viernes, 30 de octubre de 2009

Prensa escrita (I): Rossiyskaya Gazeta

Para juzgar el sesgo de los distintos diarios, vamos a tratar de ver una noticia que apareció en todos, cosa que es menos fácil de lo que parece. Uno de los sesgos posibles, por otra parte, es la propia selección de noticias, pero de momento no vamos a hilar tan fino.

Veamos. Como salió en una reciente entrada, las elecciones municipales en Moscú fueron un tongo bastante descarado que terminó con más del 90% de los concejales en manos del partido (perdón, del Partido) gobernante, Rusia Unida, con un porcentaje de votos digno de las elecciones en Turkmenistán. Excepto tres concejales comunistas, los demás partidos fueron barridos, siendo especialmente destacable, aparte del mal resultado del LDPR (y eso porque todo lo que rodea al LDPR es destacable), el hecho de que desapariciera la hasta entonces existente representación municipal del Yabloko, un partido de oposición que podríamos llamar liberal, o socialdemócrata, o algo así.

Ello es tanto más curioso cuanto que en el distrito en que votaba su candidato y presidente Mitrojin, junto con toda su familia y sus vecinos, el Yabloko no obtuvo ni un sólo voto en el recuento final, cosa que a Mitrojin, que aseguró que había votado por sí mismo, le pareció feo.

Además de Mitrojin, que al fin y al cabo es el líder de un reducido partido extraparlamentario y que, de no cambiar muchísimo las cosas, seguirá siendo pequeño y extraparlamentario per saecula, se mosquearon los líderes de los tres partidos parlamentarios, el comunista Ziuganov, el liberal-demócrata (habrá que llamarlo así) Zhirinovsky, y el vaya-usted-a-saber-qué Mirónov, líder de Rusia Justa. Sus grupos parlamentarios abandonaron estrepitosamente la Duma, aunque volvieron pocos días después para una sesión plenaria. Protestar, sí, pero sin pasarse, porque, si te pasas, te conviertes en un partido a la altura de Yabloko y surge otro en tu lugar, y está demostrado que el Kremlin y sus títeres de la Comisión Electoral Central tienen medios para hacer surgir -y para hacer desaparecer- partidos políticos.

El sábado pasado, el presidente Medvedev se reunió con los tres políticos citados, además de con el jefe del grupo parlamentario de Rusia Unida, en su residencia. Ésa es la noticia que vamos a ver:

Empezamos con Rossiyskaya Gazeta. Como ya escribí, las páginas de la Rossiyskaya Gazeta son amarillas hasta extremos inimaginables en un país con libertad de prensa, como digno continuador que es de la tradición de diarios como el "Völkischer Beobachter", "Pravda" o "Granma". En realidad, es el órgano oficial del gobierno ruso, y donde se producen las publicaciones oficiales de normas centrales, algo así como si el BOE español, además de recoger las normas que se publican cada día, tuviera artículos de noticias y opinión como los demás periódicos. Eso ocurría efectivamente hace tiempo, pero ya va para bastante que no es así.

En Rusia, sí, y de esta forma tenemos un medio de información como la Rossiyskaya Gazeta, para la que Rusia es el bastión espiritual de Oriente. O de Occidente, según desde donde se mire. Rusia mola, Rusia va bien, y está dirigida por líderes benéficos que no miran más que por el bien del pueblo y están dispuestos a sacrificar todo su bienestar y su vida en aras del progreso de Rusia y de su pueblo.

Sin embargo, la realidad es tozuda, y es evidente que Rusia no va bien, que hay unas bolsas de pobreza brutales, que la corrupción campa por sus respetos y que, en fin, siendo suaves, la situación es mejorable ¿Qué puede hacer el periodismo soberano de RG en tal tesitura?

La función de Rossiyskaya Gazeta en todo este embrollo es la de buscar culpables de los males que aquejan a Rusia. Como culpables, queda excluido el presidente Medvedev. El presidente no tiene la culpa de nada de lo que pasa en el país (de lo malo, claro). Además, desde que Putin es Primer Ministro, también hay otro puesto libre de toda culpa: precisamente, el de Primer Ministro.

Antes, hay que decirlo, no era así. Con Yeltsin, el Primer Ministro tenía la función de chivo expiatorio cuando los desmanes llegaban demasiado lejos y podían salpicar al presidente. Ahora, Putin no es culpable ni chivo expiatorio de nadie, y por eso RG omite pudorosamente cualquier referencia al respecto. Para expiar culpas hay otra gente.

Las culpa de los males del país, por tanto, las tienen otros: según el caso, se trata de los americanos, los chinos, los polacos, el ministro Fulanito, el gobernador Menganito y, casi siempre, los funcionarios.

Lo de los funcionarios es de chiste. Durante un montón de tiempo, Rossiyskaya Gazeta, cuando algo iba mal o no funcionaba, se ha estado dedicando a dar caña a los funcionarios, llamándolos de todo menos bonitos, mientras por otra parte, cuando algo iba bien (y, si algo va bien, Rossiyskaya Gazeta es la primera en reconocerlo, no faltaría más), también destacaba a los servidores públicos. Semejante esquizofrenia no es extraña en un periódico cuya plantilla, al fin y al cabo, está compuesta por funcionarios.

Pasando al artículo, su versión original está aquí. Como los artículos de RG son un rollo macabeo e interminable, sólo traduciré los primeros párrafos, que ya dan una idea del asuntillo.

El presidente puso punto final al acta electoral

Dmitri Medvedev: "En líneas generales, las elecciones estuvieron bien organizadas."

El presidente mantuvo una reunión con los líderes de los cuatro grupos parlamentarios y escuchó su opinión sobre las elecciones.

El presidente Dmitri Medvedev no aprobó los métodos de lucha de la oposición parlamentaria y dio a entender que, si los descontentos quieren protestar contra los resultados de las elecciones, deben dirigirse no al Jefe del Estado, sino a los tribunales.

El sábado, Dmitri Medvedev mantuvo una reunión con representantes de los cuatro partidos parlamentarios. La conversación no se presentaba sencilla, pues, tras las elecciones del 11 de octubre, toda la oposición parlamentaria, descontenta con el transcurso y los resultados de las elecciones, estaba ansiosa por reunirse con el presidente.

El Kremlin no se sometió a la presión opositora. Inmediatamente dieron a entender que en ningún caso se iban a reunir bajo presión de nadie. Lo único que sucedió fue que no se había planeado una reunión con los partidos hasta el 27 de octubre, pero posteriormente la adelantaron unos cuantos días. Con todo, la reunión tenía una carácter exclusivamente ordinario, pues Dmitri Medvedev ha adoptado la norma de conversar con los líderes de los grupos parlamentarios. Es por ello que, a la misma mesa que los descontentos comunistas, liberal-democratas y errejotistas
(los de Rusia Justa, vaya, que ni RG sabe a qué ideología adscribirlos), estaban sentados los representantes de Rusia Unida, que están totalmente satisfechos con las elecciones.

El artículo sigue, pero los párrafos precedentes dan una idea de qué va esto.

En la próxima entrega, que ya veremos cuándo será, le tocará el turno a la quintaesencia del periodismo ruso, al periódico "de toda la vida", a la flor y nata de las crónicas parlamentarias.

En resumidas cuentas, le tocará el turno a "Izvestia".

miércoles, 28 de octubre de 2009

Prensa

Hace muuuchas entradas ya, Fernando preguntó por mi opinión sobre distintos periódicos rusos. Claro, hay algunos medios sobre los que apenas puedo opinar, porque no los sigo, pero hay bastantes periódicos rusos que he hojeado al menos de vez en cuando.

