía a principios de 1994, cuando aparecí por aquí por primera vez, tuve que hacer colas para comprar lo que hubiera para comer. Literalmente, lo que hubiera. Por suerte no eran pimientos, que me sientan mal.

Las otras posibles razones por las que Gorbachov es detestado en su propio país es porque eso de cargártelo es bastante desagradable. En 1985, la URSS era un bicho monstruoso a la que pertenecía media Europa, que se las tenía tiesas con los gringos y que realizaba avances en su guerra contra el capitalismo en el sudeste asiático, en Afganistán, en Oriente Medio y entre los negritos del África Tropical. Sus habitantes vivían bastante peor que en Occidente, pero ellos no lo sabían, y claro, ojos que no ven... En 1991, en cambio, sólo seis años después, la URSS estaba en plena desbandada: no sólo se le habían escapado sus satélites europeos, sino que había hecho el ridículo en Afganistán, los negritos del África Tropical iban por su cuenta, y no sólo ellos: su propio país se cuarteaba a ojos vistas hasta desaparecer a final de año. Y es lo que tiene la cosa. A los rusos no les gustan los líderes que les conducen a la decadencia en la que, se quiera o no, están ahora. Bueno, ni a los rusos ni a nadie, que los españoles tampoco es que nos deshagamos en alabanzas de Fernando VII o de Carlos II, por poner dos casos.

Por lo que a mí me parece, Gorbachov es un señor enormemente sobrevalorado fuera de Rusia, que todavía sabe hablar sin decir nada, como buen político que debe seguir siendo, muy hábil en cambiar de chaqueta (de comunista a nada, de nada a socialdemócrata, de socialdemócrata a ya-veremos-qué; de ateo a algo así como cristiano, de eso a panteísta, de panteísta a de donde sople el viento) y totalmente inútil a la hora de arremangarse y hacer cosas diferentes a abrir la boca. Sus partidarios deben ser los lectores de su periódico (Novaya Gazeta) y, por supuesto, el Moscow Times, siempre atento a afoyar, como diría ZP, cualquier acción opositora buenrollista, liberal, mundialista y guay del Paraguay. En particular, en España yo creo que nos trae bastante sin cuidado a todos, salvo algún caso excepcional, que es bien conocido y no voy a enlazar, de partidario ferviente que realmente cree que es un buen tipo y un figura con buenas intenciones.

De las que, como todos sabemos, el infierno está lleno.