Lo primero que hay que decir es que, al igual que en España, los periódicos tienen ideología, tendencia, o lo que sea. Por eso, bien puede decirse algo así como "dime qué periódico tienes en la mano y te diré quién eres". Si en España te pillan con El País, lo más probable es que seas un sociata descreído con cierto nivel y el bolsillo aceptablemente lleno; si tienes Público bajo el brazo, eres un sociata de menor nivel y con el bolsillo mucho menos lleno; si tienes El Mundo, la gente pensará que eres un pepero del sector comecuras descreído; si tienes el ABC, dirán que eres pepero, pero del sector establishment; si tienes La Razón, entonces seguro que eres de derechas y probablemente votas a los peperos, aunque no te gusten, pero ¿qué vas a hacer? Y luego está toda la prensa regional española. Si en Valencia, que es de lo que sé algo, lees Las Provincias probablemente eres pepero, y no es lo mismo que si lees el Levante, porque entonces va a ser que eres sociata o bloquero.

Vamos, de hecho, yo lo paso fatal en los aviones de Iberia, y no sólo por la tortura que supone embutirse en el asiento, sino que, cuando pasa la azafata con la prensa, ¿qué hago? Suelo pillar el ABC, porque es de tamaño algo más pequeño y cabe mejor en el estrecho espacio que la compañía aérea me tiene destinado, pero me molesta que el vecino de asiento piense que soy pepero; alguna vez, para variar, he pillado El País, porque los pasatiempos están muy bien y la columna de ajedrez de Leontxo me gusta más que el problema de Visier del ABC, pero luego he visto que el vecino de asiento, que ha pillado El Mundo, me mira con desprecio, como si fuera un sociata irrendento. Y, claro, es que Iberia sigue sin repartir "El Siglo Futuro".

Pues en Rusia pasa más o menos lo mismo. Sólo que en Rusia es muy difícil pensar en términos izquierda-derecha. La única posibilidad es encontrar periódicos afectos al Gobierno, frente a los más o menos críticos al Gobierno.

A lo largo de esta serie, va a tocar analizar una serie de panfletos locales, comenzando por el que dicen que tiene más tirada, la "Rossiyskaya Gazeta", y siguiendo por "MK", "Izvestia", "Komsomolskaya Pravda", "Kommersant" y no sé si al final volver a referirme al nunca suficientemente denostado "Moscow Times", pero sí al semanario que guio mis pasos durante mis primeros tiempos en Moscú y que no es otro que el "Argumenty i Fakty". Hay más, de hecho hay muchísimos más, pero tampoco quiero cebarme demasiado con la prensa, porque hay tantísima que eso ya sería objeto de una bitácora aparte. Tampoco voy a hablar de la prensa regional, lo cual también es lástima, porque tiene su enjundia y resulta mucho más nostálgica que la moscovita, pero en la capital no tenemos fácil acceso a ella ni, la verdad, nos interesa demasiado.

Y, finalmente, de momento tampoco voy a meteme con la prensa de internet. Todo el mundo dice que la prensa de papel decae constantemente en favor de las publicaciones de internet y, siendo esta bitácora una publicación de internet, debería estar de acuerdo, pero Rusia es grande y de alguna manera sigue pesando el hecho de que durante muchos años fuera poco menos que obligatorio para quien quisiera ser alguien saber de qué hablaba la edición del día de Pravda, así que la prensa escrita sigue pujante, quizá menos que en su período dorado entre la perestroika y la llegada al poder de Putin, pero creo que todavía lejos de su hundimiento.

Así que, en alguna de las siguientes entradas, trataré del primero de los medios mencionados: la "Rossiyskaya Gazeta", cuyas páginas se ponen amarillas no después de varios meses, como las páginas normales, sino desde el mismo momento en que salen de la imprenta.

lunes, 26 de octubre de 2009

Elecciones municipales

El pasado 11 de octubre hubo elecciones municipales en Moscú, en las que se elegía a, como diríamos en España, los concejales de la ciudad. No se elige al alcalde, porque, en Moscú, al alcalde lo elige un cuerpo electoral reducido. Tan reducido como que lo forma una sola persona: el presidente Medvedev. Conozco a bastantes moscovitas que creen que deciden ellos quién debe ser el alcalde y se quedan muy sorprendidos cuando les digo que en realidad no es así. Ya tiene bemoles que tenga que ser el guiri el que les cuente cuál es su sistema político y cómo ha evolucionado últimamente la normativa hasta dejar la urna electoral convertida en algo mucho menos útil que una papelera. Los más, directamente, no acaban de creérselo (es lo que tiene ser guiri).

En estas circunstancias, la importancia de las elecciones locales (y de las elecciones en general) es muy relativa. De hecho, prácticamente no sirven para nada y hay mucha gente que, si no lo sabe, por lo menos lo barrunta, así que la participación es lamentable.

Aún así, hay partidos políticos que se lo han tomado con ilusión. De entre todos ellos, a los lectores de esta bitácora no les sorprenderá que escoja al LDPR, o Partido Liberal Democrático de Rusia, que me cae muy simpático. Es una de esas simpatías que no tienen mucho sentido, porque ni soy liberal, ni demócrata, al menos en el uso más común de esta palabra tan desgastada, ni ruso, pero, ¡qué le voy a hacer! De manera inexplicable me cae bien, y probablemente ello pasa por los buenos ratos que me hace pasar su líder (el de la foto, el incombustible Vladímir Zhirinovsky) en sus apariciones y discursos, en los que suelta verdades como puños que luego están, por desgracia, alejadísimas de su práctica. Porque luego, a la hora de la verdad, el LDPR suele venderse por un plato de lentejas. Y no muy colmado.

Su lema electoral es claro: "Sólo LDPR... o sigue aguantando." Y a continuación traduzco el vibrante texto de su pasquín.

Queridos moscovitas:

En nuestra capital hay caminos por los cuales no se llega nunca al destino, agua que no se puede beber y aire que no se puede respirar.

Moscú se ha convertido un apart-hotel de cinco estrellas para oligarcas petroleros y empresarios extranjeros, para niños de papá y call-girls. Para ellos se abren supermercados caros, y se reconstruye el centro histórico a base de dúplex. La calle Ostozhenka, tan querida por los moscovitas, ha sido convertida en una milla de oro para ricachones. Están expulsando del centro a los moscovitas de pura cepa. Las villas tradicionales se ven destruidas y reconstruidas sin el menor reparo. La Moscú capitalina, de piedra blanca, se transforma sistemáticamente en una febril megapolis. Nadie pregunta a los moscovitas si quieren vivir en una ciudad así.

El LDPR se presenta a la Duma municipal para devolver Moscú a sus habitantes. A los que aman a su ciudad. A los que con su trabajo la hacen irrepetible, llena de talento, hospitalaria. En la capital no deben llorar mendigos ancianos en los pasos subterráneos. Los niños moscovitas deben recibir una educación de calidad y gratuita. El moscovita no debe temer que pongan una bomba en el metro, o que le aceche en su portal un ladrón o un violador, o que un perro vagabundo muerda a un niño en la calle ¡No debe haber sitio en nuestra ciudad para los delincuentes, ladrones, asesinos o violadores! Ni debe haber sitio en los mercados moscovitas para los acaparadores.

Moscú es para los moscovitas, porque con sus esfuerzos se construyó y con sus esfuerzos mejorará. En la Duma municipal, el LDPR va a ayudar a los habitantes de Moscú a hacer la ciudad más hermosa y más confortable para vivir. Y en Moscú no habrá malas carreteras, ni agua podrida, ni aire sucio, ni funcionarios deshonestos.

Vladímir Zhirinovsky


Llegado el recuento electoral, al partido gobernante "Rusia Unida" no le ha temblado la mano. 32 de los 35 concejales se los han quedado ellos, mientras que los tres restantes han ido a los comunistas. Uno puede creerse que Rusia Unida fuera a ganar las elecciones, pero lo de rozar el 70% de los votos no es verdad ni de coña. Los otros partidos, LDPR incluido, han protestado enérgicamente y han seguido una política de escaños vacíos en el Parlamento estatal, pero su energía se disipó al tercer día: el 16 de octubre el LDPR ya estaba de vuelta en la Duma; los comunistas llegaron poco después.

Lo dicho, en sus discursos podrán soltar verdades como puños (en el de ahí arriba hay unas cuantas), pero, a la hora de la verdad, parece que se les vaya la energía por la boca. Pues nada: "LDPR... y a seguir aguantando."

viernes, 23 de octubre de 2009

Crimen y Castigo (II)

- ¿Qué le pasa a ese señor?

La pregunta me la hizo la persona a la que íbamos a visitar, y con quien estábamos comiendo. Se refería a Iván.

- Mmmm... posiblemente ha tomado algo que le ha sentado mal.
- ¿Ah, sí?

Iván conservaba el aspecto desaliñado del episodio anterior; además, su cabeza, torcida, descansaba sobre su hombro derecho, con la boca entreabierta, y hasta me pareció que le caía la baba por la comisura del labio. Para estar, técnicamente, trabajando, su pinta era de patética a directamente desastrosa. De vez en cuando, regresaba de su estado de semiinconsciencia y levantaba la cabeza, sólo para regresar rápidamente a su sopor anterior.

- Sí. Y, además, habrá dormido poco, seguro.
- Eso parece.
- Ah, por cierto...
- ¿Sí?
- No tendremos vodka en toda la comida, ¿verdad?
- Hombre, ¿vodka?, pues no.
- Además, ¿qué tal si le decimos a los camareros que no dejen las botellas de vino encima de la mesa?
- Creo que voy entendiendo por dónde van los tiros.
- Eso es... que los camareros sirvan vino de vez en cuando, pero sin dejar las botellas sobre la mesa. Vaya, por si acaso.
- Bueno, ahora se lo diremos, cuando se acerquen.
- Si no, luego, todo son líos.

Los camareros fueron trayendo los entremeses y recogiendo los pedidos para el segundo plato. Quien más quien menos fue diciendo si quería carne o pescado.

- Y ese señor, ¿qué va a comer?
- ¿Sabe qué? Tráigale pescado. A la plancha, para que sea más digestivo.
- Bueno. Total, se lo va a dejar igual.

Su vecino de mesa, a su debido tiempo, consiguió espabilarlo lo suficiente como para que probara algo. Después de los postres, conseguimos arrastrarlo hasta la sala vecina, donde estaban los cafés y una breve presentación de la empresa que íbamos a visitar. Iván se desplomó sobre la mesa tal cual llegó y se quedó con la cabeza entre los brazos cruzados todo el rato. Por lo menos, antes su vecino de mesa había logrado apartar su café.

Al final, conseguimos hacer reaccionar a Iván lo suficiente para que se arrastrara y lograra acompañarnos en nuestras visitas. Así, de paso, se aireaba, lo que, teniendo en cuenta el olor que desprendía, que no era precisamente de santidad, no podía menos que mejorar el ambiente del grupo.

Acabando la visita, y después de haber respondido muchas preguntas interesantes del resto del grupo, aunque habiendo soportado alguna pregunta a cual más estúpida de Iván, que se estaba reanimando a medida que avanzaba el día y se acercaba la noche, volvimos a la recepción. Iván, resacoso al fin, tenía sus propias urgencias fisicas y se encaró con la recepcionista:

- Где у вас вода? (¿Dónde hay agua?)

La recepcionista se le quedó mirando aterrada, retrocedió unos centímetros y dijo tímidamente en un inglés muy bueno.

- Do you speak English?

Iván sólo alcanzó a decir:

- Water!

Al final le dieron lo que quería.

- ¿Pero este tío no era intérprete de inglés? - le pregunté al organizador.
- Sí, eso dijo ayer.
- Pues sí que se le ha olvidado rápido.

Y con esto lo dejo con una pequeña reflexión. Porque es lástima que, en un grupo razonablemente nutrido de rusos, casi siempre haya alguno empeñado en buscar los límites de su cuerpo y, una vez encontrados, sobrepasarlos ampliamente. Porque, de esta manera, el resto del grupo, que se divierte dentro de los límites y no olvida que, después de todo, se trata de trabajar y además lo hace, se queda rápidamente en el olvido; de lo que se acuerda la gente es del estrafalario que monta el espectáculo convirtiéndose en el actor principal. Luego se quejarán de que la imagen de Rusia está por los suelos, pero eso tiene mucho que ver con lo que sus representantes perpetran allá por donde van, ya desde dentro de los aviones. Y, por lo que hace a los aviones, ya lo hemos visto en más de una ocasión.

Pero ahora toca volver a Rusia a seguir con la campaña, que el invierno ya está cerca.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Prensa económica

Hemos llegado a tal punto, que el correo postal de toda la vida ya está completamente en desuso y, si uno recibe alguna carta, puede decirse con casi total seguridad que no es de un amigo suyo, sino de alguien que le quiere vender algo, del banco, o de la compañía de la luz. Yo aún recuerdo, no hace tantos años, cuando estudiaba en Alemania y miraba a mi casilla de correo con ansiedad para comprobar si alguien se había acordado de mí una semana antes y me había enviado unas líneas, y el alegrón que me llevaba cuando era así.

Ahora, la inmediatez del correo electrónico ha dejado para el postal las misivas más insulsas, con lo que no es de extrañar que lo miremos con desdén, pero he aquí que, incluso en esta situación, es posible entresacar algo de provecho.

Tomándome, probablemente, por quien no soy, un tal Anton Kapaev ha decidido enviarme una carta participándome la posibilidad de suscribirme a una prestigiosa publicación mensual, llamada "Generalny Direktor" (que, casi diría que obviamente, significa "Director general"), para gente que parte el bacalao o, al menos, que cree que lo parte. Vamos, como decían los geniales Luthiers, para gente que frecuenta el éxito como una costumbre más.

La revista en cuestión, contra lo que es habitual en las publicaciones rusas, que son por lo general bastante baratas, cuesta lo suyo. La suscripción de medio año sale por casi siete mil rublos, que, al cambio, son ciento sesenta eurazos. Cada número, y eso en régimen de suscripción, se planta en veinticinco euros largos.

A pesar de eso, estoy tentado de suscribirme. Y es que, en España, la prensa económica, no sé, "Cinco Días", "Negocio", y todos ésos, la verdad es que son bastante banales. No hay apenas sangre, y dan un montón de cosas por sabidas. No así en "Generalny Direktor", revista en que la formación de los astutos pero a veces incultos empresarios rusos es una prioridad. Y así, junto con la oferta de suscripción, han enviado un plan de publicaciones para los primeros meses de 2010 que, por lo menos, llama la atención en la forma como intentan llenar desde una perspectiva práctica las lagunas de formación del empresariado local. Y así, hay temas como, entre otros, los siguientes, que dicen mucho del clima de negocios (y del clima laboral) en este bendito país:

Cómo estimular a los trabajadores que desempeñan un trabajo mal pagado. (Entiendo que no se refieren a subirles el sueldo. Sería demasiado fácil)

Cómo motivar al personal cuando hay que retrasar el pago del salario. (Probablemente el artículo hará hincapié en que el director general no vaya al trabajo en su Lexus ni haga pasar por el taller al sumiller que le sirve el Petrus)

Cómo "conectar" radio macuto. (Supongo que es suficiente con pagarle a uno solo de los trabajadores los salarios atrasados para que empiece a chismorrear sobre las insidias de los desagradecidos que murmuran del jefe sólo por medio añito de nada de retraso en el pago del sueldo)

Qué hacer, si los trabajadores clave de la empresa se están yendo a la competencia y los clientes se van con ellos. (¿Matarlos?)

Qué hacer, si los oficiales de justicia no aprehenden a los deudores de uno ni confiscan sus cuentas bancarias. (Vaya por Dios, ahí hay uno que les ha sobornado más todavía...)

¿Va usted a comprar a un competidor en dificultades? Qué hay que comprobar para no comprar mal. (Toma curso de "due diligence" a la rusa. Lástima que el artículo no esté accesible, porque sería digno de leerse)

Cómo conservar a los trabajadores valiosos si no es posible pagarles el salario de mercado. (Ufff, prefiero no saberlo, pero creo que he de evitar que mi jefe lea este artículo si pretendo seguir ignorando los métodos que recomienda)

Maquinaciones en los contratos públicos: qué debe saber un Director General que quiere ganar un concurso con la administración. (Naaaada... un poco de plomo para los competidores y un poco de "mantequilla" para el que tome la decisión, y a cobrar.)

Qué hacer si el deudor de uno se declara en quiebra y se lleva los activos de la empresa. (Digo yo que, de momento, romperle las piernas, pero sin hacerle mucho daño. Luego, ya se verá.).

Qué hacer si los funcionarios son una pesadilla para el negocio. (Siempre se puede "estimular" a un funcionario de más rango. Ya se sabe que no hay mejor cuña que la de la misma madera)

Cómo solucionar un conflicto con la inspección tributaria sin llegar a juicio. (Hombre, ¡si los propios inspectores ya te dicen cuál es la "forma" de evitar molestos juicios! Es un poco difícil de justificar contablemente, pero bueno, después de todo son ellos mismos quienes tienen que revisarlo)

Qué cambios en la legislación tributaria entran en vigor en 2010 y, por ello, debe conocer el Director General. (Ninguno. Si el director ha asimilado bien el punto anterior, no hay problema.)


Después de leer ésta lista, creo que me voy a borrar de leer la prensa económica española. Me aburre.

lunes, 19 de octubre de 2009

Crimen y castigo (I)

La cena, como suele suceder en saraos semejantes, fue razonablemente copiosa y regada como es debido, con la inclusión de chupitos a voluntad al final de la misma. No parece sino que los anfitriones, al ver que los huéspedes son rusos, aumenten la cantidad de bebidas alcohólicas sobre la mesa con el fin de quedar lo mejor posible. Hay que reconocer que, en eso, aciertan de lleno.

A la salida, y teniendo en cuenta de que el día siguiente comenzaba con un madrugón y seguía con un programa bastante apretado, con viaje en tren incluido, lo prudente y profesional hubiera sido recogerse lo más pronto posible. Los tártaros fueron prudentes y profesionales, o estaban agotados después de sus distintas andanzas, y no tardaron en hacer mutis; yo acompañé a los más recalcitrantes al hotel y crucé la puerta del mismo, precedido de la mayoría del grupo, que mansamente se dirigió a sus respectivas habitaciones; pero, cuando me di la vuelta, descubrí que las tres personas que había detrás de mí ya no estaban. Vamos, era como si Madrid se los hubiera tragado.

***

A la mañana siguiente, dos de los tres estaban a primera hora en pie de guerra, al parecer sin haber sufrido daños de consideración la víspera. El tercero resultó un poco más difícil de revivir. Se trataba, precisamente, de Iván, que habíamos conocido en la entrada anterior como un hombre de negocios bien vestido, antiguo intérprete de inglés.

La persona que bajaba por las escaleras tras varias llamadas a su habitación y una visita de un compañero de juergas para asegurarse de que seguía vivo guardaba efectivamente un ligero parecido con Iván. Pero sólo ligero. Olía a rayos; su peinado, que la víspera era clásico y semejante al de un Madelman, ahora se parecía más bien al de Rod Stewart, pero en grasiento; su traje del día anterior no se sabía por donde andaba, aunque seguía vistiendo su chaqueta, sobre la que posiblemente había dormido, a juzgar por las arrugas que presentaba; los pantalones habían sido reemplazados por unos vaqueros descoloridos y los zapatos de marca ahora eran unas zapatillas de deportes a rayas verdes y naranjas que herían la vista, y probablemente también los pies. La corbata debía estar apelmazada en la maleta que arrastraba con dificultad. Físicamente tenía la cara hinchada y enrojecida, con una cicatriz, que hasta entonces no me había llamado la atención, en el pómulo izquierdo. Hacía media hora que intentábamos que bajara, y el tren sabíamos que no nos iba a esperar.

***

Llegamos por los pelos, con unos últimos metros a carrera limpia, empujando a los más rollizos del grupo. Al final, con el tren ya en marcha, me desplomé en mi asiento con un suspiro y me puse a relajarme un rato viendo la película (de la que ya escribiré otro día, por cierto). Iván estaba también por allí cerca, pero se le veía inquieto y conchabó a otros dos para pasearse por el tren... y quizá algo más, pero no quise enterarme.

***

De lo que sí me enteré, y conmigo todo el pasaje del tren, es de los rugidos que se escuchaban en el cuarto de baño de nuestro vagón un par de horas después, cuando ya estábamos a punto de llegar a nuestro destino y nos apelotonábamos con nuestras maletas, precisamente, junto a la puerta del baño. Los pasajeros se miraban entre sí preguntándose qué sonido sería aquél. Supongo que lo dedujeron cuando la puerta del baño se abrió y vieron salir a Iván, con la misma pinta y olor que quedaron descritos arriba y, eso sí, digo yo que algo más aliviado después del arrojo que había mostrado. Y lo de arrojo no va por haber sido valiente.

Bajamos del tren, y en la estación, mientras esperábamos que nos recogieran, todavía encontró Iván espacio suficiente como para apretarse una cerveza procedente del bar de la estación, supongo, porque yo no sé cómo conseguía tener casi siempre una cerveza en la mano. Parecía una prótesis inseparable del cuerpo, más que una botella. Si fuera la primera del día, podría pensarse que es lo en Rusia se conoce como "opojmélitsya", es decir, mitigar los efectos del resacón del quince con algo de alcohol; pero, por una parte, eso es algo que se hace con vodka, porque la cerveza apenas es una bebida alcohólica y, por otra, me da la impresión de que Iván ya se había pasado por la cafetería del tren, y no sólo para romper su ayuno.

***

En la fábrica que visitamos más adelante seguramente tardarán algún tiempo en olvidarse de Iván. Pero eso quedará para la siguiente, y última, entrada de la serie.

viernes, 16 de octubre de 2009

A la mesa

Durante el día siguiente, todo fue razonablemente bien hasta que llegó la hora de comer. Nuestro contacto en Madrid nos había prevenido una comida estupenda en un restaurante situado a las afueras de la ciudad y, por supuesto, ya que estábamos en España, en las mesas había vino.

Los comensales pasamos la comida conversando tranquilamente sobre todo lo divino y lo humano, probando el vino, pero sin cometer excesos y, en general, nutriéndonos a base de bien. Mi compañero de la derecha, un español expertísimo en Rusia, era quien había organizado el programa de viaje; el de la izquierda, a quien llamaremos Iván, era un ruso bien vestido, que hablaba con una voz extraña, como de un cheli con puntillo, y que, según decía, había sido intérprete de inglés antes de dedicarse a los negocios. Al fondo de la mesa, junto a los tártaros, se había sentado un representante, español, de la fábrica que íbamos a visitar después de comer. Lo llamaremos Julio.

Nos acercábamos a los postres cuando los camareros pusieron sobre la mesa cuatro botellas de vodka y vasitos para todos.

- Pero, ¿tú habías pedido esto? - le dije al organizador.
- ¿Yo? ¡Qué va! - me respondió.

Iván miró la botella que tenía más cerca y se dispuso a destaparla.

- Bueno, no sé si deberíamos - dijo otro de los comensales mientras acercaba el vasito a Iván.
- Es que nos están provocando - dijo el de los dos metros, acercando el vasito igualmente.
- Pero, ¿de dónde c*j*n*s ha salido esto? - decía yo.
- A ver - dijo el organizador a un camarero-. Yo no había encargado vodka.
- No, no - dijo el camarero-. Ha sido ese señor del fondo.

"La m*dr* que lo p*r**..."

- Sí, he sido yo - dijo Julio, que se había acercado-. Como son rusos y luego van a ver la fábrica, he pensado que estaría bien darles de beber un poco, así luego les parecerá bien todo lo que vean y se ablandarán.
- Todo podría ser...

Los tártaros se pusieron muy contentos. Bueno, y no sólo los tártaros. Iván, mi vecino de mesa, se sirvió él mismo, cosa que no veréis muchas veces, porque no es demasiado correcto. Los demás la verdad es que fueron entre moderados y directamente abstemios; Iván me ofreció llenarme el vasito, pero yo ya le había dicho al camarero que ni se molestase en ponérmelo, y el organizador había hecho lo propio. Ya digo que el organizador, persona muy avezada en Rusia (aunque no partidaria del vodka), sabía una cosa importante sobre los rusos: que a los rusos les gusta muchísimo empinar el codo, pero hay algo que les gusta más todavía.

Lo que realmente les gusta a los rusos es hacer empinar el codo a los demás. Y, si los demás son extranjeros, el placer que reciben es de orgásmico para arriba.

Así pues, los dos tártaros y sus inmediatos vecinos de mesa se pusieron a llenar el vasito a Julio y a hacerle beber. Julio se resistió, pero se resistió poco. Al primer amago de resistencia, se oían gritos de "¡nos ofendes!", aunque, claro, él no los entendía.

- ¿Qué me están diciendo? - preguntaba a lo lejos.
- Que, si no bebes, les ofendes.
- ¿Y qué hago?
- Hombre, tendrás que beber.
- ¿Sí?
- Sí.

Chupito que te crio.

Luego el tártaro bajito se levantó y pronunció un brindis a grito pelado encomiando la amistad entre los pueblos y alabando la hospitalidad del pueblo español, mientras los otros clientes del restaurante, que no entendían ni jota de qué hacía un energúmeno así berreando en mitad del salón, le miraban medio flipados.

- ¿Qué hago? - decía Julio.
- Tienes que beberte el vasito hasta el fondo.
- ¿Hasta el fondo?
- Sí.
- ¿Y si...?
- Si no, se ofenden.

A la salida del restaurante, varios chupitos y brindis después, los rusos, que no habían bebido mucho, y menos para sus posibilidades, estaban bien, pero el que estaba realmente bien era Julio, que estaba con la risa floja. Se subió en su coche y nos guio hasta la fábrica.

- Pero, ¿cómo va conduciendo? ¡Con todo lo que ha bebido! -decía uno de los rusos, sorprendido.
- Yo pensaba que se subiría en el autobús con nosotros -decía otro.
- Pero, tíos, ¡que los que le habéis llenado el vaso erais vosotros! -les dije yo, abriendo los brazos.

Por fortuna, en la fábrica había un compañero suyo que le sustituyó para dirigir la visita, mientras de vez en cuando miraba con extrañeza a Julio, al que yo iba apartando para que no se escuchara mucho lo que iba diciendo, mascullando o balbuciendo. Si no, luego, todo son líos.

Con esto acabó el día, y llegó la noche. Y la noche es peligrosa, pero, como se hace tarde, lo dejaremos para la próxima.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Tártaros

Durante el vuelo, no pasó nada demasiado raro, salvo que a uno de los rusos, que medía cerca de dos metros, no hubo manera de embutirlo en el zul... en el asiento que Iberia le había destinado. Con pena y trabajo pudimos sacarlo de allí, estirando lo que pudimos, y le metimos en un sitio cerca del pasillo donde, al menos, de lado cabía bastante bien. Cuando pasaba el carrito con la comida tenía que hacerse un ovillo en el asiento, pero el resto del tiempo lo pasó de manera aceptable, salvo por los improperios de los pasajeros que iban o venían del servicio, tropezaban con sus piernas y se creían que les estaba poniendo una zancadilla.

Otros dos miembros del grupo, aunque no eran demasiado altos, sí que estaban bastante rellenitos, con lo que hubieran necesitado asiento y medio, por lo menos, para colocarse con cierta comodidad. Embutidos en aquella jaula, pasaron el viaje lo mejor que pudieron.

En cuanto a los dos tártaros de la entrada anterior, que eran tirando a delgados y no muy altos, tuvieron el suficiente espacio entre ellos para empinar el codo con cierta holgura. De hecho, cuando salimos del avión, tenían ciertas dificultades para respetar la línea recta e iban entonando, o más bien desentonando, canciones patrióticas, algo así como "Rossiya velikaya straná" (Rusia es un gran país). Para quien sepa algo de Tatarstán, una región que en los primeros noventa era abiertamente separatista y se las daba muy poco menos que de país independiente, ver a aquellos dos pollos cantando eso era algo parecido a lo que en España sería un coro compuesto por Otegi y Carod-Rovira cantando el "Que viva España".

En cualquier caso, los tres rusos que habían sido torturados cruelmente en las celdillas-asiento de Iberia consiguieron al fin desentumecerse lo suficiente como para emprender la marcha hacia la salida, y los dos tártaros se calmaron lo suficiente como para seguirnos. Sin más novedades, llegamos al hotel, pero ahí llegó la cena, con vino a discreción. Lo que les faltaba a los tártaros, que, al poco tiempo, ya no estaban en condiciones de cantar, sino sólo de balbucir oscuramente algo apenas inteligible. No sé cómo se enteraron de que estaba teniendo lugar un acto de apoyo a la candidatura olímpica de Madrid, con concierto incluido, así que les señalé en un mapa dónde estaba el hotel y dónde la Cibeles, y allá que se dirigieron. Los demás nos fuimos a dormir.

Al día siguiente, los tíos estaban allí como unos machotes, a primera hora. Habían bajado a desayunar antes que yo.

- ¿Qué tal el concierto? - les pregunté.
- No llegamos - confesó uno.

En fin, quizá con su apoyo la candidatura de Madrid hubiera tenido mejor suerte. O no.

lunes, 12 de octubre de 2009

Viaje de negocios

La semana pasada, como ya había pasado en otras ocasiones, estuve en España acompañando a un grupo de rusos. La primera vez que apareció dicho fenómeno por esta bitácora se trataba de gente dedicada a la producción metalúrgica (aquí, y siguientes); la segunda, de unos cuantos técnicos y presentadores de televisión. En esta tercera ocasión, la mayoría de los trece participantes pertenecían al tantas veces denostado sector público ruso.

Cuando nos reunimos todos en la casilla de salida (la puerta de embarque del vuelo de Iberia), ya nos presentamos y nos pusimos cara. Como es usual en estos casos, al principio todos éramos un poco reservados, pero al final del viaje algunos era como si hubieran hecho la mili juntos. Todos parecían buena gente, quizá con alguna inclinación poco saludable alguno que otro, y por eso es lástima que en estas entradas no vaya a dedicarme al encomio de la mayoría de buenos, sino a la descripción de la minoría de... mmm, excéntricos. Pero es lo que tienen estas cosas: cuando en un cajón de naranjas hay dos de ellas podridas y de color verde moho, nadie se fija en que las demás sean excelentes, sino que desecha el cajón por culpa de las dos únicas malas. Así, en un grupo, quienes destacan son los peores, por mucho que no sean los más ni mucho menos.

En todo caso, el comienzo ya resultó un poco inquietante, cuando dos de los integrantes del grupo, que eran tártaros, se me acercaron.

- ¿Y cuánto dura el vuelo?
- Pues dura unas cinco horas -les respondí con la certeza del que ha perdido la cuenta de las veces que ha hecho el mismo vuelo.
- ¿Cinco? Nooo. En el billete pone que salimos a las seis y llegamos a las nueve.
- Sí, pero en cada caso es hora local. Llegamos a las once hora de Moscú, porque hay dos husos de diferencia.
- Pero, cuando fuimos a Londres, tardamos tres horas.
- Claro, es que Londres está más cerca de Moscú que Madrid.
- Ah, sí, ¿eh?

Se miraron, y el más alto le dijo al más menudo.

- Creo que no hemos traído bastante whisqui.

Tragué saliva. Mucha.

viernes, 9 de octubre de 2009

Periferia urbana

Para terminar la serie sobre San Petersburgo, y ya volviendo al hotel con los pies bastante doloridos después de tanto paseo, me topé con esta placa.

Sobre placas, ya quedaron algunas cosas escritas (aquí y en las dos entradas posteriores a ésa), pero siempre quedan algunas sorpresas. El señor que, colgado del teléfono, ha quedado inmortalizado en esta placa es Kornelii Arkadievich Glujovskoy. Glujovskoy fue, según reza la placa, director del GlavZapStroy, héroe del trabajo socialista, y trabajó en el edificio en el que estaba situado esta placa entre 1963 y 1987. El edificio, naturalmente, era el antiguo GlavZapStroy, un edificio clásico con columnas, en la otrora calle Herzen, que antes, con el zarismo, había alojado a un banco.

Los rusos son muy amigos de denominar a sus instituciones públicas con nombres interminables, que luego tienen que acortar de alguna manera para hacerlos razonablemente operativos. Cuando las siglas no son posibles, porque resultan totalmente impronunciables, incluso para paladares tan acostumbrados a juntar consonantes como los de los propios rusos, toca juntar comienzos de palabras. Y eso es lo que, entre otros varios millares de palabras, ha sucedido con GlavZapStroy, que es "Glavnoe territorialnoe upravlenie po stroitelstvu v Severo-zapadnyj rayonaj Rossiyskoy Sotsialisticheskoy Federativnaya Sovietskaya Respublika" (Главное территориальное управление по строительству в Северо-Западных районах РСФСР), es decir, en castellano la "Dirección General Territorial de Construcción en las Regiones Noroccidentales de la República Socialista Federal Soviética Rusa" ¿Verdad que no es de extrañar que quisiesen abreviar el nombrecito?

El cometido de la entidad que encabezaba el señor Glujovskoy era construir, construir y construir. El señor Glujovskoy la presidió desde su creación, y prácticamente la organización desapareció cuando Glujovsky se fue al otro barrio en 1987. Con la Perestroyka, muchas de las organizaciones que habían ido siendo creadas bajo el GlavZapStroy fueron privatizadas y el propio GlavZapStroy fue eliminado en 1989. RIP. Finito.

El GlavZapStroy se enfrascó durante su existencia en una febril construcción, en particular de naves industriales a troche y moche, que tuvo la virtud la crear un San Petersburgo totalmente distinto al turístico que conocemos. Si uno sale del centro de Píter, se encuentra con un paisaje industrial desolado no muy distinto al habitual en casi todas las ciudades rusas. Vamos, que el centro de San Petersburgo es precioso, pero, si uno sale de él, lo que encuentra es más o menos lo mismo de siempre: prácticamente el mismo edificio repetido infinidad de veces.

El GlavZapStroy se dedicaba a construir, pero lo de conservar lo construido lo llevaba bastante peor. Durante su existencia, el centro de San Petersburgo, salvo (y sólo a veces) los edificios más emblemáticos, fue completamente descuidado, hasta convertirse en el lugar gris que me encontré en 1994, un lugar cuyos patios interiores estaban atestados de escombros, orín y basura, por pura y dura desidia de quienes hubieran debido encargarse del mantenimiento, y por el hecho, hasta cierto punto estructural, de que en ningún lugar como San Petersburgo se dio la institución de la "komunalka", consistente en que varias familias debían compartir un piso, no siempre grande, y apañarse allí para vivir como pudieran. Y ya se sabe que lo que es de todos no es de nadie, y nadie lo cuida.

Sólo a partir de la defunción del sistema centralizado comenzaron las autoridades a ocuparse menos de la periferia y más del centro, a lavarle primero la cara, y luego a adecentarle las entrañas, hasta dejarlo en la situación actual, mejorable, pero decente.

En fin, que lo lógico es que a Glujovskoy le hubieran puesto la placa en alguno de los mamotretos industriales cuya construcción supervisó, todo hay que decirlo, con gran éxito. El hecho de que la placa esté en plena Bolshaya Morskaya, al lado mismo de la Nevsky, donde no hizo reemplazar ni un ladrillo, queda un poco extraño.

miércoles, 7 de octubre de 2009

El hombre que no quería ser zar

En la última entrada, en que le saqué unas cuantas fotos a la estatua ecuestre de Nicolás I situada en la plaza de San Isaac en San Petersburgo, Fernando escribió un comentario interesándose por la razón de que Nicolás I llegase a Emperador. Efectivamente, para llegar a ello tuvieron que pasar bastantes cosas, porque Nicolás I era, no el primogénito, ni tampoco el segundogénito, sino el tercer hijo varón de Pablo I. Eso sí, era su favorito, quizá porque era el más pequeñín (cuando nació, porque luego aún tuvo un hermano pequeño). Cuando sus hermanos mayores ya eran unos mozalbetes veinteañeros, nacía él, que era el noveno de los hijos de Pablo I.

Con cuatro añitos, un buen día de invierno de 1801, Nicolás I le preguntó a su padre:

- ¿Y a ti por qué te llaman Pablo I?
- Bueno, porque no ha habido ningún emperador antes de mí que se llamara Pablo.
- ¡Entonces yo seré Nicolás I!

Aunque fuera su hijo favorito, y aunque quizá no costara nada decirle que sí, que seguro que se llamaría así, la respuesta de Pablo I fue echar un suspiro y decir:

- ¡Eso será si llegas a emperador!

A los pocos días, el primer obstáculo para la subida al trono de Nicolás desapareció. El primer obstáculo era, precisamente, su interlocutor en la conversación anterior, su padre Pablo I, que fue asesinado en una conspiración en la que estaba implicado el segundo obstáculo, su hermano mayor Alejandro, desde entonces Alejandro I.

Alejandro I tuvo bastantes hijos, pero ninguno de ellos con su mujer, con lo que no pudo engendrar más obstáculos a la subida al trono de Nicolás. Con lo cual el último obstáculo era el señor ése de la imagen, el Gran Duque Constantino, segundo hijo de Pablo I y hermano mayor de Nicolás.

Constantino no quería ser zar. Y no le faltaban razones para preferir otro oficio. Su abuelo, Pedro III, había sido asesinado por ser zar; su padre, Pablo I, había corrido exactamente la misma suerte. Y la prueba de que no estaba tan desencaminado en la consideración del oficio de zar como un empleo sumamente peligroso es que, de los cuatro monarcas rusos que reinaron tras su muerte, dos de ellos fueron asesinados, también, por ser zares. Semejante mortandad laboral no se ve en muchas profesiones; vamos, que la de piloto de prueba de fórmula-1 es más segura. Y así, se contaba que el hombre se decía "Me matarán, como mataron a mi padre. Que reine otro"

Además, no tenía hijos. Su primer matrimonio, que contrajo de adolescente, fue una castaña que concluyó cuando su mujer, una morenaza de diecisiete años y armas tomar, se piró a su Alemania natal, y no precisamente para meterse en un convento. Su segundo matrimonio ya le pilló bastante cascado. O sea, que al hecho de acojonarle bastante el peligroso oficio de zar, se unió el hecho de no tener hijos a quienes pasarles el marrón. En 1822 renunció a la herencia, pero eso sólo lo supieron cuatro gatos. De hecho, cuando murió Alejandro I, él estaba en Polonia, donde era quien cortaba el bacalao, pero Nicolás (que sí conocía su renuncia al trono) le proclamó emperador en San Petersburgo, en lugar de proclamarse él. Sólo pasado medio mes comenzó Nicolás, ahora sí, a llamarse Nicolás I, como le había augurado a su padre, y a recibir los juramentos de fidelidad de sus súbditos, por una parte y, por otra, el disgusto de una rebelión liberal, la de los decembristas, que no tuvo el menor éxito, aunque luego ha tenido mucha prensa.

¿Por qué hubo tanta vacilación en dar a Constantino por apartado de la sucesión al trono ruso y tanto jaleo para que renunciara con pelos y señales? Hay dos motivos principales, a mi entender.

El primer motivo es que, en la mentalidad legitimista (yo soy legitimista, ¿pasa algo?), la sucesión al trono es, sí, un derecho, pero también es una obligación. Y uno puede renunciar a un derecho, pero no puede renunciar así como así a una obligación; si no, menudo chollo. Un ejemplo más o menos similar lo tuvimos en España, cuando la intentona de San Carlos de la Rápita, en 1860, en que Carlos VI y su hermano Fernando de Borbón, tras fracasar de medio a medio en la intentona, se vieron prisioneros y fueron obligados a renunciar a sus derechos al trono. En cuanto estuvieron en libertad, declararon que la renuncia no había sido válida, lo cual puede parecer hasta cierto punto desleal, pero no lo es desde la mentalidad legitimista (y no cabe ninguna duda de que ambos eran, no ya legitimistas, sino los jefes de los legitimistas). Así que, para asegurarse de que no iba a aparecer una especie de partido constantinista, había que cerrar muy bien el asunto.

El segundo motivo, y seguramente principal, es que Pablo I había dejado blindadísima la sucesión a la corona imperial rusa, con una normativa que regulaba la primogenitura estricta y que sus sucesores no podían cambiar así como así. El motivo es que Pablo I estuvo en un tris de ser puenteado él mismo, porque su madre, ese ser alemán, tiránico e impúdico que atendía por Catalina II, lo despreciaba cordialmente y se decía que en su testamento había dejado como heredero a su nieto, que después sería Alejandro I y con el que se llevaba bastante mejor que con su hijo. De hecho, se dice que la primera preocupación de Pablo I consistió en hacer evaporarse el posible testamento de su madre; la segunda, en promulgar una ley sucesoria idéntica básicamente a la vigente en España desde Felipe V, para reformar la cual hubiera que currárselo muy seriamente, y que desde luego anularía automáticamente cualquier caprichito en contra del soberano de turno. En estas circunstancias, la sucesión de Nicolás I por delante de su hermano Constantino era totalmente irregular y sólo posible en el caso que se dio finalmente, de renuncia expresísima e irrevocable del segundo a sus derechos.

Y así hasta hoy. Había que seguir con una última entrada sobre San Petersburgo, pero hoy se hace tarde.

lunes, 5 de octubre de 2009

A paseo (II)

Salí a la playa de la isla de las Liebres, que tantas veces había pisado en mis visitas anteriores. Una pareja de turistas algo despistada, que caminaba por allí un poco a la aventura, me preguntó si había salida más adelante para entrar a la fortaleza, y yo les dije cómo podían hacerlo.

La primera vez que había aparecido por allí había sido guiado por Miguel, que era un guía intuitivo, pero poco eficiente. Le gustaba San Petersburgo por ese embrujo que tiene una ciudad que desafía al sentido común y que en verano, incluso en sus peores momentos (y 1994 era uno de sus peores momentos), hace perder la noción del tiempo y sumerge al viajero en una sensación de irrealidad que la luz permanentemente crepuscular de las noches blancas no hace sino subrayar una y otra vez. Pero Miguel no era capaz de distinguir,por ejemplo, a Pedro I de Nicolás II. Su incultura básica, disimulada con ahínco, pero patente a la segunda pregunta, no le impedía apreciar de alguna manera, siquiera intuitiva, lo que tenía junto a él.



Mientras cruzaba el puente que me dejaba en la isla Vasilievsky y rodeaba las columnas rostrales, dejando a un lado la Bolsa, me venían a la cabeza las distintas etapas de mi verdadero aprendizaje de San Petersburgo, casi siempre posteriores a un viaje. De cómo tuve que aparecer vestido de rockero para hacer un estudio de precios de soportes musicales sin que se notara mucho, hecho que aproveché para recorrer Kamenny Ostrov pasando inadvertido y flipando con las casas que había allí, o para patear Nevsky una y otra vez, o para colarme en el cementerio de Tijvin, eludiendo a los mendigos que pedían limosna a la entrada de la lavra de Alejandro Nevsky y descubriendo las tumbas de los protagonistas de las letras clásicas rusas que venía admirando desde mi adolescencia.



Tras cruzar el puente del Palacio, allí estaba otra vez la catedral de San Isaac, y frente a ella la estatua ecuestre de Nicolás I, cuya silueta quedaba dibujada contra el cielo por la luz cada vez menos eternamente crepuscular que pintaba la ciudad de un azul más y más oscuro.

A partir de ahí, el callejeo perdía un destino fijo, como posiblemente no lo tenía Rodión Raskolnikov mientras maquinaba su crimen, pero, gracias a Dios, sin llegar a las mismas consecuencias que el protagonista de "Crimen y castigo". El canal Moika, el canal Griboyedov, la catedral de Kazán, la avenida Nevsky, la casa Singer...



La casa Singer es uno de esos lugares especiales. Reconvertida en la mejor librería de toda Rusia, fue visita obligada mía en todos los viajes a San Petersburgo, desde los tiempos en que no podías pararte a examinar un libro de ajedrez sin que un puñado de espontáneos famélicos te ofreciera todo tipo de literatura ajedrecística, sin duda sacada de sus propias bibliotecas y muchas veces irremediablemente atrasada.

Los espontáneos, afortunadamente, ya no pasan tanta hambre como para hacer guardia en la casa Singer al acecho de algún jugador deseoso de ampliar su biblioteca. En todo caso, la casa Singer conserva un aspecto impecable, que ahora realza la cafetería que se han montado en el primer piso, con unos horarios impensables para cualquier librería española y que permite cenar y comprar libros de manera prácticamente simultánea.

Un poco más allá se encuentra la plaza de las Artes, con su estatua de Pushkin y, mirando hacia la Nevsky, el palacio Mijailovsky, sede principal del Museo Ruso.



San Petersburgo cuenta con un número impresionante de museos, entre los que el más conocido es con mucho el Ermitage. En mis primeros viajes, solía pasar por allí todo el tiempo que podía, hasta que un buen día, en lugar de en el Emitage, entré en el Museo Ruso. Ya no volví a entrar en el Ermitage. Desde entonces, se lo dejé a quienes me acompañaban en cada caso, mientras que yo, a la chita callando, me daba una vuelta por el Museo Ruso, con muchísima menos gente (y, sobre todo, menos turista ruidoso) y una impresionante colección de pintura rusa, desde iconos del siglo XIV hasta la antesala del realismo socialista.

Y ya tocaba la hora del retorno, no sin antes...



... dar un saludo postrero a Nicolás I con el fondo del pálido crepúsculo de la plaza de San Isaac. Su padre es mi emperador favorito, pero el hijo tampoco estaba mal, ni mucho menos.

Y ya nos acercamos al final, pero a este serie de la capital del Norte todavía le queda una entrada. Eso sí, menos nostálgica.

viernes, 2 de octubre de 2009

A paseo

Con ésta, y si las cuentas no me fallaban, eran diecisiete las veces que había aparecido por San Petersburgo. Había habido de todo. Al principio, mucho turismo y muchos invitados a los que acompañaba con gusto, porque siempre me quedaban cosas importantes por ver. Más adelante, las visitas turísticas fueron desapareciendo y dejando lugar a las de trabajo, eso sí, sin que faltara nunca un ratito para ver algún detalle que otras veces se había quedado pendiente, o simplemente para pasear por la ciudad, algo que, desde luego, resulta mucho más agradable que en Moscú.

Y allí estaba de nuevo, una vez más. En las otras ocasiones, la visita a San Petersburgo era una más y, al irme, ya fuera en tren o en avión, echaba una mirada a mi espalda, una mirada que era un "hasta la próxima", en espera del próximo paseo por la Nevsky, del callejeo por los barrios más céntricos o de la marcha alrededor de la isla de las Liebres, cruzando el Neva por esos puentes que, por la noche, se levantan y hacen una pausa en su función de unir las cuarenta y cuatro islas sobre las que se erige la ciudad.

Tras un día de trabajo, y al volver al hotel, levanté mi mirada al cielo y vi allí la imponente cúpula de San Isaac arrancando destellos del sol de septiembre.

"¿Y si...?"

Un pensamiento me hizo estremecer.

"¿Y si no vuelves más a San Petersburgo?"

Y así era, o al menos así podía ser. Las otras veces, más o menos, siempre había una relativa certeza de que la visita se repetiría. De repente, sentí que esa certeza, que tampoco era una garantía en las otras ocasiones, no existía en absoluto, y que la única certeza era que mi avión salía dos días despues con destino a Moscú y que nadie, nadie, nadie me había prometido que vería más veces los reflejos del sol del atardecer en la cúpula de San Isaac.

El día había sido físicamente exigente, y estaba cansado, pero me quedaban dos días ciertos en Píter. Subí a mi habitación, me cambié, tomé mi cámara, echando de menos no tener una mejor, y resolví tratar de atrapar lo que pudiera mientras las piernas me llevaran.

Desde la Malaya Morskaya, y a la vuelta de la esquina, vi el Almirantazgo, el edificio que se ve desde todos los cruces del centro, concebido como el centro desde el que surgen, como radios, las calles principales de la ciudad.



Y luego me dirigí al lugar de mi primera impresión de San Petersburgo. Tuve la fortuna de, en el lejano 1994, y desconociendo (ahora lo sé) donde estaba, pasar descuidadamente en Noches Blancas por la Bolshaya Morskaya, una calle curva, que al ir girando me permitió ver la siguiente imagen.



Ésta fue mi primera impresión de la plaza del Palacio (Dvortsovaya ploschad), y debí quedarme un buen rato con la boca abierta. Venía yo de cinco meses sin apenas salir de Moscú, una ciudad donde un espectáculo semejante es totalmente impensable. Digamos que fue ahí donde San Píter me ganó. A partir de ahí, todo lo demás vendría por añadidura.

En San Píter hay muchos paseos posibles, pero uno de los más recurrentes consiste en dar la vuelta al Ermitage y salir a la orilla del río, a la vista de la fortaleza de San Pedro y San Pablo, que, un día de mayo de 1703, fue el origen de la ciudad. Mientras avanzaba hacia el puente de la Trinidad, por el que pretendía acceder a la isla de las Liebres, se me iban agolpando imágenes de mis dieciséis visitas anteriores, de las compañías, buenas y no tanto, que había tenido en algunas de ellas y, en general, de las distintas aventuras que me habían sucedido en aquellos lugares. Dicen que partir es morir un poco, y dicen que cuando uno muere toda la vida de uno pasa delante de sus ojos en unos segundos. Si eso es así, efectivamente aquélla debía ser mi última visita a la ciudad, porque eso era precisamente lo que estaba pasando.



Y me acordé de todos con los que he estado cruzando el puente de la Trinidad en dirección a la isla de las Liebres. O del Maestro, al que le enseñé la ciudad a base de pateo y tentetieso, una primavera de 1997, saliendo de trabajar. O de las conversaciones filosóficas con Arkasha, sentados en un banco de la Nevsky, arreglando el mundo, algo más relajados tras un día lleno de tensiones a causa de un sujeto que me la tenía jurada, y también a él por extensión.

Y aquí estaba la isla de las Liebres, y en ella la estatua a tamaño natural del fundador de la ciudad, Pedro I, un chicarrón de más de dos metros. Dicen que era un pedazo de déspota y que San Petersburgo está edificada sobre los huesos de los siervos que murieron construyendo una ciudad fantástica sobre un cenagal insalubre como aquél; seguramente es cierto, pero ése es un reproche que también se puede hacer a bastantes otras ciudades (ahora mismo se me ocurre Magadán) y a la práctica totalidad de las obras públicas de enjundia realizadas por los presos políticos en el paraíso socialista. Y, al menos, de la construcción de San Petersburgo se podrá decir lo que sea, pero quedó bien.



Un poco más allá se alza la impresionante catedral de San Pedro y San Pablo, en cuyo interior están las tumbas de los emperadores rusos. Es una de las muchas atracciones turísticas de San Petersburgo, una ciudad que, dentro de lo que le permite la estrechez del régimen ruso de entrada en el país, tiende una mano al visitante extranjero y hasta se permite un ramalazo innovador de vez en cuando. Y así es como, junto a la puerta de la catedral, un letrero en ruso y en inglés anuncia que allí comienza un recorrido por quince lugares, llamado "países de Europa", en los que hay algo que se refiere a cada uno de ellos. La primera etapa era Bélgica; la última, España.



A mi derecha ondeaba la bandera de la flota mercante rusa, una especie de ikurriña sin verde.



Hay días en que uno no gana para escalofríos.